09/10/2025
Unificar para controlar: la trampa política detrás del modelo sanitario único
El modelo venezolano de salud pública se vendió como una revolución moral. En 1999, Hugo Chávez prometió un sistema unificado, equitativo y gratuito. Lo llamó el Sistema Público Nacional de Salud (SPNS), y durante sus primeros años, su discurso inspiró a otros países. Pero con el tiempo, se reveló su verdadera naturaleza: una maquinaria de control político sobre la medicina, disfrazada de justicia social.
La unificación no trajo eficiencia, sino desorden. No eliminó la corrupción, la multiplicó. No descentralizó los recursos, los concentró. La atención médica dejó de ser un derecho ciudadano para convertirse en un privilegio administrado por el Estado. Médicos renunciaron, hospitales se vaciaron, y los pacientes quedaron atrapados entre la ideología y la necesidad.
Hoy, México se asoma a un espejo incómodo. La presidente Claudia Sheinbaum propone la integración del IMSS, ISSSTE e IMSS-Bienestar en un sistema único, bajo la premisa de universalidad. Pero el lenguaje de la unificación encubre una vieja tentación: concentrar el control político sobre la gestión sanitaria, una de las áreas más sensibles del Estado.
La fusión de estructuras tan complejas requiere planificación, tecnología, financiamiento sostenido y una cadena de mando descentralizada. Ninguno de estos elementos parece claro en la propuesta actual. Lo que sí es visible es un diseño piramidal donde las decisiones fluirían desde el centro, reduciendo la autonomía institucional y diluyendo la responsabilidad de los errores.
El caso venezolano mostró que cuando se fusionan sistemas distintos bajo una sola lógica, los mejores terminan deteriorándose al ritmo de los peores. México corre ese riesgo: que la fortaleza técnica del IMSS o el ISSSTE se diluya en la fragilidad operativa del IMSS-Bienestar. Lo que se presenta como una modernización podría ser, en la práctica, una nivelación hacia abajo.
Si el nuevo sistema carece de mecanismos de fiscalización independientes, auditorías públicas y autonomía presupuestal, terminará siendo un aparato vulnerable a los intereses políticos de turno. Un sistema único puede ser eficiente solo si garantiza autonomía en la toma de decisiones, descentralización territorial y estabilidad laboral para su personal. Nada de eso ocurre cuando el objetivo es el control y no el servicio.
La promesa de “salud para todos” puede terminar siendo una frase vacía, como en Venezuela, donde el derecho universal se convirtió en un papel sin valor. Unificar para controlar no es reformar: es retroceder.