09/09/2025
Tenía apenas 18 años cuando destruí por completo una familia sin medir las consecuencias.
Yo estaba en la universidad estudiando comunicación social y en un evento conocí a un hombre de 38 años. Desde el primer momento supe que era casado, porque ahí estaba con su esposa, una mujer hermosísima, y con su hija pequeña. Pero algo en mí se activó. Quise saber más de él. A lo mejor él lo percibió, porque se me acercó y, disimuladamente, me pidió el número. Yo se lo anoté, y a la semana ya me estaba escribiendo.
Nos vimos y en la primera cita pasó lo que tenía que pasar. Pensé que se iba a quedar ahí, porque él era casado y yo no buscaba nada serio. Pero él quedó enganchado conmigo. No dejaba de escribirme, me llamaba cada vez que podía, me buscaba. Así empezamos a vernos más seguido, a escondidas, pero nunca en lugares públicos. Siempre en m0tel€s, nunca en restaurantes, ni en un parque, ni nada. Duramos así meses: encuentros cortos, de una o dos horas, a lo mucho tres, y siempre para lo mismo.
Lo raro es que con el tiempo él se empezó a enamorar. Yo no lo entendía, porque nunca convivimos en plan de conocernos, ni hablar de la vida del otro. Sus llamadas no eran para preguntar cómo estaba, eran llamadas subidas de tono. Para mí siempre fue una aventura, algo físico, nada más. Pero él empezó a exigirme más. Quería que saliéramos a cenar, a comer un helado, que yo le contara mi día a día. Y a mí no me nacía.
Hasta que un día me dijo lo que yo nunca imaginé escuchar: “Voy a dejar a mi esposa por ti. No puedo vivir sin ti. Tú me haces sentir lo que ninguna mujer me ha hecho sentir.” Yo me bloqueé. Le dije que no, que cómo se le ocurría, que yo no quería eso, que lo nuestro terminaba ahí. La conversación se puso tensa, pero como siempre, terminamos en un mot€l. Esa fue nuestra despedida. O eso creí yo.
Tres días después me llamó desesperado. Me dijo que había dejado a su esposa, que estaba enloqu€ciend0, que dónde estaba yo. Justo en ese momento yo estaba a punto de salir de vacaciones con mis papás, un viaje fuera del país que ya teníamos planeado. Dos días después me fui y decidí desconectarme: nada de celular ni redes sociales. Fueron veinte días lejos de todo.
Cuando regresé y revisé el celular, tenía decenas de llamadas y mensajes. No solo de él, también de su esposa. Ella me escribió que yo había destruido su hogar, que él estaba como loc0, que incluso pensaban que yo le había hecho bruj€ría para que la dejara. Los mensajes eran un drama total. Yo no respondí ninguno. Decidí ignorar todo y cortar de raíz. Nunca más le contesté.
Con el tiempo supe que la esposa no lo perdonó y que se divorciaron. No sé si él intentó volver con ella, pero la realidad es que su matrimonio se acabó. Yo seguí con mi vida como si nada. No me enorgullezco, pero tampoco me arrepiento. En ese entonces no dimensionaba lo que estaba haciendo.
Cinco años después lo volví a ver en un centro comercial. Estaba g"rd0, con barrig@, un poco calvo, y al verme hizo como si no me conociera. Yo lo reconocí de inmediato, pero entendí el mensaje: el hombre que un día me buscaba con desesperación ya no existía. Yo también hice como si no lo hubiera visto. Y hasta hoy, ahí quedó nuestra historia.
Historia anónima de una seguidora
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