30/06/2025
Hay pocas certezas absolutas en esta vida, pero una de ellas es el amor incondicional de una madre. No importa cuántos años pasen, cuántas veces tropecemos o cuán lejos decidamos ir en busca de nuestros sueños, el corazón de una madre siempre estará con nosotros, latiendo al ritmo de nuestras alegrías y sufriendo en silencio con nuestras tristezas.
Una madre no solo nos da la vida; también nos entrega su alma en cada gesto, en cada palabra de aliento, en cada noche en vela pensando en nuestro futuro. Desde el momento en que llegamos al mundo, comienza a sembrar en nosotros valores, fuerza, esperanza y una fe inquebrantable. No porque espere algo a cambio, sino porque su amor es tan grande que no cabe en ella misma y necesita ser dado, sin medida, sin condiciones.
Cuando alcanzamos metas importantes, como graduarnos, conseguir un empleo, formar una familia o simplemente encontrar nuestro propósito, una madre lo celebra con una intensidad que solo ella entiende. No porque ese logro sea suyo, sino porque ha sido testigo de todo el esfuerzo, de cada caída, del cansancio y de los miedos superados. Su felicidad no nace del orgullo, sino de saber que estamos bien, que estamos avanzando, que estamos construyendo una vida plena.
Pero también es importante reconocer algo: detrás de cada palabra de ánimo y cada beso en la frente, hay una historia de sacrificios invisibles. Muchas veces ha callado sus propias necesidades por priorizar las nuestras, ha fingido estar fuerte cuando por dentro se derrumbaba, ha sonreído para darnos ánimo cuando lo único que deseaba era un descanso. Y aun así, lo hace con alegría, porque sabe que su entrega está formando a alguien capaz de volar alto.
Por eso, nunca subestimemos el poder de su deseo por nuestro éxito. Nadie en el mundo nos querrá ver triunfar como ella. Nadie nos sostendrá con tanta fe cuando ni siquiera nosotros creemos en nuestras capacidades. Y cuando nos sintamos solos o perdidos, bastará con recordar su voz, su abrazo o su mirada para reencontrar el camino.
Agradecer a una madre no es algo que se hace una vez al año. Es una actitud diaria, una forma de vivir con respeto, con integridad y con amor. Porque al final, cada paso firme que damos, cada sueño alcanzado, es también un homenaje a ella… A su amor eterno, a su paciencia infinita, y a su fe incansable en lo que podemos llegar a ser.