01/11/2025
Ven, acércate.
Hoy quiero presentarte a una presencia que pocos comprenden,
porque guarda dentro de su plumaje una contradicción hermosa y dolorosa a la vez.
Su nombre es Chalchiutōtōlin,
el ave preciosa, el guajolote cubierto de jade.
No es cualquier guajolote.
Sus plumas no brillan por vanidad, sino porque cargan en ellas el reflejo de algo más hondo:
la abundancia, la memoria, y también la herida.
Sí, hijo mío… esta ave habla de aquello que florece en exceso,
de la sangre que corre con fuerza, del cuerpo que se llena, del corazón que rebosa.
Pero también —y escucha bien—
nos habla del momento en que esa abundancia se enferma,
del instante en que el jade se corrompe,
cuando nuestra agua interna,
ese río que somos, se detiene, se pudre, se rompe.
Dicen que el mal del pavo es la enfermedad de la costra:
esa marca que queda tras la herida,
ese rastro de que algo dolió, pero también sanó.
🌿 Chalchiutōtōlin nos enseña que el cuerpo grita lo que el alma calla.
Y si no atendemos a tiempo ese jade herido dentro de nosotros,
acabamos convertidos en plumajes enfermos de silencio y abandono.
No es una fuerza temible.
Es una fuerza espejo:
que nos muestra dónde duele para que aprendamos a cuidar,
a prevenir, a sanar antes de que la sangre se vuelva veneno.
Tú también tienes un ave de jade dentro…
¿está cantando… o está sangrando?
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