26/09/2025
Mis Hijos Me Internaron En Un Asilo En Otro País Y Me Abandonaron, Entonces Yo Los Dejé Sin Herencia
Mis propios hijos me vendieron como un mueble viejo mientras yo fingía estar dormida escuchando cada palabra venenosa que salía de sus bocas podridas. Cuando la vieja se muera en el asilo, nos repartimos todo fifty fifty le susurró Rafael a Paola mientras contaba los billetes que acababa de sacar de mi caja fuerte.
Ojalá no tarde mucho. Ya me cansé de fingir que la quiero respondió mi nuera, esa víbora que recibí en mi casa como una hija. Ahí estaba yo, Elena, de 66 años, escondida detrás de la puerta de mi propia habitación, viendo cómo mis hijos planeaban mi muerte como quien planea unas vacaciones.
Brenda tenía mi testamento en sus manos sucias, riéndose porque creía que lo había escondido bien. Mira esto, hermano. Aquí dice que nos deja todo parejo. Qué bueno que nunca se enteró de que ya lo habíamos leído. El olor a traición llenaba mi casa mezclándose con el perfume barato de Paola y el humo del cigarro que Rafael fumaba sobre mi sofá de terciopelo verde.
Sé que compré cuando ellos eran niños y yo aún creía en el amor familiar. La luz de la lámpara de cristal que había sido de mi madre iluminaba sus caras de demonios mientras dividían mi vida como carniceros. El asilo en Madrid ya está pagado por 6 meses dijo Brenda consultando su teléfono.
Para cuando se acabe la plata, ya estará tan grave que ni se va a dar cuenta de nada. Se rieron los tres como llenas hambrientas. Y yo sentí que algo se moría dentro de mi pecho. No era mi corazón, era mi fe en la humanidad. Paola sacó mi collar de perlas del joyero, el mismo que había pertenecido a mi abuela, y se lo puso frente al espejo como si ya fuera suyo.
Este va perfecto con mí vestido de la boda de mi hermana, murmuró acariciando cada perla que tenía más historia que toda su familia junta. Rafael aplaudió como un focas. Te ves hermosa, amor. Ese collar siempre te quedó mejor que a la vieja. La palabra vieja salió de la boca de mi propio hijo como un escupitajo.
Ese niño que crié con amor, que alimenté con mi propia leche, que cuidé cuando tuvo neumonía y los médicos dijeron que podía morir. Ese mismo niño ahora me llamaba vieja, como si fuera basura que hay que tirar. Mi cuerpo temblaba de rabia contenida mientras veía como Brenda abría mis álbumes de fotos y los tiraba uno por uno al basurero. 40 años de recuerdos, de primeras sonrisas, de primeros pasos, de cumpleaños felices.
Todo iba directo a la basura como si nunca hubiera existido. ¿Para qué va a querer fotos dónde va?, dijo con una crueldad que me eló la sangre. Rafael abrió mi laptop y comenzó a revisar mis cuentas bancarias con una sonrisa que me revolvió el estómago. Miren esto. La vieja tiene más plata de la que pensábamos. Podemos comprar el Aentias departamento en la playa que tanto quería Paola.
Mi nuera saltó de emoción como una niña malcriada. Sí. Y también podemos hacer ese viaje a Europa que nunca pudimos pagar. Europa con mi dinero, departamento con mi trabajo, lujos con mi sacrificio, todo pagado con la sangre de una mujer que se mató trabajando para darles una vida mejor, que se olvidó de sí misma para que ellos tuvieran todo.
Y así me pagaban, planeando mi destierro mientras gastaban mi herencia antes de que yo estuviera mu**ta. El reloj de la sala marcaba a las 11 de la noche cuando Paola preguntó, "¿Y si la vieja se resiste mañana?" Rafael se rió con una maldad que me hizo temblar. Ya está todo arreglado.
El doctor Mauricio nos va a ayudar. Diremos que tiene demencia senil y que no puede cuidarse sola. Los papeles ya están listos. Mauricio, mi médico de confianza. Ela, mismo que había cuidado mi salud durante 15 años, también estaba en el complot. El hombre en quien confiaba mis dolores, mis miedos, mis secretos médicos.
Me había traicionado por unos billetes. Mi propio doctor iba a afirmar que estaba loca para justificar mi deportación forzada. Esa noche no pude cerrar los ojos. Me quedé despierta en mi cama. esa cama donde había llorado la muerte de mi esposo, donde había soñado con ver crecer a mis nietos, donde había planeado envejecer con dignidad.
Ahora esa cama se sentía como un ataú donde estaba esperando mi entierro en vida. La mañana llegó como una sentencia de muerte. Desperté con el sabor amargo de la traición aún pegado en mi garganta, fingiendo que había dormido bien cuando en realidad había pasado toda la noche planeando cómo escapar de la trampa que mis propios hijos me habían tendido. El aroma del café recién hecho subía desde la cocina.
Ese mismo café que había preparado para ellos durante décadas y ahora ellos lo hacían para celebrar mi funeral en vida. Brenda tocó la puerta de mi habitación con esos nudillos suaves que antes me tranquilizaban y ahora sonaban como martillazos. Buenos días, mami. ¿Cómo dormiste? Su voz falsa, endulzada como miel venenosa, me daba náuseas.