
21/09/2025
A veces me pongo a pensar en todo lo que hemos pasado… y digo “carajo, cómo no voy a estar orgullosa de mí”. Porque la vida no se anda con rodeos, te arranca cosas, te rompe los planes, te quita a gente que amabas como si fuera lo más normal del mundo. Y uno se queda ahí, deshecho, con el alma tirada en pedazos.
Y sin embargo… seguimos. Aunque lloramos hasta quedarnos secos, aunque los errores nos muerden la conciencia, aunque sentimos que ya no podemos más… ahí estamos. Con el paso tembloroso, pero seguimos. Con la espalda encorvada de tanto peso, pero seguimos. Y ese “seguir” no es poca cosa, es la prueba de que tenemos una fuerza que ni sabíamos que teníamos.
La mayoría anda por la vida buscándose medallas o aplausos, pero yo pienso que el verdadero reconocimiento está en mirarte al espejo y decirte: “¿ves? aún sigues de pie, aunque te costó el alma entera”. Eso ya es motivo suficiente para aplaudirte tú misma.
Yo no sé ustedes, pero yo a estas alturas de mi vida ya no me voy a negar el derecho de sentirme orgullosa. Orgullosa de mis arrugas, de mis batallas, de mis cicatrices, de mis ganas de volver a empezar cuando todos pensaban que me iba a rendir. Orgullosa de seguir creyendo, aunque me hayan roto mil veces.
Porque si algo he entendido es que no necesitamos que la vida sea perfecta para sentirnos grandes. Somos grandes porque, aun con todo en contra, seguimos amaneciendo cada día, seguimos intentando, seguimos amando.
Así que mírate, celébrate y quiérete. Estás aquí, de pie, después de todo. Y eso, créeme, ya es un triunfo que nadie puede arrebatarte.