27/06/2025
¡Cómo extraño los periódicos ochenteros!; o qué lector-veedor-escucha no soy
Renato Galicia Miguel
Paso de ver en redes a Chumel Torres, Luisito Comunica, Alazraki, Carlos Loret de Mola, Javier Alatorre, Joaquín López Dóriga, Ciro Gómez Leyva, Carmen Aristegui, Anabel Hernández y tantos clones más.
Si llego a detenerme en ellos es porque quiero escribir un texto para criticarlos destructivamente.
Nunca se me ocurriría, ni borracho, escribirles un comentario. Cómo para qué o por qué, diría.
Si ni a quien leo o veo-escucho con cierta atención, esté de acuerdo o no, le escribiría salvo que fuera absolutamente necesario, por qué le enviaría un comentario a alguien cuya credibilidad es baja o nula desde mi reflexión con conocimiento de causa.
(Igual no le veo el caso responder—trato de no hacerlo, aunque a veces sucumbo— a comentarios que me han tocado, como reportero y editor, en mis sitios web o en mis redes sociales cuando detecto que son descalificaciones o insultos que derivan de que les caigo mal u odian a un colaborador, o que son reacciones debidas a que toqué personajes a los que los suscribientes les son incondicionales por intereses mutuos, o porque me doy cuenta que más bien desean leer lo que a ellos les satisface ideológica, intelectual o éticamente, un sesgo muy común en nuestros días digitales —por cierto, a esto último, Henry Miller ya le dio solución hace muchos años cuando dijo que leyó todo lo que había en su tiempo y, al no encontrar lo que deseaba, mejor decidió escribirlo él mismo).
Brinco en putiza los videos que inician con “noticia de último momento, ¡urgente!, sabías que, rompe el silencio” y expresiones ramplonas similares, sea el tema que sea: la Fórmula Uno o el atentado a Miguel Uribe Turbay, el senador colombiano.
Para mí son materiales de personas —influencers o “creadores de contenido” o genéricos ídem— que no toman en serio el quehacer informativo o de medios que ven al periodismo sólo como negocio, nunca con su razón de ser: un servicio social.
Pongo algo de atención a gente como Julio Astillero, Jairo Calixto Albarrán, Jesús Escobar Tovar, Alfredo Jalife-Rahme cuando habla de geopolítica y otros de ese talante.
Pero no logro encontrar a un medio o un columnista que periodísticamente me satisfaga.
(En el viejo periodismo, el columnista —no el articulista ni tampoco el comentarista— era el mejor periodista, muchas veces sin la posibilidad de publicar información con la fuente debida, pero sí en cambio con la capacidad de filtrarla sin caer en la ilegalidad ni violar la ética profesional: de ahí que sólo algunos elegidos pudieran llegar a ese escalafón tan prestigiado: el del columnista).
Me asusta que no haya en redes sociales periodistas y medios sólidos ética y profesionalmente hablando.
Percibo que hay personas jóvenes, muy jóvenes a veces, que están tratando de hacer las cosas bien, pero que no cuentan con la orientación para lograrlo.
Percibo que hay periodistas veteranos y medios que están haciendo un buen trabajo, pero que no van más allá.
No percibo que los viejos excelentes periodistas, independientemente que algunos se hayan retirado o que se nos adelantaran en el camino, estén haciendo periodismo en redes, lo cual es una tragedia porque significa la pérdida de un conocimiento generacional en forma y fondo, un hecho que tardará muchas décadas en resarcirse.
Y eso también asusta.
En los ochenta era mucho más fácil estar bien informado. Sin bronca, sabías qué y a quién leer. Como estudiante universitario y reportero novel leías ‘La Jornada’ y ‘El Financiero’, y nunca al “Noverdades”, mientras que a ‘El Universal’ lo adquirías sólo cuando necesitabas checar el “Aviso Oportuno”, los anuncios clasificados.
Si querías informarte sobre un conflicto del Medio Oriente comprabas ‘El Día’ porque sabías que traía la mejor sección internacional del país, y si te interesaba entender la coyuntura de un tema latinoamericano buscabas los textos de Gregorio Selser.
Para informarte hoy del conflicto Israel-Irán primero tienes que checar videos hasta la madre, luego ir discriminando, descartando, seleccionando qué ver y qué no, para nada más darle seguimiento a los materiales más o menos verosímiles.
Además, tienes que darte cuenta que la información realmente actual es la que puede estar siendo transmitida en la madrugada, pues sólo en tal caso es posible que las noticias sean las del bendito tiempo real.
Como en los videos no es la regla ubicar primero al lector en tiempo y espacio —en los periódicos nacionales de antes era obligatorio iniciar un texto con el lugar y la fecha cuando se cubría un hecho como enviado—, se utiliza mucho el engaño para buscar el dedazo que registre la visita al sitio respectivo: por eso utilizan tanto frases tipo “información de último momento”.
Les vale que cuando la persona vea el video se dé cuenta que trata sobre el primer lanzamiento de misiles, cuando ya van en el onceavo.
Después de varios días que te han vuelto un experto digital, te das cuenta que has invertido demasiado tiempo sólo para estar mal informado —o desinformado, como dicen ahora.
Por eso es que extraño tanto a los periódicos ochenteros.