03/07/2025
Todos lo hemos sido… aunque no lo admitamos en voz alta.
Ese mamador del ska que juzga antes de escuchar, que cree que su playlist es un templo sagrado, y que olvida que este género nació para unir, no para excluir.
Este post no es una crítica, es un espejo.
Uno que nos recuerda que la escena no necesita guardianes del gusto, necesita comunidad, apertura y pasión compartida.
🎺 Si te gusta el ska, estás dentro.
Desde Prince Buster hasta los Caligaris, desde Studio One hasta bandas que ap***s subieron su primer demo.
Lo que importa es el amor por el ritmo, no el currículum.
El mamador del ska que todos llevamos dentro
(y por qué urge domarlo antes de que nos extingamos como escena)
No importa si coleccionas vinilos prensados en Japón o si tus playlists tienen nombres como “Ska 1963-66: rare cuts”. Todos, en algún punto de nuestra trayectoria como oyentes devotos, hemos sido un poquito mamadores del ska.
Sí, tú también.
Ese que arruga la nariz cuando escucha a alguien mencionar a Los Caligaris. Ese que pone cara de “no entendiste nada” cuando alguien recomienda Los Estrambóticos. Ese que desdeña con una mezcla de ironía y compasión a quien baila Out of Control Army como si no hubiera un mañana.
Pero detengámonos ahí.
¿De dónde viene esa necesidad de despreciar el gusto ajeno? ¿A qué le tememos cuando otro escucha algo que a nosotros nos parece superficial o “pop”? ¿Por qué esa superioridad moral musical que muchas veces termina fragmentando una escena que, de por sí, ya sobrevive a duras p***s?
Ser mamador es una defensa.
Una manera de validar nuestras horas invertidas escuchando rarezas, leyendo liner notes, asistiendo a toquines desde 1998. Es el ego diciéndonos que no fue en vano. Que nuestro oído está tan entrenado que puede, incluso, juzgar lo que le gusta a los demás.
Y sin embargo, todos sabemos lo que se siente estar del otro lado.
Todos fuimos el morrito al que le dijeron que Inspector era ska para principiantes. Todos fuimos esa chica que dejó de poner su rola favorita en reuniones porque alguien levantó la ceja con suficiencia. Todos hemos sido heridos por ese mismo elitismo que ahora ejercemos.
El problema no es tener gusto. El problema es usarlo como arma.
De nada sirve criticar que tal banda tiene mil escuchas en Youtube y tal otra solo 200, si esa crítica no viene acompañada de una propuesta, de una recomendación, de un acto de amor.
Porque sí, el mamador del ska que todos llevamos dentro nunca se va a ir.
Pero podemos domarlo.
Podemos enseñarle a guardar silencio.
Podemos enseñarle que recomendar una joya con cariño vale más que despreciar lo que otros gozan con alegría.
“Pero es que esas bandas le roban foco a las buenas.”
Tal vez.
Pero ¿y si en vez de maldecir su éxito, usamos esa energía para hacer brillar lo que amamos?
¿Y si dejamos de dispararnos en el pie como generación y mejor cultivamos nuevas orejas, en vez de espantarlas con la arrogancia de quien se cree el custodio del sonido verdadero?