27/10/2025
Qué harías si una niña pequeña te entregara una fotografía y en ella vieras el rostro de la mujer que amaste y creíste perdida para siempre? Eso le sucedió al magnate Ethan Cole una tarde común en la Ciudad de México. Pero lo que comenzó como un momento de shock se desenredó hasta convertirse en una verdad que desafiaría todo lo que él creía sobre el amor, el poder y la redención. Porque detrás de esa única foto se escondía un secreto capaz de destruir su imperio o de salvar su alma. Quédate conmigo, porque esta historia cambiará para siempre tu forma de ver las segundas oportunidades.
El Encuentro Bajo el Cielo Gris
La lluvia había cesado hasta convertirse en un susurro para cuando Ethan Cole puso un pie en el Bosque de Chapultepec, su paraguas colgando inútil a su lado. La ciudad aún estaba medio ahogada en una luz gris, de esa que hace que todo —árboles, edificios, incluso la gente— parezca un recuerdo descolorido. Él no debía estar ahí. Los dueños de corporativos no se dan el lujo de pasear tranquilamente por el parque después de juntas tormentosas, no cuando sus nombres aparecen a diario en la sección bursátil. Pero hoy, Ethan necesitaba respirar algo que no fuera ambición.
Iba a la mitad del camino, cerca de la fuente, cuando la vio. Una niña, no mayor de ocho años, sentada con las piernas cruzadas sobre la piedra húmeda, sosteniendo una cámara gastada que parecía el doble de su tamaño. Era pequeña, casi frágil, pero había una firmeza en cómo estaba sentada, con la barbilla alzada a pesar del lloviznar. Frente a ella, un letrero dibujado con crayolas temblorosas y cubierto de plástico para protegerlo de la humedad decía: "Dos pesos por una sonrisa. Ayudo a mi mamá a mejorar."
Por un largo momento, Ethan solo observó. La gente pasaba a su alrededor: corredores matutinos, turistas, parejas tomadas del brazo, pero nadie se detenía. La niña levantaba la cámara cada pocos segundos, capturando imágenes con un click mecánico, y luego la bajaba de nuevo, esperando que alguien se interesara. Había algo melancólico en la escena: una niña intentando comprar la vida de su madre con una fotografía a la vez.
Cuando Ethan finalmente se acercó, ella levantó la vista, sobresaltada. Sus grandes ojos cafés reflejaban el cielo gris.
—¿Le gustaría una foto, señor? —preguntó con una cortesía demasiado madura para una niña sentada bajo la llovizna.
Él dudó, sintiendo un n**o en el pecho.
—Claro —dijo en voz baja—. ¿Cuánto dijo que era?
—Dos pesos —respondió, extendiendo una manita pequeña, con las uñas mordidas.
Él sonrió apenas, metió la mano al bolsillo y le entregó un billete de cien pesos. Ella parpadeó, sorprendida.
—Es mucho, señor.
—Entonces tome unas cuantas fotos —replicó él.
Ella asintió con seriedad, ajustando el enfoque con el cuidado de un profesional.
—Tiene que sonreír —instruyó.
Él lo intentó, aunque se sintió raro. Cuando el obturador hizo click, el sonido resonó más fuerte de lo normal, agudo y definitivo, como el cierre de una puerta.
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