08/10/2025
🌧️ Cuando no tienes dinero
Cuando no tienes dinero, el hambre se siente diferente.
No hablo solo del hambre del estómago, hablo de esa hambre que se mete en el alma… la de querer avanzar y no poder, la de tener ganas de trabajar y no encontrar dónde, la de mirar los billetes ajenos y preguntarte en silencio cuándo volverá a ser tu turno.
Es curioso, pero cuando estás pasando una mala racha, parece que todo se junta.
Llega el recibo de la luz, del agua, la despensa se acaba, el gas se termina y el dinero simplemente no alcanza.
Sales con la esperanza de conseguir algo, cualquier cosa, y el cielo, como si también quisiera probarte, suelta una lluvia.
Y ahí vas, con los zapatos empapados, sin paraguas y sin dinero ni siquiera para el pasaje de regreso.
Recuerdo una vez… tocaba puertas en todos lados, con la esperanza de encontrar trabajo.
Nadie me daba una oportunidad.
Algunos te decían “vuelve mañana”, otros ni siquiera te miraban.
Y lo peor de todo no era eso, era la sensación de llegar a casa sin nada, con los bolsillos vacíos y la cabeza llena de preocupación.
Tenía un bebé de apenas dos años.
A veces me pedía galletas o un juguito, y yo, con el corazón apretado, salía a la tienda a ver si el dueño me fiaba algo.
Pero la respuesta siempre era la misma:
—No puedo, amigo, entiéndeme, es negocio.
Y claro, lo entendía… pero ese “no” dolía como si te lo clavaran en el pecho.
Porque sabías que tu hijo esperaba, que te miraba con esos ojitos inocentes creyendo que su papá podía todo, y tú llegabas con las manos vacías.
Es en esos momentos cuando conoces a la gente de verdad.
Cuando pides ayuda y te dicen “no tengo”, pero sabes que sí.
Cuando aquellos que antes te buscaban para la fiesta, para la cerveza, para reír, de pronto se desaparecen como si tu pobreza contagiara.
Y ahí, solo, entiendes quién sí y quién no.
Yo lo viví.
Lo viví y lo sufrí.
Y te juro que cuando por fin la vida me empezó a sonreír, me prometí a mí mismo que nunca dejaría a nadie solo en esos días grises.
Que si un amigo o un compañero pasaba por lo que yo pasé, haría lo imposible por tenderle la mano.
Porque entendí que la vida te enseña a ser bueno a golpes.
No es que uno nazca generoso, es que el hambre, la soledad y la falta de oportunidades te abren los ojos.
Te enseñan que nadie debería pasar por lo que tú pasaste si está en tus manos evitarlo.
Hoy mi hijo ya no es aquel niño que me pedía galletas con la mirada.
Ya es un joven, y aunque la vida cambió, aún recuerdo esos días.
Por eso, cada vez que lo veo comer, cada vez que le doy algo, siento que no solo alimento su cuerpo, sino también al niño que yo fui, ese que conoció la escasez, la vergüenza y la impotencia.
La pobreza te enseña a valorar hasta una moneda, pero sobre todo, te enseña a tener corazón.
Porque cuando has pasado hambre, ya no soportas ver a otro pasarla.
Cuando has sentido el peso del “no tengo”, aprendes a compartir aunque te quedes con menos.
Y así es la vida… primero te arrebata, luego te enseña, y después te devuelve lo que mereces, pero solo si no te vuelves duro de corazón.
Porque quien se endurece, olvida.
Y quien olvida, repite el mismo daño que alguna vez lo hizo llorar.
🌧️ Y tú… ¿qué harías si hoy alguien tocara tu puerta con la misma necesidad que un día tú tuviste?
¿Le cerrarías el paso o le tenderías la mano?