Libros y Arte La Libre

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07/11/2025

"Que sensación tan buena y tan profunda, ir desprendiéndose de todo y todos los que nada merecen, y reconocer, más allá de los años y las fronteras, una familia de espíritus afines.
Sintiéndose uno rodeado y acompañado, al fin, por muy pocos".

Albert Camus, en su aniversario.

31/10/2025

"Niña con máscara de la muerte." (1938)

30/10/2025

¿Qué es la semiótica ?
́tica

30/10/2025

Ingmar Bergman: el arquitecto del alma humana

En la historia del cine, pocos nombres resuenan con la fuerza espiritual y filosófica de Ingmar Bergman. Nacido en Uppsala, Suecia, en 1918, su obra constituye una de las exploraciones más profundas de la condición humana. Su cine no busca entretener: interroga, desgarra y reconcilia. A través de un lenguaje visual sobrio, casi ascético, Bergman transformó el silencio, el rostro y la duda en materiales esenciales del arte cinematográfico.

Educado en un ambiente protestante severo, el joven Bergman creció entre el dogma religioso y la angustia existencial. Esa tensión se convirtió en la piedra angular de su creación. En películas como El séptimo sello (1957) o Fresas salvajes (1957), el director aborda los grandes temas de la existencia: la fe, la muerte, el sentido, la culpa, la soledad. Cada plano parece una pregunta dirigida a Dios —o al vacío—, y cada silencio una confesión.

El séptimo sello, quizá su obra más emblemática, presenta la icónica escena del caballero Antonius Block jugando ajedrez con la Muerte. En esa partida metafísica se condensa la pregunta bergmaniana: ¿cómo vivir en un mundo donde Dios calla? La imagen es símbolo y rito, metáfora y espejo. Bergman, influido por Kierkegaard y el existencialismo europeo, convierte el cine en un espacio de meditación donde la cámara reemplaza al confesionario.

Sin embargo, su arte no se reduce al tormento metafísico. En Fresas salvajes, la introspección se vuelve poética: un anciano viaja por los caminos de su memoria y se enfrenta a las imágenes fragmentadas de su pasado. La nostalgia, la culpa y la redención se mezclan en una atmósfera de sueño. Bergman construye así una poética del tiempo interior, donde el recuerdo se revela como una forma de salvación.

En su etapa más madura, con obras como Persona (1966), Gritos y susurros (1972) o Escenas de la vida conyugal (1973), el director sueco lleva su mirada al terreno del alma femenina y de las relaciones humanas. En Persona, el silencio de una actriz y el desbordamiento verbal de su enfermera crean una fusión de identidades que roza lo inefable. Es un film sobre la máscara y la fractura del yo, sobre el teatro de la existencia. En Gritos y susurros, el rojo domina el encuadre como si la película respirara la sangre del sufrimiento; en Escenas de la vida conyugal, Bergman disecciona el amor con la precisión de un cirujano y la crueldad de un poeta.

Su relación con el teatro —dirigió decenas de obras de Strindberg, Ibsen y Shakespeare— reforzó su obsesión por la palabra y el rostro. En su cine, los rostros se convierten en paisajes: cada arruga es una historia, cada mirada una oración. La cámara, al acercarse tanto al ser humano, termina revelando lo invisible: el alma.

Bergman no fue solo un director; fue un filósofo de la imagen. Su obra traza un puente entre la angustia religiosa de los siglos pasados y la soledad contemporánea. Si el cine moderno tiene un rostro introspectivo, es en gran parte gracias a él. Su legado vive en Tarkovski, Kieslowski, Haneke, y en todo autor que ha entendido que el arte no debe responder, sino preguntar.

Ingmar Bergman murió en 2007, en la isla de Fårö, donde filmó muchas de sus películas. Allí, rodeado por el mar y el silencio, descansó quien convirtió el cine en una forma de meditación. Su mirada sigue viva: la de un hombre que, frente a la oscuridad del mundo, eligió mirar hacia adentro.

28/10/2025

Paul Ricoeur: El tiempo narrado como construcción de sentido

En la obra monumental Tiempo y narración, Paul Ricoeur propone una de las más profundas reflexiones filosóficas sobre la relación entre la temporalidad y la narración. Su pensamiento parte de una inquietud fundamental: ¿cómo el ser humano puede comprender el tiempo, si este es, por naturaleza, esquivo, fugaz y siempre en tránsito? Para Ricoeur, la respuesta no reside en la física ni en la cronología, sino en la narración, ese acto simbólico por el cual el tiempo adquiere forma, orden y sentido.

Ricoeur distingue entre el tiempo cósmico, el que miden los relojes, y el tiempo vivido, el que se experimenta en la conciencia. En este último, el pasado, el presente y el futuro no son compartimentos aislados, sino dimensiones interrelacionadas que se configuran mediante la narración. Contar una historia —ya sea individual o colectiva— es un modo de reconciliar estos tiempos dispares, de convertir la dispersión del acontecer en una trama inteligible.

La teoría de la mimesis que Ricoeur desarrolla resulta esencial para comprender este proceso. Él divide la mimesis en tres etapas: mimesis I, la precomprensión del mundo de la acción; mimesis II, la configuración narrativa que organiza los eventos en una trama coherente; y mimesis III, la refiguración, donde el lector o el oyente integra esa trama en su propia experiencia temporal. Así, la narración no solo representa el tiempo: lo recrea, lo modela y, en última instancia, lo habita.

Ricoeur ve en la literatura una forma privilegiada de conocimiento del tiempo humano. A través del relato, la vida se vuelve interpretable; la acción, justificable; la memoria, transmisible. De ahí que la identidad personal no sea una esencia fija, sino una identidad narrativa, un continuo relato que cada sujeto reescribe a lo largo de su existencia. El “quién soy” se responde, entonces, contando una historia.

El pensamiento de Ricoeur posee implicaciones éticas y políticas. Comprender la temporalidad narrativa implica reconocer que toda memoria es también una interpretación, y que el relato histórico nunca es neutro. La narración puede sanar o distorsionar, puede integrar el pasado o reprimirlo. En este sentido, la filosofía del tiempo de Ricoeur se convierte en una filosofía de la responsabilidad: narrar bien el tiempo es también habitarlo justamente.

En Tiempo y narración, la temporalidad deja de ser una abstracción para convertirse en una práctica de sentido. Vivir, para Ricoeur, es narrar: es inscribir los fragmentos dispersos de la experiencia en una trama que los vincule. Solo a través del relato el tiempo humano deja de ser una mera sucesión de instantes y se convierte en una historia compartida, donde recordar, comprender y anticipar forman un mismo gesto de interpretación.

Joan Miró: El lenguaje onírico del color y la formaJoan Miró fue uno de los artistas más innovadores y poéticos del sigl...
17/10/2025

Joan Miró: El lenguaje onírico del color y la forma

Joan Miró fue uno de los artistas más innovadores y poéticos del siglo XX. Su obra se caracteriza por una profunda búsqueda de libertad expresiva y una ruptura deliberada con las normas académicas del arte. Nacido en Barcelona en 1893, Miró formó parte de un contexto artístico en el que el surrealismo y las vanguardias europeas estaban redefiniendo el concepto mismo de creación. Sin embargo, a diferencia de otros movimientos, su arte no se limitó a la imitación del subconsciente, sino que tradujo lo onírico y lo imaginario a un lenguaje visual único, donde los símbolos y las formas flotan en un universo de líneas puras y colores vibrantes.

Su estilo evolucionó desde una primera etapa más figurativa hasta alcanzar una abstracción cargada de signos personales. En obras como El carnaval del arlequín o Mujer y pájaro en la noche, Miró muestra un cosmos en el que el humor, la poesía y la infancia se entrelazan. Cada elemento, por mínimo que sea, está impregnado de una energía vital y un deseo de trascendencia. Las estrellas, los ojos, los pájaros y las mujeres son motivos recurrentes que, más que representar, evocan.

Miró no pintaba solo para reproducir el mundo, sino para reinventarlo. Su uso del color —azules profundos, rojos intensos, amarillos solares— no obedece a una lógica naturalista, sino emocional. Sus lienzos son territorios del sueño, espacios de libertad absoluta donde la imaginación actúa sin restricciones. En su madurez, exploró también la escultura, la cerámica y la litografía, llevando su lenguaje plástico a nuevas dimensiones y consolidando su visión cósmica del arte.

El legado de Joan Miró es el de un creador que supo unir la ingenuidad del niño con la lucidez del visionario. Su obra invita a mirar el mundo con asombro y a entender que la verdadera modernidad no consiste en romper por romper, sino en encontrar una voz propia que transforme lo cotidiano en símbolo.

13/10/2025

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