08/07/2025
El Gremio Católico de Zapateros, Curtidores y Molineros: un legado de fe que ilumina el cielo de Motul
Motul, Yucatán a 7 de Julio de 2025.- En el corazón de Motul, Yucatán, donde las tradiciones laten con fuerza entre las piedras antiguas de la Iglesia de San Juan Bautista, vive uno de los gremios más emblemáticos y entrañables del Pueblo Mágico: "el Gremio Católico de Zapateros, Curtidores y Molineros. Una organización familiar que no solo conserva oficios antiguos, sino que mantiene encendida, año tras año, la llama de la fe y la devoción a la Santísima Virgen del Carmen".
Sus raíces se pierden entre los ecos del tiempo. Nadie recuerda con exactitud cuándo nació este gremio, pero sí se sabe que fue Don Diego Can Pech (+), junto con su esposa Doña Manuela Cauich (+), quienes acogieron esta tradición en el seno de su hogar, allá por la segunda década del siglo pasado. Desde entonces, cada 7 de julio, el cielo de Motul se convierte en un lienzo resplandeciente donde los fuegos artificiales —auténticos rezos de pólvora y color— se elevan en honor a la Virgen del Carmen, Patrona de Motul.
Don Diego, con su alma chispeante, fue un apasionado de los voladores. No sólo los lanzaba, los sentía como parte viva de su promesa. Incluso, en una ocasión, uno de ellos le estalló en la mano, dejándole una marca eterna que más que herida fue medalla de fe. Como él, otros socios fundadores compartían esa devoción envuelta en pólvora: Esteban Can Cauich (+), Isidora Canché de Can (+), Bartolomé Nahuat (+), Pedro Castro (+), Viviano Sánchez (+) y Restituto “Tuto” Herrera (+). Ellos daban cuerpo y alma al gremio, organizando colectas para mantener la tradición viva.
Fue alrededor de mediados del Siglo XX cuando el gremio quedó completamente en manos de la familia Can. Desde entonces, esta herencia se ha transmitido como un fuego sagrado de generación en generación. Hoy, el portador de esa luz es Esteban Marcelino Can Canché, nieto del fundador, quien afirma con la sencillez de quien habla con el corazón: “Mientras tenga vida, salud y trabajo, voy a iluminar una noche de las fiestas a la Virgencita del Carmen. Hay que iluminar la fe en el cielo. La Virgen es algo especial, a veces el dinero va y viene, por esto lo doy todo sin medida”.
“La Virgencita del Carmen ilumina mi camino durante el año; yo la ilumino en su fiesta. Sin duda, tenemos algo especial”, repite con los ojos llenos de brillo. Sus palabras no solo son promesa, son poesía viva de un pueblo que encuentra en lo más alto del cielo la respuesta a su devoción.
El destino, caprichoso y simbólico, quiso que Don Esteban Can Cauich, heredero de la tradición, partiera de este mundo un día 7 a las 8:45 de la noche, justo a la hora en que comienza la quema de los fuegos artificiales. Su muerte fue como un susurro del cielo, como si la Virgen lo hubiese llamado en el momento más luminoso de su vida. Su último deseo: que el gremio jamás desapareciera. Ese es su legado, y su familia lo honra con orgullo y responsabilidad.
La organización del gremio no es tarea fácil. Es costosa, laboriosa y requiere de muchas manos y corazones. Toda la familia Can se involucra. Marcelino, Diego y W***y, con los juegos artificales, logística y organización; Blanca, con la comida, Rosy con la anfitrionía; y Camilo Arturo Córdova y Can (esposo de Doña Blanquita) quien falleció en 2022, con el símbolo del Zapato, ese que camina con fe.
Durante todo el año igual con la ayuda de amigos, socios activos y sus hijos, la tesorera Manuela Can coordina actividades para recaudar fondos: crianza de cochinos, venta de panuchos todos los sábados, rifas, colectas. Cada centavo tiene destino, cada esfuerzo tiene propósito.
Actualmente también se suman los hijos y nietos de la familia Can que heredaron las costumbres y tradiciones Don Esteban, también conocido como Serrucho, por el conocido Trío Motuleños al que pertenecía.
La comida es otra ofrenda sagrada. El día del gremio, los alimentos no solo nutren a los vivos, sino también a los que ya partieron. “Cuando se está terminando la comida y está caliente, con el rezo de un padre nuestro se saca la primera ofrenda y se le pone en el altar”, cuenta María Rosenda, la mayor de los hermanos. “Se llama a las ánimas de los difuntos. Se les pone además bebidas a su gusto: refrescos embotellados, cervezas, agua”. Así, entre aromas de guisos, rezos y lágrimas discretas, se crea un puente invisible entre este mundo y el otro.
En Motul, cada 7 de julio, cuando la pólvora dibuja estrellas sobre el campanario, no sólo se encienden luces: se encienden promesas, se enciende la memoria, se enciende el alma de un pueblo que no olvida de dónde viene, ni a quién le debe su camino.
Porque en Motul, la fe no se grita: se quema, se canta, se reza... y se ilumina.
Por Alex Córdova Can
Hijo de Arturo Córdova (+) y Blanquita Can