31/10/2025
Mateo Lafontaine: el hombre que hizo respirar a las máquinas.
Por Lu Anton.
A cinco años de su partida (2020-2025)
El rumor de los sintetizadores no ha cesado. En algún punto entre el zumbido eléctrico y el silencio del concreto, la voz de Mateo Lafontaine "La Voz De Década 2" sigue filtrándose como una frecuencia baja que atraviesa el tiempo. Murió hace cinco años, pero su código aún parpadea en las venas de quienes creen que la música electrónica no es una pista de baile, sino un manifiesto.
DECADA 2 —su criatura más inquietante— nació en 1985, cuando la Ciudad de México era una urbe rota por el terremoto y la fe en el futuro tecnológico comenzaba a oxidarse. Junto a Carlos García, Mateo ensambló sonidos como si fueran tornillos de una máquina espiritual. El grupo no imitaba a Europa: la reinterpretaba desde la precariedad luminosa del Tercer Mundo. Era EBM hecho con metralla, Minimal Synth en ruinas, Industrial sin fábricas.
En los primeros años, la música de Década 2 era casi un acto de resistencia estética. Las radios los ignoraban; los ingenieros de sonido no sabían qué hacer con su “bombo pesadísimo” Pero allí, entre cables y osciladores, Mateo encontró una voz que no necesitaba complacencia. Su estética unía el dadaísmo con los engranajes soviéticos, el arte de Orozco con la geometría del ruido. Un engrane girando en un mural de fuego.
Lafontaine no era sólo músico. Era cronista de lo maquinal, diseñador, publicista, coleccionista de sintetizadores, y sobre todo un pensador que comprendió que el sonido es también ideología. En entrevistas criticaba la banalidad de la escena moderna:
“La música electrónica cayó en la comodidad de apretar play.”
Para él, tocar era un acto físico. El cuerpo del artista debía dialogar con la máquina, sudar junto a ella, sincronizar el pulso humano con la rigidez del voltaje. La música —decía— “puede ser bailada, pero no es su fin último”.
Sus composiciones, como Alfabeto, no eran canciones: eran manifestos cifrados. Letras breves, abstractas, pero cargadas de una visión sobre el tiempo, la identidad y el ruido. Cada beat era una sílaba metálica en un poema distópico. Década 2 no hacía música para discotecas, sino para fábricas abandonadas, para mentes que todavía soñaban con el progreso en medio del escombro.
Cuando la noticia de su muerte se esparció el 29 de octubre de 2020, a los 58 años, no hubo titulares ruidosos. Sólo un silencio espeso entre cables y consolas, como cuando una frecuencia desaparece del dial. Pero los que lo entendían supieron que no se había ido: sólo había mutado en energía, en pulso, en código.
Cinco años después, su legado persiste como una chispa que se niega a apagarse. Cada nuevo productor mexicano que programa un sintetizador, cada DJ que se atreve a mezclar ruido con pensamiento, lleva un eco suyo en la corriente. Mateo Lafontaine demostró que el arte electrónico no pertenece a la frivolidad, sino al territorio de lo político, de lo estético, de lo profundamente humano.
En su universo, la máquina no sustituye al hombre: lo amplifica.
Y en esa idea, tan simple como devastadora, descansa su inmortalidad.
Hoy, 40 años después de haber comenzado a girar los engranes de su música, el espíritu de Mateo sigue resonando en cada frecuencia gris de la ciudad.
Su voz fue soldada al alma del circuito.
Y mientras haya un sintetizador encendido,
Mateo Lafontaine seguirá respirando.