25/08/2024
Siempre Tengo Frio
Mi nombre... bueno, eso es algo que desconozco, pero la gente me llama Feliz.
Soy apenas un crío, quizás rondando los diez años, según Luchita, quien es como una madre para mí.
Fui abandonado bajo este puente cuando era tan solo un bebé. Al menos, eso es lo que Mamá Lucha me ha contado una y otra vez, aunque los recuerdos de aquellos primeros días se desvanecen en la oscuridad de mi mente.
Erramos por las calles, Mamá Lucha y yo, tratando de encontrar un atisbo de calidez en este mundo frío y despiadado. Ella se desvive por cuidarme, pero aún así, la gélida bruma siempre me envuelve. No obstante, Mamá Lucha promete que algún día todo cambiará, que encontraremos un lugar hermoso donde podremos cobijarnos. Mientras esperamos que ese día llegue, nos dedicamos a rescatar a otros niños que, como yo, deambulan solos y desamparados por las calles heladas.
Ayer, nuestros caminos se cruzaron con los de un niño de unos siete años, o al menos eso estimo. Mamá Lucha compartió su cálculo conmigo. El pequeño yacía solo en un desolado basurero, a las afueras de la ciudad. Sus lágrimas fluían sin cesar y sus labios no pronunciaban palabra alguna. Al acercarme a él, noté un terror inmenso en sus ojos al ver a Mamá Lucha. No lograba entender la razón de su temor, pero decidí tomar su frágil mano entre las mías. "Hola, soy Feliz", le susurré. "Ella es Mamá Lucha, una mujer bondadosa que nos cuida con devoción. Aunque el frío se aferra a nuestro ser, te prometo que nunca más estarás solo. Ven con nosotros. Nuestro hogar se encuentra bajo el puente de la Virgen". El chico permaneció en silencio, sin responder a mis palabras, y continuó llorando. Sin embargo, su mano apretó con firmeza la mía, y así, unidos, nos dirigimos hacia nuestro humilde refugio bajo aquel puente. Poco a poco, el chico dejó de llorar y, sin dudarlo, tomó la mano de Mamá Lucha. En ese momento, supe que estábamos forjando un destino en común. Mamá Lucha me susurró: "Ves, Feliz, está en tu naturaleza ayudar a otros". Pasaron horas hasta que el chico pronunció sus primeras palabras: "Me llamo Juan", dijo con voz temblorosa. "Solo quiero a mi papá. No quiero estar aquí, aunque ya no esté solo". Mamá Lucha le respondió con dulzura: "Tranquilo, pequeño ángel. Tu historia puede tomar un rumbo diferente al de tantos otros niños en tu situación. Solo debes tener paciencia". Al mencionar a su padre, me invadió la curiosidad y le pregunté por su madre. Aquellas palabras desencadenaron un torrente de lágrimas desconsoladas. Pasó un tiempo hasta que logró calmarse lo suficiente como para contarme su historia: "Mi mamá no me quiere, ni a mi papá. Pelean todo el tiempo, y un día, en medio de una terrible discusión, mi mamá le gritó a mi papá que se fuera y que jamás volvería a ver a su despreciable hijo". Juan sollozó amargamente, hasta que el cansancio venció sus lágrimas y se quedó dormido.
La mañana siguiente, Juan tomó mi mano y me preguntó acerca de mis padres. Con cierta tristeza, le respondí que nunca había conocido a los míos, que siempre había vivido solo junto a Mamá Lucha. Tras un momento de confianza compartida, Juan confesó con voz quebrada: "Mi mamá me empujó. Me miró de forma extraña y luego me abrazó con una fuerza desgarradora. Comenzó a llorar nuevamente y me dijo que tal vez lo necesitaba". Pero ahora, me ha dejado solo, y no quiero estar sin mi papá ni sin ella. No quiero volver a sentirme abrazado de esa manera. Tengo frío, Feliz, confesó entre sollozos. Conmovido por sus palabras, decidí buscar a su padre, allí donde lo encontramos por primera vez. Aunque, en mi corazón, intuía que su búsqueda sería en vano. Tras una larga exploración, finalmente lo encontré, o eso creí. Aunque asustado, su rostro se iluminó al saber que su hijo estaba a salvo.
Mamá Lucha apareció entonces, con una sonrisa en su rostro. "Ah, mi querido Feliz, eres tan valiente, mi pequeño ángel", dijo con ternura.
Seguimos al padre de Juan, quien buscaba desesperadamente a su hijo en el lugar que le señalé. Intenté advertirle que ya no estaba allí, pero Mamá Lucha me detuvo con una enigmática sonrisa. "Observa, Feliz", susurró. El padre de Juan llegó al viejo basurero y comenzó su búsqueda. Después de un rato, sacó entre los desechos el cuerpo inerte de su hijo. La escena me llenó de miedo, pero dirigí mi mirada a Mamá Lucha, buscando respuestas en su semblante. "Feliz, mi dulce ángel, Juan ha fallecido y vagaba solo. Tú le brindaste ayuda, y ahora descansa junto a su padre, en paz. Ya no sentirá más el frío". Sus palabras resonaron en mi mente, y Mamá Lucha añadió: "Tú también eres un ángel, Feliz, alguien que ha encontrado su propósito en ayudar a aquellos niños que han partido, para guiarlos hacia un lugar mejor".
En ese instante, comprendí muchas cosas. Comprendí por qué tantos niños habían cruzado mi camino para después desvanecerse en la nada. Mamá Lucha solo me decía que habían alcanzado su destino, un destino más allá de nuestras fronteras terrenales.
Mamá Lucha era un ángel de tránsito, una guía para aquellos niños que habían perecido en circunstancias trágicas y esperaban ser encontrados y despedidos con amor, para así ascender a un lugar mejor.
Yo... Yo soy Feliz. Estoy mu**to, mi existencia truncada por un ab**to. No tengo un destino superior al cual ascender, porque nadie me amó como a Juan. Sin embargo, tengo a Mamá Lucha y a tantos niños a quienes ayudar a encontrar ese camino que yo nunca podré recorrer. Ahora entiendo por qué siempre, siempre tengo frío.