
15/06/2025
No todo lo que brilla es sanación
A veces me pregunto en qué momento convertimos el alma en un proyecto de mejora continua.
Como si sanar fuera una meta que pudiera alcanzarse con tres pasos y una frase bonita pegada al espejo. Como si bastara con repetir “yo merezco” para que el cuerpo dejara de temblar por dentro. He caído ahí. Y más de una vez. Me tragué promesas empaquetadas en tonos pastel, creyendo que si pensaba bonito, todo lo oscuro desaparecería.
Pero el dolor no se evapora por decreto.
Se esconde. Se disfraza. Se espera. Y cuando no le damos nombre, se manifiesta como ansiedad que no cede, como insomnio que no perdona, como relaciones que duelen sin saber por qué. Las frases de Instagram no bastan. A veces incluso hacen daño. Porque si te repites que “todo está bien” cuando algo dentro se desangra, terminas creyendo que el problema… eres tú.
Hay una violencia dulce en la autoayuda superficial.
Te abraza mientras te niega. Te susurra que puedes con todo, pero te exige que nunca muestres debilidad. Y entonces fingimos estar bien. Nos volvemos expertos en aparentar paz mientras el alma se rompe en silencio. No es sanación. Es performance emocional. Una máscara de bienestar en un mundo que premia la positividad pero castiga la verdad.
Yo también dije “gracias por la lección” cuando todavía no podía ni respirar.
Yo también subrayé libros de crecimiento mientras evitaba mirar mi infancia de frente. Y sí, hay algo de luz en todo eso, pero no basta. Porque sanar no es una tendencia. Es un proceso brutal, íntimo, sucio a veces. Un viaje sin garantía, sin filtro, sin aplausos. Y nadie te prepara para la parte en la que no sabes si estás mejorando o simplemente sobreviviendo.
No estoy en contra de la esperanza. Estoy en contra del maquillaje emocional.
Porque hay heridas que no se curan con afirmaciones, sino con presencia. Con escucha real. Con espacios donde no haga falta mentir para ser aceptado. Clarisa Pinkola Estés lo escribió mejor que nadie: “la herida es el lugar por donde entra la luz”. Pero si tapamos la herida con brillantina, no entra nada. Solo se queda encerrada… supurando en lo profundo.
Tal vez debamos desaprender a sanar como nos dijeron.
Tal vez no sea un proceso ascendente y bello, sino un espiral caótico donde a veces retrocedes y a veces floreces. Tal vez no se trate de sentirte mejor, sino de sentirte más honesto. Menos dividido. Menos solo. A veces el verdadero acto de amor no es decirte “puedo”, sino admitir: “no sé cómo, pero sigo aquí”.
Esto no es un mensaje motivacional.
Es una pausa. Un respiro. Una grieta en medio de tantos discursos que empujan sin preguntar. Si estás harto de fingir que vas bien, tal vez ya estás más cerca de ti. Y si todavía no puedes con todo… está bien. Nadie puede. No del todo. No siempre.