
14/07/2025
LO QUE MI MADRE NUNCA ME DIJO
Esta historia me la compartió Susana, una mujer de 45 años. Me pidió que la contara porque cree que, tal vez, alguien más allá afuera necesita escucharla. Esto fue lo que me dijo...
Hola. No suelo contar esto, de hecho, apenas lo he hablado con alguien. Pero necesito hacerlo. Me llamo Susana, tengo 45 años y desde hace más de veinte, me dedico a la docencia. En las mañanas soy maestra de primaria, y por las tardes doy clases en una preparatoria.
Siempre he tenido una vida bastante tranquila, o al menos eso creía. Tengo una casa modesta, llena de plantas —me gustan las que no necesitan muchos cuidados—, leo novelas de misterio, y todas las noches me hago un café negro mientras escucho música instrumental suave. Si alguien me conociera solo por lo que comparto en el aula, diría que soy una persona fuerte, paciente, incluso feliz.
Pero hace dos años, mi madre murió, y desde entonces… nada volvió a ser igual.
Mi relación con ella fue complicada. De adolescente la llegué a odiar. Era estricta, demasiado. No me dejaba salir, me controlaba con quién hablaba, a veces hasta me revisaba las mochilas. Nunca entendí por qué. Discutíamos todo el tiempo. Me decía que no era por desconfianza en mí, sino por los demás. Yo pensaba que era solo una excusa para controlarme.
Pero todo cambió después de su muerte.
Estaba limpiando su casa. Me costó mucho entrar ahí. Todo seguía intacto: su taza con té en la cocina, sus lentes de lectura sobre la mesa, las plantas que yo le ayudaba a regar. Fue ahí, entre sus cosas, que encontré una caja. No estaba a la vista. Había sido escondida en un doble fondo del ropero, como si no quisiera que nadie la encontrara jamás.
Adentro, había cartas. Decenas. Todas con la misma caligrafía, firmadas por un hombre al que no veía desde que era niña: mi padre.
Siempre me dijeron que él se fue porque no se llevaba bien con mi madre. Me hicieron creer que fue una separación normal. Pero esas cartas contaban otra historia.
En ellas, mi padre le exigía a mi madre que cumpliera un pacto. Un pacto que habían hecho antes de que yo naciera. Él había prometido —y esto me costó mucho entenderlo— entregar a su primogénita a una deidad a la que rendía culto. Una deidad… demoníaca. Azaal-Zhun.
Las palabras que usaba eran espantosas: "La sangre pactada debe ser entregada", "No puedes esconderla para siempre", "Ella me pertenece".
Descubrí que mi madre se había separado de él no por una discusión común, sino porque descubrió esta locura. Desde entonces, se dedicó a esconderme. Por eso cambiábamos tanto de casa. Por eso vivíamos con tanto miedo. Y yo… yo nunca lo entendí. La juzgué.
Pero su silencio fue su forma de protegerme.
Las cosas raras comenzaron esa misma semana. Escuché pasos en la casa por las noches. Ruidos en las paredes. Sentía que alguien me observaba. Una noche, encontré una figura de barro y huesos en mi jardín. Parecía un tótem. Al día siguiente, otra figura igual estaba en el buzón. Tenía un mechón de cabello.
No era coincidencia.
Comencé a investigar, revisé cada carta, busqué registros de la secta. Encontré un nombre: Los Ojos de Azaal. Era una organización secreta, disuelta en apariencia, pero con ramificaciones en distintas regiones del país. Eran muy meticulosos. Actuaban en la sombra. Y algo me decía que sabían que yo había leído las cartas.
Una noche, desperté con una sensación extraña. Me dolía el pecho, como si algo se me hubiera posado encima. Caminé hacia la sala y ahí estaba: una figura encapuchada, parada junto a la ventana. No hizo nada. Solo me miró… y desapareció.
Estaba perdiendo la cordura.
Desesperada, llevé las cartas a una mujer que sabía leer energías, una especie de curandera. Me dijo algo que jamás olvidaré: "Tu madre hizo un pacto para protegerte. Uno más fuerte que el de tu padre. Pero ese pacto se rompe cuando tú dudas del amor que ella te tuvo."
Esa noche encendí una vela, puse una fotografía de mi madre, y le pedí perdón. Le agradecí. Le hablé como nunca lo hice en vida. Y entonces, el silencio volvió. Las figuras dejaron de aparecer. Los sueños oscuros cesaron.
Hoy entiendo. Mi madre lo dio todo. Me protegió del hombre que ella alguna vez amó. Me escondió del in****no. Y nunca me lo dijo para que pudiera tener una vida normal, o al menos lo más cercana a eso.
Ahora que llega el Día de las Madres, no tengo flores ni palabras bonitas… tengo gratitud. Gratitud por cada límite, por cada regaño, por cada "no" que me salvó la vida.
Y a ti, que estás escuchando esto, te quiero preguntar:
¿Qué estarías dispuesto a hacer por amor a tu madre?
Cuéntamelo en los comentarios. Tal vez… tu historia también deba ser contada.