19/05/2025
Ser parte del sistema judicial implica una gran responsabilidad. En el ámbito de lo familiar, donde he desempeñado mi labor, esta responsabilidad se profundiza, ya que nos enfrentamos a problemáticas sociales complejas que exigen mucho más que el conocimiento técnico y la aplicación estricta de la norma. Requiere también empatía, escucha activa y una comprensión integral del contexto en el que viven las personas que acuden a los tribunales.
La justicia familiar demanda humanidad, una perspectiva centrada en los derechos y, sobre todo, un compromiso auténtico con el bienestar de niñas, niños, adolescentes y sus familias. No basta con dictar sentencias: hay que saber escuchar, comprender y actuar con sensibilidad e imparcialidad. Esta es una exigencia ética que guía cada una de mis intervenciones.
Con esa convicción, he procurado ampliar mi labor más allá del espacio judicial, colaborando con escuelas, organismos y asociaciones civiles mediante talleres, foros y conferencias orientadas a la prevención de la violencia, la promoción de los derechos humanos y, especialmente, la defensa de los derechos de la infancia y la adolescencia, lo anterior a fin de transformar la realidad que compartimos, en la búsqueda de una sociedad más justa y equitativa.