11/09/2025
𝐍𝐮́𝐦𝐞𝐫𝐨𝐬 𝐚𝐥𝐞𝐠𝐫𝐞𝐬 𝐲 𝐫𝐞𝐚𝐥𝐢𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐜𝐫𝐮𝐝𝐚𝐬: 𝐥𝐨𝐬 𝐢𝐧𝐟𝐨𝐫𝐦𝐞𝐬 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐭𝐫𝐚𝐦𝐩𝐨𝐥𝐢́𝐧 𝐞𝐥𝐞𝐜𝐭𝐨𝐫𝐚𝐥 𝐞𝐧 𝐐𝐮𝐢𝐧𝐭𝐚𝐧𝐚 𝐑𝐨𝐨.
𝐏𝐨𝐫: 𝐉𝐮𝐚𝐧 𝐒𝐨𝐬𝐚
Cada año, los informes de gobierno en Quintana Roo se presentan como espectáculos de cifras brillantes, gráficas ascendentes y promesas cumplidas en papel. En efecto, se trata de un ritual donde alcaldes y alcaldesas, con discursos ensayados y escenarios cuidadosamente montados, se visten de gestores incansables de progreso. Sin embargo, detrás de esta narrativa institucional se esconde una realidad que los ciudadanos padecen día con día: calles rotas, inseguridad, servicios deficientes y un futuro que nunca llega.
Por lo tanto, los llamados “números alegres” que se exhiben en estos informes no son más que un maquillaje político. Por ejemplo, en Felipe Carrillo Puerto, Tulum, Othón P. Blanco y otros municipios, se presume inversión histórica en obra pública, pero en realidad los baches se vuelven cráteres y las colonias carecen de luminarias. Asimismo, se habla de reforzar la seguridad, aunque la percepción ciudadana sigue anclada en la desconfianza hacia las instituciones y en la angustia de la violencia cotidiana. De igual forma, se presume apoyo social, pero las comunidades rurales y populares continúan abandonadas, obligadas a sobrevivir con programas asistenciales que apenas alcanzan para paliar el abandono estructural.
De ahí que la frivolidad con la que los alcaldes celebran sus “logros” contraste con el desgaste social. En consecuencia, la narrativa oficial se ha convertido en un mecanismo de autopromoción y no de rendición de cuentas. Así, los informes ya no son informes: son desfiles de egos, trampolines políticos disfrazados de transparencia. De hecho, cada lámina proyectada y cada cifra pronunciada en el atril responde más a una estrategia de marketing que a un compromiso con la verdad.
Hoy en día, estos informes ya no buscan convencer a los ciudadanos, sino más bien posicionar a los adelantados rumbo al 2027. Por ello, las cifras no son balances, sino armas políticas para pavimentar aspiraciones personales. Lo que debería ser un ejercicio de evaluación y autocrítica se ha transformado, lamentablemente, en un escaparate de vanidades electorales.
La ciudadanía, por su parte, no necesita gráficos ni discursos para evaluar resultados. Al contrario, el juicio se da en las calles sin pavimentar, en los hospitales sin medicamentos, en el transporte público ineficiente y en la inseguridad que marca la vida diaria. En otras palabras, el verdadero informe lo rinde la realidad, y esa no admite retoques ni ediciones.
Y ahí radica, precisamente, la contradicción más evidente: mientras los alcaldes hablan de progreso, la gente vive el retroceso. Mientras presumen cifras récord, la ciudadanía acumula deudas pendientes. Así pues, la narrativa institucional seguirá intentando dibujar un estado ideal, pero es tarea de los ciudadanos no dejarse arrullar por esa simulación.
En definitiva, exigir cuentas claras, mirar más allá del discurso y confrontar los hechos con la experiencia cotidiana es el único antídoto contra los gobiernos que prefieren administrar apariencias antes que resolver problemas.
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