22/07/2025
Luis Miguel no es un artista. Es un fenómeno que creció con el país, con las abuelas, con las madres y ahora con los nietos.
Pero no, no es perfecto. Y tampoco lo necesita.
Desde niño fue una mina de oro. Lo explotaron, lo moldearon, lo llevaron al límite… y aun así brilló. Con 12 años ya cantaba mejor que la mitad de los adultos de su generación. Con 17, ya era leyenda. Con 25, ya tenía el mundo a sus pies y un ego del tamaño de Acapulco.
Lo bueno
Tiene una de las voces más limpias, potentes y afinadas de la música latina. No hay autotune, no hay playback, no hay trucos. Canta con el diafragma, con técnica quirúrgica y con una presencia escénica que ni Sinatra.
Y eso no lo pueden negar ni sus haters.
Es el único que pudo revivir el bolero y hacer que los millennials lo cantaran en bodas, en pedas y en funerales. Le dio clase al pop en español. Le dio brillo a lo viejo. Y lo hizo sin andar llorando en redes, sin contar su vida para ganar empatía.
Lo malo
Pero también hay que decirlo: se desconectó.
Aislado. Ensoberbecido. Inaccesible.
Desapareció cuando más lo necesitaba la música. Canceló conciertos, dejó a fans colgados, y no pocas veces se burló del público con shows de media hora o con voz deteriorada.
Lo que en otros sería imperdonable, en él se volvió misterio. ¿Por qué? Porque Luis Miguel es el último mito vivo. Y los mitos se permiten el lujo de no explicar nada.
La verdad incómoda
Luis Miguel es tan amado como criticado, pero sigue llenando arenas, sigue cobrando millones, y sigue cantando mejor que el 90% de los artistas actuales.
No hace playback. No se pone sombreros ridículos. No sube TikToks haciendo caritas.
Solo canta. Y eso le basta.
Y aunque ya no conecte con las nuevas generaciones como antes, aunque su vida sea un enigma y su personalidad un muro, su música quedó tatuada en la historia de Latinoamérica.
Él no necesita estar presente para que lo recuerden.
Luis Miguel no evoluciona: resiste.
Y eso, en esta era de modas desechables, es más valioso que cualquier Grammy.
Lo ames o lo odies, hay algo claro: no habrá otro igual.
Lo demás… es historia.
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