29/09/2025
¿Cuál era la verdadera apariencia de Hernán Cortés?
El conquistador —o el invasor, como prefieras llamarlo— fue un hombre de su época: ambicioso, aventurero, astuto. No se le puede negar la inteligencia, ni su habilidad para leer la situación en la que estaba Mesoamérica: pueblos divididos, guerras constantes y el poderío tenochca dominando a gran parte de la región. Eso fue lo que le permitió, más que la fuerza de sus armas, hacer lo impensable: conquistar.
¿Guerrero? No tanto. Varias veces los mexicas lo capturaron y fueron sus compañeros quienes lo salvaron de terminar en la piedra de sacrificios. ¿Inteligente? Sí, convencer y manipular a cientos de nativos no era cosa fácil. ¿Ambicioso? También: como todos los caudillos, buscaba gloria, fama y riquezas, no “civilizar”, como después se intentó justificar.
¿Sanguinario y cruel? Claro, igual que los hombres de guerra de cualquier bando en esa época. La guerra era bestia, y tanto mexicas como españoles compartían esa mentalidad de conquistar y morir con “honor”. Cortés, además, llevaba encima el impulso religioso medieval: derrotar a los “enemigos de Dios”.
¿Brillante general? No. Más bien fue astuto y carismático. Sin los aliados nativos —Tlaxcaltecas, Ixtlilxóchitl, Malintzin— los españoles no hubieran durado ni una semana en esas tierras.
Entonces, ¿cómo se veía realmente?
Muchos recuerdan la caricatura de Diego Rivera, donde lo retrató como un enano jorobado y enfermizo. Pero eso fue sátira política, no historia. Rivera, indigenista y enemigo declarado de la imagen del conquistador, exageró sin ningún respaldo científico.
Las descripciones más confiables vienen de quienes lo conocieron en vida:
Bernal Díaz del Castillo lo pinta de “buena estatura, bien proporcionado, de tez cenicienta, ojos graves, barba escasa y cabello oscuro, pecho alto y piernas bien formadas”.
Christoph Weiditz, que lo vio en 1529, lo describe con “frente alta, cabello castaño lacio, mirada triste y lejana, nariz aguileña, una cicatriz en la mejilla, boca carnosa y cuerpo enjuto”.
López de Gómara coincide: “buena estatura, gran pecho, color ceniciento, cabello largo, barba clara, gran fuerza y destreza en las armas”.
En resumen: Hernán Cortés no fue ni el monstruo deformado que algunos quieren pintar, ni el héroe perfecto que otros han querido vender. Fue un hombre común en apariencia, pero con la astucia suficiente para aprovechar un momento histórico que cambió al mundo.