09/07/2025
"La Combi Blanca"
Había una vez una combi blanca que recorría los caminos de México como si llevara un pedacito de cielo sobre ruedas. No era una combi cualquiera: adentro viajaba una familia que reía, cantaba y soñaba junta. El papá manejaba con su bigote bien peinado y una sonrisa tranquila. A su lado, siempre la mamá rubia, de cabello corto, con su mirada dulce y fuerte, que lo acompañaba en cada kilómetro del camino.
Detrás iban tres niños: Perla, la rubiecita de dos coletas; Poncho, el pequeño de la sudadera de las Tortugas Ninja; y Esmeralda, la de los rizos juguetones, que no paraba de mirar por la ventana, soñando despierta.
En cada viaje, la música era una pasajera más. La Sonora Santanera, la Sonora Matancera, Lobo Melón, Marco Antonio Muñiz… todos se subían sin pagar boleto. Las canciones llenaban el aire, y también el corazón. Había una que decía "Y el queso que había en la mesa, también se lo comió… ese barbarazo acabó con todo", y todos reían a carcajadas, como si el mundo fuera solo risas y carretera.
El trayecto favorito era aquel que los llevaba a Ciudad Madero. “¡Ya mero, ya mero!”, gritaban emocionados al ver las señales. Siempre hacían una parada en un restaurante que parecía de cuento: Los Kikos. Ahí la combi descansaba, y ellos también, llenando la mesa de antojitos y la memoria de recuerdos.
Ahora el camino sigue siendo el mismo, pero la combi ya no está. Y de aquellos cinco viajeros, quedan tres. El papá y el pequeño Poncho ahora viajan por otras rutas, desde el cielo, con alas en lugar de cinturón. Pero en cada curva del camino, en cada canción vieja, vuelven. Porque los recuerdos no mueren, solo cambian de forma.
Hoy, Esmeralda recuerda. Cierra los ojos y puede oír la música, las risas, el “Ya mero, ya mero”. Y entonces sabe que aunque el tiempo pase, hay viajes que duran para siempre.