
19/08/2025
"Ser mujer, indígena y pobre no es lo peor que puede pasarle a una mujer".
Lo verdaderamente grave es cuando los sistemas de opresión logran instalar en la mirada y el pensamiento la idea de que esta condición es sinónimo de desgracia, de destino trágico, de algo de lo que se deba ser “rescatada”.
Ese gesto de lástima no es inocente: es ra***ta, colonialista, misógino y paternalista.
Cuando alguien dice que ser mujer, indígena y pobre es lo peor, lo que en realidad hace es negar la dignidad de las mujeres indígenas. No reconoce las resistencias, los saberes, las prácticas comunitarias, las redes, los proyectos políticos. Es colocarse en una posición de superioridad, en la comodidad del lugar de “ayudar” o “rescatar”.
El problema es que el Estado ha fallado históricamente en garantizar derechos básicos, que despoja territorios, que permite violencia estructural.
A las mujeres indígenas el Estado les debe muchísimo: justicia social, reparación histórica, reconocimiento, redistribución de recursos y, sobre todo, el fin del racismo, del clasismo y de la misoginia institucional.
Se trata de asumir que también son sujetas políticas plenas, y de entender que lo urgente es transformar los sistemas de opresión que precarizan la vida. La lucha no es por entrar a una estructura que se sustenta en la explotación de las mujeres y la tierra, sino en desmantelar ese orden y construir otro, desde los saberes y resistencias propios.