17/07/2025
🎃LA MORGUE DE LOS FANTASMAS ☠️
El reloj digital marcaba siempre la misma hora: 1:45 AM Cada noche, sin falta, Charly abría los ojos a esa cifra luminosa. Y cada noche, la escena era idéntica, clavada en su memoria con el frío filo del terror. Alrededor de su cama, en la penumbra pegajosa de su habitación, había varios chicos. No se movían. Solo miraban. Sus siluetas eran apenas discernibles en la oscuridad, sombras más densas que el aire, con ojos que parecían absorber la poca luz que se filtraba de la calle.
Por esa razón, Charly amanecía con la cama empapada, un charco vergonzoso que se extendía bajo él. Tenía siete años, y el miedo era un peso constante sobre su pequeño pecho. Su madre, siempre tan ocupada, nunca le preguntó por qué. Solo cambiaba las sábanas con un suspiro cansado, y a veces, una mirada que Charly no sabía interpretar, una mezcla de resignación y fastidio. Así pasó un año entero, un ciclo interminable de noches en vela y mañanas húmedas.
El terror se acumulaba, se fermentaba en su interior hasta que una noche, a las 1:45 AM, Charly no pudo más. Las figuras inmóviles lo rodeaban, sus miradas sin fondo parecían perforarlo. Las palabras se le atoraron en la garganta, pero la desesperación fue más fuerte.
—¡Déjenme en paz! —jadeó, su voz apenas un hilo, temblando en la oscuridad—. ¿Por qué me hacen esto? ¿Por qué me atormentan?
Una de las sombras se inclinó un poco más, su forma borrosa se hizo un poco más definida, como si la oscuridad se concentrara en ella. Y entonces, un susurro. No vino de sus labios, sino de todas partes a la vez, como el arrullo de hojas secas o el deslizamiento de arena fina.
—Estamos debajo de ti…
El corazón de Charly dio un vuelco. "Debajo de mí". La frase se repitió en su mente como un eco helado. A la mañana siguiente, no esperó a su madre. Se levantó de la cama húmeda y corrió. No hacia la cocina, no hacia la sala. Corrió hacia el sótano.
La puerta del sótano, usualmente cerrada con llave, estaba extrañamente abierta. Bajó las escaleras de madera, que crujían bajo su peso ligero. El aire era pesado, cargado con el olor a moho, tierra húmeda y algo... más. Entre cajas viejas cubiertas de polvo y telarañas, Charly buscó. Movió un viejo baúl, luego una pila de revistas amarillentas. Y ahí estaba.
En la pared del fondo, detrás de todo el desorden, había una abertura. No una puerta, sino un hueco irregular, como si algo la hubiera abierto a la fuerza. Un pasadizo oscuro que emanaba un frío antinatural. Charly dudó por un instante, pero la mezcla de terror y la necesidad desesperada de entender lo impulsó a seguir.
Se arrastró por la estrecha abertura, el polvo y la tierra pegándose a su ropa. A medida que avanzaba, los susurros volvieron, más cercanos, más insistentes. Ya no eran solo las voces, sino también unos pasos arrastrados detrás de él, apenas perceptibles, pero definitivamente allí. La oscuridad era total, sofocante.
De repente, la abertura se ensanchó y Charly cayó en un espacio más grande, el aire denso y metálico, con un olor a formol y algo dulzón y pútrido. Una luz tenue parpadeaba en la distancia, revelando formas alargadas cubiertas con sábanas blancas. Era una morgue. Pequeña, improvisada, pero inconfundible. Las sombras que lo acechaban en su habitación estaban allí, de pie entre las camillas, sus ojos vacíos fijos en él.
Charly intentó girar, escapar, volver por donde vino. Pero en ese instante, el hueco por el que había entrado, la única vía de escape, se cerró con un golpe sordo, dejando a Charly atrapado en la oscuridad. El sonido del cierre resonó, y en la penumbra, las siluetas se movieron. Se acercaron lentamente, susurrando, sus voces infantiles, llenas de una alegría siniestra.
—Ahora estás con nosotros, Charly… —dijeron al unísono, sus voces envolviéndolo, y Charly sintió que el frío de la morgue se metía en su piel, un frío que ya conocía muy bien de sus noches en la cama. Un frío que lo acompañaría para siempre.