28/11/2025
"El Eco Silencioso del Abuelo y la Sabiduría del Jaguar Dormido"
Bajo la plateada luz de la luna llena, que se derramaba sobre las antiguas piedras de la pirámide maya, el Anciano Don Pepe se sentaba junto a la fogata crepitante.
Su rostro, surcado por el tiempo, era un mapa de historias y silencios, y sus ojos, profundos como los cenotes sagrados, contemplaban las llamas danzantes.
Detrás de él, en la penumbra del bosque, dos pequeñas figuras de piedra con ojos rojos parecían observar, guardianes o quizás escuchas curiosos, él los llamaba aluxes.
Esa noche, Don Pepe esperaba a su nieto, Kisay. Kisay era un joven de espíritu impetuoso, con el corazón lleno de la prisa del mundo nuevo y la cabeza siempre más atenta a los murmullos del viento que a las palabras pausadas de sus mayores.
Había crecido escuchando las advertencias de su abuelo sobre el equilibrio, el respeto a los espíritus del monte y la importancia de honrar el legado, pero a men**o sus consejos le parecían ecos de un tiempo lejano, irrelevantes para su propia vida.
Finalmente, Kisay apareció, cansado de su día de trabajo, con una expresión de impaciencia apenas disimulada. "Abuelo," dijo, "el sol ya se ha dormido y la luna se ha despertado. ¿Qué historia me aguarda esta noche? Mis oídos están cansados de las viejas leyendas."
Don Pepe sonrió con tristeza, una sombra cruzando sus ojos. "Hoy no te contaré una historia, nieto. Hoy te daré un consejo, uno que he aprendido del Balam de la Noche, aquel que ve sin ser visto y escucha sin oír palabras."
Kisay suspiró, su mente ya divagando. "Estoy escuchando, abuelo," dijo, aunque sus ojos buscaban el cielo, calculando la hora de su sueño.
"En los viejos tiempos," comenzó Don Pepe, "cuando los primeros hombres caminaban la tierra, el Gran Árbol del Mundo conectaba todos los reinos.
Sus raíces eran el pasado también conocido como el inframundo, su tronco el presente también conocido como la parte terrenal y sus ramas el futuro que también representan a los Dioses.
Y en cada raíz, en cada n**o del tronco, residía una historia, una lección susurrada por aquellos que nos precedieron.
Pero solo aquellos con el corazón en silencio y los oídos abiertos al eco podían comprenderlas."
Don Pepe hizo una pausa, sus ojos fijos en Kisay, quien ahora jugaba distraídamente con una piedra. "Los abuelos," continuó, su voz suave pero firme, "somos como esas raíces.
Hemos absorbido la lluvia de incontables estaciones, hemos resistido las tormentas y hemos sostenido el crecimiento.
Nuestros consejos no son meras palabras; son el zumo vital que nutre el tronco, el pasado que asegura el futuro."
"Los jóvenes, como tú, a men**o ven en el futuro un brillo propio, una promesa de libertad sin los pesos del pasado. Pero te digo, Kisay, ignorar el eco de las raíces es como cortar el árbol del mundo. Los espíritus del monte, incluso los pequeños guardianes que nos observan desde las sombras de la pirámide escuchan y aprenden de la voz de los abuelos mayas.”
Dedicado a Don Pepe (+) de su nieto Kisay
