23/06/2025
Compilado de historias de terror: Puga Nayarit – Narraciones de Ornelas
Tercer historia: "Nunca te voy a dejar”
Esta historia se desarrolló en Francisco I. Madero Puga, Sucedió a finales de los años setenta, principios de los ochenta, cuando la oscuridad en las calles era tan densa como los secretos que a veces se escondían en las casas humildes del pueblo.
La protagonista lleva por nombre Sandra Orozco, una joven originaria de Puga que por esos años estudiaba la carrera de Enfermería en la Universidad Autónoma de Nayarit. Era una muchacha seria, aplicada en sus estudios, como cualquier otra, una chica normal… salvo por una costumbre inquietante que pocos conocían.
Sandra sentía una atracción difícil de explicar por lo oculto, por lo prohibido. Tenía en su poder una tabla Ouija, y desde que descubrió ese mundo se jugar con ella se había convertido en un ritual muy habitual. En el trascurso del día mientras hacia sus actividades contaba los minutos para llegar a su casa y por las noches, luego de cenar y encerrarse en su cuarto, encendía una vela, se sentaba en el piso y colocaba el tablero, allí en la penumbra y al amparo de la luz de su tenue veladora… comenzaba a invocar a quien fuera que se prestara a contactar, Ella no sabía de los peligros, como una joven inexperta para ella solo era un juego, y como tal así iniciaba sus sesiones comenzaba diciendo:
—¿Ouija, quieres jugar conmigo? —preguntaba siempre, casi como un rezo.
Al principio no sucedía nada, sus peticiones eran ignoradas, pero a poco comenzaron las respuestas, comenzó con movimientos suaves del puntero, respuestas vagas y sin sentido. Pero con el tiempo, las manifestaciones comenzaron a intensificarse: ruidos inexplicables, objetos que se caían por sí solos, súbitamente su vela se apagaba y la penumbra se instalaba en su habitación, para ella era el comienzo, después canicas rebotando en el piso sin que nadie las lanzara… Susurros que le erizaban la piel y esa sensación constante de que algo la observaba desde las sombras.
Una noche, sin saber que marcaría su vida para siempre, Después de varios intentos Sandra tuvo éxito y lo logró, pudo contactar de manera más directa, el puntero se giró y comenzó a danzar sobre la tabla, y se dibujó un “Hola” ¿Cómo te llamas? Sandra contestó: Soy Sandra y tú ¿Quién eres?
Y entonces recibió una respuesta clara:
El puntero comenzó a moverse y una a una se fueron uniendo las letras, hasta que se completó la frase
—Yo soy Teresa Soto.
Después de esa tenebrosa presentación con un ente del más allá se marcó un parteaguas, Sus conversaciones duraban hasta entrada la madrugada, el ente logro generar mucha confianza en Sandra se sentía en confianza y de todo hablaban. Algo la empujaba a seguir conversando con ese ser, con Teresa Soto. Teresa, la manifestación se abrió también y le contaba cosas: Le platicaba que ella hacía muchos años que había vivido allí, en Puga. que murió joven, Y que tenía mucha rabia con su familia, ya que ninguno ni parientes cercanos ni lejanos la habían despedido como merecía. Sandra, sin notarlo, se volvió dependiente de esas conversaciones. Teresa Soto desde otra dimensión se convirtió en su mejor confidente… era su amiga, pero Sandra no tenía idea de lo que hacía, No sabía las intenciones de ese ser, pero algo era claro con su compañía Sandra alimentaba a Teresa… Un gran error.
Hasta que un día, en plena sesión, la conversación se tornó extraña, Teresa Soto cambió el tono, y dijo:
Oye, Sandra tengo una inquietud y te quiero preguntar
—¿No me quieres conocer en persona?
Sandra se sobresaltó, sintió como un aliento terroso y frio se escurría por su espalda y hasta los pies. Rápidamente respondio:
—¡No! ¿Cómo crees? ¿Para qué? —respondió con la voz quebrada y su corazón agolpado en el pecho.
La respuesta fue inquietante se hizo dueño el silencio:
Entonces, fue evidente la molestia de “Teresa Soto”, Se comenzó a dibujar en el tablero letra a letra las palabras: ¡Pensé que éramos amigas!... respondió el espíritu, y se recorrió violentamente una silla hasta el extremo del cuarto rompiéndose al chocar con la pared y las cortinas ondearon como banderas al viento, y entonces Teresa Soto dijo:
—Pues no me interesa sino me quieres ver. Yo a ti sí te quiero ver. Bastante me han ignorado en vida tú no lo harás ahora, y me manifestaré, tenlo por seguro tus ojos me van a ver. De día o de noche, pero me vas a ver.
Con el rostro pálido y las manos temblorosas, Sandra cerró la sesión y guardó la tabla. No sabía que hacer, intentó deshacerse de la tabla, pero siempre regresaba, si la tiraba en un baldío al día siguiente estaba sobre su cama como si nada, Intentó quemarla, romperla, pero nada, hasta que supo que no había manera de deshacerse de ella, después un compañero de clase le dijo: si quieres deshacerte de ella, debes regalarla, a alguien o al menos eso tenía entendido. Pero lo que Sandra no sabía… es que ya era demasiado tarde.
Las noches siguientes, Teresa comenzó a meterse en sus sueños. Sandra no había visto su rostro, pero sabía que era ella: una mujer vestida de negro, con el cabello largo y oscuro como la noche misma, flotando en sus pesadillas como una sombra que se negaba a irse. Nunca le mostraba el rostro, pero la presencia era sofocante. Una energía maligna, densa… familiar.
Una noche, tras salir de clases, Sandra abordó el último transporte rumbo a Puga. Eran cerca de las 8:00 p. m., y cuando llegó a la parada del pueblo eran casi a las nueve de la noche. El cielo estaba estrellado, en los pueblos en esos años las personas no salían mucho de noche, por lo que la calle estaba vacía, y aunque había algunas farolas, su luz apenas alumbraba unos metros. Las aceras de adoquín estaban solas y silenciosas. Sandra caminó por ellas con paso rápido, sentía algo raro, no sabía qué, pero algo en el ambiente se sentía mal… como si el pueblo entero contuviera la respiración.
Fue al llegar a las vías del tren, justo detrás del edificio del sindicato, una construcción vieja de cantera, iba aprestando el paso cuando la vio.
Allí, de pie, en medio de las vías, como si ya la estuviera esperando estaba una mujer vestida de negro, con el cabello ondulando como si flotara en agua, sus ropas se suspendían y bailaban de un lado a otro como si el viento soplara. Pero no había ninguna brisa, y el silencio se manifestó como un gigante.
Sandra se detuvo inmediatamente. La respiración se aceleró, su corazón palpitaba recio, y se sentía desvanecer.
—¡Teresa Soto! — Balbuceo bajito.
La mujer como si la hubiese escuchado giró lentamente… y aunque no tenía rostro visible, Sandra supo que la estaba mirando directo. Una sonrisa espeluznante, torcida y antinatural, apareció donde debía estar la boca.
La aparición, al ver el rostro desdibujado de Sandra mostró una mueca de satisfacción, se volteó y comenzó a alejarse, flotando sobre las vías, sin tocar el suelo, hasta llegar al muro del edificio del sindicato. Y ahí… se desvaneció, como si se hubiera fundido con la pared.
Sandra temblaba. Con el rostro desencajado, apretó los dientes y corrió a casa sin mirar atrás.
Apenas y saludo a sus padres, no quiso cenar, se dirigió a su habitación, y ya estando ahí, entre lágrimas y rabia, hizo lo impensable. Como si el miedo le diera valor, sacó la tabla Ouija. Se preparó puso su vela. Colocó sus manos sobre el puntero y comenzó a gritar:
—¡¿Por qué lo hiciste Teresa?! ¡Te dije que no quería verte! ¡! ¡Lárgate de mi casa y de mi vida!
El puntero se movió suavemente. Una respuesta fría apareció:
—Solo quería que me vieras. Te dije que me verías, pero mejor dime: ¿Te gustó mi vestido? Está bonito con ese me sepultaron hace muchos años.
Sandra palideció. Siguió preguntando, suplicando:
—¿Por qué apareces en mis sueños? ¿Por qué no me dejas en paz?
La última respuesta la dejó helada:
—Porque tú ya eres mía… y a pesar de todos y de todo yo nunca te voy a dejar.
Sandra cerró la sesión entre gritos y llanto. Su padre, alarmado, entró a su habitación. Al ver lo que sucedía le arrebato el tablero de la Ouija. Intentó quemarlo, pero fue en vano, Al día siguiente, bendijeron la casa y siguiendo la recomendación buscaron a alguien para regalarle el tablero, unos vecinos que no sabían lo que estaban llevando consigo, se la quedaron…
Pero Sandra, hasta el día de hoy, no sabe si Teresa realmente se fue. Lo que sí, de pronto, le quita el sueño, es la sensación de terror que siente cuando recuerda las palabras de Teresa Soto:
—A pesar de todo y de todos… yo nunca te voy a dejar.
© Oscar Vélez (Velezaurio) 2025