TuxiMiki

TuxiMiki "Proyecto dedicado al misterio, leyendas, sucesos paranormales y terror desde un enfoque cultural y narrativo."

26/08/2025

Carretera entre manglares
San Blas, Nayarit, México

26/08/2025

Belleza de pueblo el donde vivo ♥️
La isla del coral 🪸

26/08/2025

Dicen que en Nayarit las olas hipnotizan… pero las coritas, ¡esas sí que atrapan de por vida! 🌊💃🔥.”

El Diablo del Granero¿Alguna vez se han preguntado cómo es que se ve el Diablo?Todos tenemos en la mente esa imagen clás...
26/08/2025

El Diablo del Granero
¿Alguna vez se han preguntado cómo es que se ve el Diablo?
Todos tenemos en la mente esa imagen clásica: rojo, con cuernos, una pata de gallo y otra de cabra. Para la mayoría, esa idea se queda solo en la imaginación. Pero yo tuve la mala fortuna de conocerlo en persona.
Altos de Jalisco, hace más de treinta años. Aún recuerdo, siendo un niño de apenas doce, lo mucho que me gustaba pasar los días en el rancho de la familia. Teníamos animales, plantaciones, y siempre había movimiento: peones que entraban y salían, caballos que relinchaban a lo lejos, el ruido del campo vivo.
Me fascinaba sentarme a comer con los trabajadores. Encendían las brasas, calentaban tortillas, hacían tacos sencillos pero deliciosos, y yo probaba de todo. Sus pláticas eran alegres, llenas de bromas y anécdotas, y yo me sentía parte de los grandes, aunque todavía era un chamaco.
En el rancho había una enorme galera que servía de granero. Los muros de piedra eran gruesos, reforzados con contrafuertes, y el portón de madera se veía imponente. Todos, con una sonrisa maliciosa, me decían:
—Ahí vive el Diablo.
Yo no les creía. Pensaba que eran bromas para asustarme y, la verdad, ni miedo sentía. Hasta que llegó el día en que me di cuenta de que no estaban tan equivocados.
Era una tarde cualquiera, alrededor de las cuatro. Habíamos terminado de comer y los señores seguían platicando. De repente, Fermín, un trabajador de confianza que me estimaba mucho, me cargó en sus brazos y con una risa dijo:
—Ándale, te voy a llevar con el Diablo, vas a ver.
Yo iba de espaldas al portón, riendo, creyendo que solo jugaba. Le pedía que me bajara, pero él seguía caminando hacia la entrada del granero.
A unos metros de la puerta, algo me hizo voltear la cabeza. Y lo que vi… hasta hoy me hiela la sangre.
Ahí, agazapado detrás de un contrafuerte, estaba una criatura que en mi mente infantil no podía ser otra cosa que el mismísimo demonio. Tenía cuernos retorcidos y piel escamosa que brillaba como si sudara un líquido oscuro. Sus ojos, rojos como brasas vivas, me miraban fijo, como atravesándome. Sus dientes eran largos y puntiagudos, amarillentos, y de su boca colgaba una lengua enorme, viscosa, que se movía lentamente mientras dejaba escapar un sonido entre carcajada y gruñido.
El olor era insoportable, una mezcla entre azufre y carne podrida. Sentí que las piernas me temblaban, aunque todavía iba cargado en brazos. De pronto, no pude más: empecé a gritar y a llorar con desesperación.
Fermín se detuvo, confundido. Me hizo a un lado para ver qué me pasaba y… entonces lo vio. Lo vi en su rostro: se quedó helado, mudo, con los ojos muy abiertos. Solo atinó a abrazarme fuerte contra su pecho y, temblando, empezó a rezar un Padre Nuestro.
La cosa nos miraba con una sonrisa burlona. Su risa era grave, retumbaba en el pecho y parecía no ser de este mundo. Y, de un instante a otro, desapareció entre los bultos de maíz y las sombras del granero, como si se hubiera deshecho en la oscuridad.
Duré cuatro días sin pronunciar palabra. La impresión me dejó mudo. La gente del rancho ya sabía que en ese granero “se aparecía algo”, pero nadie se atrevía a confirmarlo. Con el tiempo clausuraron el lugar para que nadie se acercara y, años después, la propiedad fue vendida. Yo nunca volví. Ni ganas tengo.
Dicen que ahí habían enterrado a una persona entre los muros, que era su espíritu lo que se manifestaba. Pero no… lo que yo vi aquella tarde, a mis doce años, no era un fantasma. Era el mismísimo Diablo.

© Oscar Vélez (Velezaurio) 2025.

24/08/2025

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24/08/2025

Atardecer con plátanos
Aticama, Nayarit, México

24/08/2025

Si nodal pudo, nosotros por que no!!! 😌

🥀Vitelius Grimm🥀

La carreta de la muerte, Tabasco, Zacatecas.¿Alguna vez han escuchado hablar de la carreta de la muerte?En los pueblos d...
24/08/2025

La carreta de la muerte, Tabasco, Zacatecas.
¿Alguna vez han escuchado hablar de la carreta de la muerte?
En los pueblos de Zacatecas se cuenta que, cuando alguien está por partir de este mundo, se puede escuchar un carretero fantasma arrastrando cadenas por las calles silenciosas. Y esta historia, que me marcó para siempre, trata de eso.
Fue hace aproximadamente 42 años, a inicios de los años 80, cuando mi madre, después de una convalecencia larga, dolorosa y agotadora, emprendió su viaje al más allá.
Todo ocurrió en Tabasco, Zacatecas. Era invierno y hacía un frío que calaba los huesos; parecía que hasta el clima lloraba con nosotros. Esa noche nos reunimos todos los hermanos que aún vivíamos en Zacatecas, además de algunos familiares cercanos. Mi madre, siempre tan aferrada a su fe, nos pidió que la acompañáramos con rezos. Ella decía que escuchar los rosarios la llenaba de paz. Quería despedirse así, envuelta en oraciones, como si fuera una velación en vida.
La casa donde estábamos era antigua, con techos altos y paredes gruesas que guardaban un silencio solemne. En la habitación donde se encontraba mi madre había una ventanilla extraña, un hueco que comunicaba con otro cuarto, aunque nunca supimos exactamente para qué servía. Yo recuerdo ese detalle con claridad, porque esa abertura se convertiría en el foco de algo que nunca podríamos explicar.
Eran cerca de las nueve de la noche. La luz de un foco débil alumbraba la cama donde mi madre descansaba, y todos nosotros la rodeábamos, rezando. De repente, de ese hueco comenzó a asomarse una especie de garra. No era humana ni tampoco de animal conocido. Parecía la zarpa de un gato, pero más grande, huesuda y con uñas retorcidas. Algo que no pertenecía a este mundo.
El miedo nos paralizó por un instante. Nadie se atrevió a gritar, y lo único que pudimos hacer fue aferrarnos a la oración. Rezamos con fuerza, casi a gritos, mientras esa cosa se movía lentamente. Fue entonces que, como si las plegarias la quemaran, la garra se retiró hacia la oscuridad.
Mi madre nos miró con sus ojos cansados y dijo con voz firme:
—Ya vienen por mí.
Nosotras, entre lágrimas, tratábamos de tranquilizarla.
—No diga eso, madre… todo va a estar bien. No se espante, San Miguel Arcángel nos protege.
Ella asentía con la cabeza, serena, como si ya supiera lo inevitable.
Seguimos rezando hasta entrada la madrugada. Después, exhaustos, tomamos un descanso. Un poco de café caliente y pan dulce nos devolvieron algo de fuerza. Todo estaba en calma… hasta que, de pronto, lo escuchamos.
Un chirrido agudo rompió el silencio. Eran ruedas viejas, rechinando sobre la piedra. A ese sonido se le unió el golpeteo de maderas y hierros oxidados, y finalmente, un arrastre metálico… cadenas largas que golpeaban el empedrado como si un condenado las llevara a cuestas. El ambiente se llenó de un eco escalofriante.
Miré mi reloj. Eran exactamente las tres de la mañana.
Nadie hablaba. Todos escuchábamos, con el corazón en la garganta.
Lo primero que pensamos fue que quizás era mi sobrino, Pancho, que solía salir temprano con su carreta para vender camotes. Pero aquella hora era demasiado temprana incluso para él. Entonces mi madre, con una calma que nos heló la sangre, murmuró:
—No es Pancho, hijas… es la muerte, que ya viene por mí.
Yo, necia y con miedo a la vez, quise comprobarlo. Abrí la puerta de la casa y miré hacia la calle. El aire helado me golpeó el rostro, y frente a mí solo estaba la calle empedrada, solitaria, envuelta en una neblina tenue que parecía flotar desde el suelo. No había nadie. No había nada. Solo el eco lejano de ese crujido de ruedas que, poco a poco, se fue perdiendo entre las calles vacías.
Regresé adentro y miré a mi madre. Ella sonrió con resignación. Sabía que el carretero de almas había pasado, y que el viaje por ella estaba marcado.
Al día siguiente, cumplió sus palabras. Partió en paz, dejando tras de sí el recuerdo de esa madrugada en la que la carreta de la muerte pasó frente a nuestra puerta… y se la llevó consigo para descansar al fin.

© Oscar Vélez (Velezaurio) 2025.

"A mí también me hicieron eso… y me morí | Historia real en Jerez""En Jerez, Zacatecas… hay un hotel que guarda más que ...
22/08/2025

"A mí también me hicieron eso… y me morí | Historia real en Jerez"
"En Jerez, Zacatecas… hay un hotel que guarda más que simples recuerdos de viajeros. Entre sus muros, el tiempo parece detenido, y de noche… hay quienes dicen que las risas, susurros y pasos pertenecen a huéspedes que nunca hicieron check-out. Hoy conocerás la historia de una mujer que, sin querer, provocó que una niña… una que ya no pertenece a este mundo… se manifestara para contarle cómo murió."

Algunas personas cuentan con algo llamado “el tercer ojo” … y a nuestra protagonista de hoy, esta cualidad se le ha desarrollado de forma particular. Desde pequeña ha vivido experiencias paranormales, y de todas ellas, hoy nos comparte una que todavía siente como si hubiera pasado ayer.
Jerez, Zacatecas. Hace aproximadamente 10 años, cuando trabajaba en una institución que se encarga de realizar encuestas —ya saben a cuál me refiero— le tocó vivir algo que hasta la fecha le sigue erizando la piel.
En estos trabajos, cuando se organizan los equipos, se buscan hospedajes, ya sea en hoteles o casas que nos prestan o rentan temporalmente las personas del lugar. Hay ocasiones que toca trabajar en localidades alejadas, y se batalla mucho, pero en esa ocasión, el destino fue la cabecera municipal de Jerez, donde abundaban las opciones para quedarse. Siempre se procura ahorrar y “viaticar”, así que encontramos un hotel por la calle Valentín Gómez Farías, muy cerca de los famosos burritos de la Jerez. La gente de allí sabrá exactamente cuál hotel es.
Omitiré muchos detalles debido a la naturaleza del relato, por cuestiones personales, esa noche no estaba sola. Mi pareja, que tenía unos días libres se decidió a acompañarme, se hospedaba también en el mismo hotel, en la misma habitación, claro de manera clandestina ya que no lo teníamos permitido cuando andábamos de comisión. Durante el día, yo salía a trabajar y por las tardes ambos paseábamos por las calles coloniales, comíamos nieve, cenábamos ricos taquitos… todo parecía perfecto.
Una noche después de caminar por las calles de adoquín, iluminadas con sus farolas amarillas, llegamos al hotel, nos duchamos y nos acostamos en la cama. Entre risas, caricias y abrazos, el momento comenzó a volverse más intenso. No había nada fuera de lo normal… Y comenzamos a tener intimidad, todo parecía ir con normalidad, hasta que de pronto se sintió un cambio repentino en el ambiente.
Era como si el aire se hubiera vuelto pesado y helado al mismo tiempo. Esa sensación familiar, esa alerta que tantas veces viene a mí y me advierte de “algo” que no podía ver, esa sensación volvió con fuerza.
Y de pronto comencé a sentir la presencia de un ser desconocido en la habitación, sabía que no era de este mundo, al menos no vivo, La verdad ya no estaba disfrutando del momento, porque sentía esa presencia parada justo al lado de la cama. La piel se me erizó entera. Y entonces, una voz infantil, clara y directa, rompió el silencio y me susurro al oído:
—A mí también me hicieron eso… y me morí.
El impacto fue inmediato. Me levanté como impulsada de golpe, con el corazón acelerado, mirando hacia el punto donde sentía que alguien estaba de pie. Mi pareja, desconcertado, me preguntó qué pasaba. Al contarle, él comenzó a buscar por toda la habitación: detrás de las cortinas, en el baño, incluso debajo de la cama… Pero no había nada, o nadie.
No sé porque, pero lo que más me inquietó fue lo que vino después: Comencé a sentir una imperiosa necesidad de asomarme por la ventana. Como si algo me jalara hacía allá. Y ahí, en medio del patio, entre los coches estacionados e iluminada por la luz blanquecina de las lámparas ahorradoras, estaba la niña… de pie, con un vestido blanco, con un lazo en forma de moño anudado a su cintura y una pelota en la mano, mirando directamente hacia mi ventana, con una combinación entre inocencia y terror, me hacía sentir como si la frase que había dicho… hubiera sido el comienzo de algo mucho más oscuro.
Me aparté de golpe, cerré la cortina y me cubrí con la cobija, temblando. No pude dormir en toda la noche y creo que mi pareja tampoco. Tiempo después, él me confesó que también sintió una presencia, algo muy frio en la espalda y una sensación de tristeza en el aire, no se podía explicar qué, pero, aunque no llegó a verla, supo que yo no mentía.
Hasta el día de hoy, me pregunto quién era esa niña y qué historia quedó atrapada entre esas paredes. Quizás fue víctima de algo terrible… y su alma sigue vagando, buscando paz, buscando descanso.
© Oscar Vélez (Velezaurio) 2025.

La última casa del pueblo.A raíz de un accidente que tuve hace algunos años, algo en mí cambió. Desde entonces… me conve...
19/08/2025

La última casa del pueblo.

A raíz de un accidente que tuve hace algunos años, algo en mí cambió. Desde entonces… me convertí en una especie de puente entre este mundo y el otro. Como si hubiera quedado con una sensibilidad alterada, capaz de percibir lo que la mayoría no ve. Y lo cuento porque es importante para la historia que están a punto de escuchar.
Yo trabajaba en un instituto que se dedica a generar encuestas en México —ya saben cuál es—. Nos tocó realizar un levantamiento de información en la zona norte del estado de Zacatecas. Visitamos varias localidades: Nieves, El Loran, Río Grande… y también un pequeño lugar llamado Emancipación.
En ocasiones, esos pueblos no cuentan con hospedaje formal: ni hoteles, ni posadas. Así que se habla con los comisariados ejidales para que nos ayuden a conseguir dónde quedarnos. En esta ocasión, una muchacha nueva en el instituto, llamada Diana, fue enviada a esa localidad. Le conseguimos hospedaje en una de las casas disponibles… aunque desde que la vi, supe que esa casa tenía algo extraño.
Era la última del pueblo, justo junto al río. El patio trasero estaba rodeado de pirules y sauces viejos, cuyas ramas se mecían con el viento como si quisieran tocar las ventanas. La casa era antigua: habitaciones con techos altos, paredes gruesas y retratos descoloridos colgando en cada rincón. Entre todos, uno llamaba la atención: el de una señora de gesto duro, cuya mirada parecía seguirte a donde fueras.
No le dije nada a Diana para no asustarla. La dejamos instalada en una de las tres habitaciones y nos marchamos el supervisor y yo rumbo a Río Grande.
Al día siguiente volvimos para revisar su avance. Diana nos entregó la información, pero su rostro no lucía bien. Le preguntamos cómo había dormido y nos confesó que la noche fue un tormento. Apenas apagó la luz, escuchó pasitos. Sí, pasos pequeños, rápidos… como si varios niños corrieran en el pasillo. También se oían risitas, juegos… y ella pensó que serían los hijos de algún vecino. Pero eran las doce y media de la noche, y de pronto el juego se calló. Entonces comenzaron las pisadas en el techo.
No pudo dormir.
Le pedimos calma, aunque sabíamos que no teníamos otra opción de hospedaje. Tenía que aguantar.
Pero al cuarto día, cuando regresamos, la encontramos demacrada. Sus ojeras eran profundas, sus manos temblaban. Su mirada estaba perdida en el miedo.
—¿Qué tienes, Dianita? —le pregunté.
Me dijo que ya llevaba tres noches sin dormir, que los niños no dejaban de correr y reírse, y que además los ruidos habían empeorado.
Habló incluso con la vecina, pensando que eran sus hijos… pero la señora le dijo que no tenía niños pequeños. Y como si no fuera suficiente, le confesó que en esa región era costumbre sepultar a los mu***os en los patios de las casas. Muchos niños, incluso adultos, descansaban bajo la tierra de esos hogares. Y quizá lo que escuchaba eran las almas de esos pequeños que no encontraron paz.
Diana intentó rezar… pero nada paró. Al contrario. A los pasos se sumó el galope de un caballo que corría en la oscuridad. Se escuchaba fuerte, como si cruzara la orilla del río y regresara hasta su ventana, relinchando en la penumbra. Una y otra vez.
El miedo y el insomnio estaban acabando con ella. Para tranquilizarla un poco, la llevamos al río, que al menos le dio un respiro. Pero tuvimos que dejarla nuevamente en la casa para continuar con el trabajo en otras localidades. Le prometimos que regresaríamos con el resto del equipo, para que no estuviera sola.
Cuando volvimos al día siguiente, lo que encontramos fue devastador. Diana nos vio, rompió en llanto y corrió hacia mí. Se aferró como una niña desesperada, llorando sin consuelo. Solo pude abrazarla. En ese momento, algo raro sucedió: sentí que me transmitía su miedo. Era como si me hubiera pasado su ansiedad, como si la hubiera absorbido.
Levanté la mirada… y ahí estaba otra vez: el retrato de aquella mujer. Un rostro endurecido, con el ceño fruncido y unos ojos que destilaban odio. No me pregunten cómo, pero supe que ella era la dueña de la casa. Supe que no quería que estuviéramos ahí.
Entonces hablé, casi en voz alta, con firmeza, pero con respeto:
—Señora… discúlpenos por estar en su casa. No hemos venido a hacer daño. Solo trabajamos. No tocaremos sus cosas, ni queremos faltarle al respeto. Respetamos su memoria.
Lo que pasó después lo vimos todos: el rostro en el retrato cambió. El gesto de odio se suavizó, como si hubiera escuchado y entendido. Diana, al oír mis palabras, también se calmó. Una sensación de paz llenó el lugar.
Pero esa calma no duró mucho. Mientras trabajábamos en la mesa, sentí un aire helado en mi oído. Y enseguida… un suspiro. Un aliento largo, pesado… como el último respiro de alguien que muere. Me quedé helada. Pregunté si los demás lo habían escuchado, pero nadie oyó nada.
Días después, supimos la verdad: aquella señora del retrato se llamaba Dominga. Y justo antes de que Diana llegara, habían terminado de rezarle su novenario en esa misma casa. No había pasado ni una semana.
Y entonces entendí… ella seguía ahí. Su espíritu estaba inconforme, se sentía invadida. Y por eso nos echaba.

© Oscar Vélez (Velezaurio) 2025.

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