padreoscar.org

padreoscar.org Evangelizar en las redes sociales, audio visuales y escritos para llevar a las personas a Jesús

17/08/2025

Enciende en mí, tu fuego Señor

Señor Jesús, me motivas: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo!” (Lc 12,49).

Esa frase me sacude, me despierta, me invita a salir de la comodidad. Tú viniste a encender la vida, a mover corazones, a dar un rumbo nuevo. Y hoy me lo repites con fuerza: no tengas miedo de arder en el amor de Dios

Yo quiero, Señor, que ese fuego del Espíritu Santo llegue primero a mi vida. Quiero que queme en mí todo lo que me ata al egoísmo, la indiferencia o la tristeza.

Necesito que tu fuego limpie lo que me roba la paz y la alegría. Que ilumine mis sombras, me haga más humano, más cercano a los demás, más valiente para vivir mi fe en lo pequeño de cada día.

Tú me adviertes que seguirte no siempre trae aplausos, que incluso puede causar divisiones en la familia, entre amigos, en la comunidad y en sociedad.

Al principio me asusta esa idea. Yo quisiera que todo fuera armonía y comprensión, pero entiendo que muchas veces tu Palabra incomoda, porque invita a cambiar, a dejar lo viejo, a romper con cadenas.

Y ahí, Señor, necesito tu fuerza: para no rendirme, para no callar cuando sé que debo hablar con respeto y amor, para no esconder mi fe cuando es momento de dar testimonio.

Ayúdame a comprender que la verdadera paz no es ausencia de problemas, sino la firme decisión de hacer el bien aunque cueste.

Dame la gracia de no desanimarme cuando haya incomprensiones o rechazos. Enséñame a vivir con paciencia, con respeto, pero también con valentía, sabiendo que el fuego de tu amor es más fuerte que cualquier oposición.

Hoy quiero pedirte, Jesús, que me conviertas en chispa de tu fuego. Que con mi manera de hablar, trabajar, tratar a los demás, pueda encender esperanza en quien está triste, fe en quien duda, ternura en quien se siente solo.

No me dejes ser indiferente ante el sufrimiento. Hazme sensible a la necesidad, dame creatividad para construir caminos de reconciliación y fraternidad.

Si alguna vez me toca elegir entre agradar a todos o ser fiel a ti, que tenga el valor de elegirte a ti. Si alguna vez siento miedo de ser rechazado, recuérdame que tú también fuiste incomprendido y aun así seguiste adelante, confiando en el Padre.

Dame la certeza de que no camino solo, de que tu Espíritu me acompaña siempre. Señor, vienes a traer fuego, no para destruir, sino para dar vida. No para quemar personas, sino para encender corazones.

Hazme testigo de ese amor ardiente que transforma, que sana, que perdona y que construye un mundo nuevo.

Aquí estoy, Señor, enciende primero en mí tu fuego, hazme instrumento para que otros también ardan en esperanza y alegría.

No quiero vivir apagado, ni quiero pasar por la vida sin dejar huella de bien. Quiero ser llama que ilumine, calor que abrace, fuego que contagie fe y amor.

Gracias, Jesús, porque no me invitas a una vida entregada. Gracias porque me enseñas que el Evangelio es para personas decididas a caminar contigo. Gracias porque confías en mí, aunque soy frágil.

Te entrego mi vida, ven Señor y prende en mí la llama de tu amor. Que nunca se apague, que nunca me canse, que siempre arda hasta el último día de mi existencia.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

15/08/2025

A la Virgen de la Asunción

Madre querida, Virgen María, hoy te contemplo en tu Asunción gloriosa. La Iglesia me enseña que, al terminar tu vida en la tierra, Dios te llevó en cuerpo y alma al cielo.

Lo hizo porque, como dice la Palabra, “Dios derriba del trono a los poderosos y eleva a los humildes” (Lc 1,52), y tú viviste siempre humilde, obediente y llena de fe.

Creo que tu Asunción es la confirmación de que Dios “cumple sus promesas para siempre” (Lc 1,55).

Jesús dijo: “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25), y tú lo creíste con todo tu corazón, por eso, él te dio la vida eterna en plenitud.

Me gusta imaginarte en Nazaret, llevando una vida sencilla, como mujer, creyente y madre, cuidando de su casa. Y ahí: “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19).

Supiste escuchar a Dios y decirle “Hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38), incluso sin entender del todo lo que él preparaba para ti.

También estuviste junto a Jesús en los momentos más difíciles, estando al pie de la cruz (Jn 19,25), demostrando que el amor verdadero no abandona.

Ahora que te veo gloriosa en el cielo, recuerdo que Jesús prometió: “En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones… voy a prepararles un lugar” (Jn 14,2). Tú ya estás en esa casa y como Madre, me esperas con los brazos abiertos.

Madre, tu Asunción me enseña que el cielo es mi meta. San Pablo dice: “Nuestra ciudadanía está en el cielo” (Fil 3,20).

No estamos hechos solo para este mundo; hemos sido creados para vivir eternamente con Dios. Tú eres el mejor ejemplo de que vale la pena creer, amar y perseverar.

Hoy quiero pedirte que me ayudes a vivir como tú con un corazón limpio: “El de manos inocentes y puro corazón… recibirá la bendición del Señor” (Sal 24,3-5).

Que mi vida sea un camino hacia Dios, hecho de cosas sencillas, pero llenas de amor. En los momentos de cansancio, recuérdame que “los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas” (Is 40,31).

Cuando me sienta solo o sin rumbo, hazme recordar que en Caná (Jn 2,1-11) estuviste atenta a las necesidades de todos y que, de la misma manera, hoy estás atenta a las mías.

Gracias, Madre, porque tu Asunción es una señal de esperanza. Me dices que, si vivo en gracia y sigo a Jesús, un día también podré entrar en el gozo del Señor.

Y cuando llegue mi hora, quiero escuchar esas palabras: “Ven, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,23).

Virgen de la Asunción, llévame siempre de la mano hacia Jesús. Enséñame a amar como tú amaste, a confiar como tú confiaste y a vivir como tú viviste, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo.

Virgen de la Asunción, llévame de la mano hacia Jesús, porque en Él está mi salvación. Y cuando llegue mi hora, que pueda escuchar la voz del Señor diciendo: “Ven, siervo bueno y fiel… entra en el gozo de tu Señor” (Mt 25,23).

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

14/08/2025

Acción de Gracias por mi 32° Aniversario de Ordenación Presbiteral

Hoy, Señor, me presento ante Ti con un corazón lleno de gratitud. Han pasado ya treinta y dos años desde aquel día en que, con manos temblorosas y alma encendida, me postré ante tu altar para decirte: “Aquí estoy, envíame”.

Desde entonces, has sido tú quien ha sostenido mi paso, quien ha encendido mi fe en medio de las dudas, y quien ha renovado en mí cada día el gozo de servirte.

Gracias, Jesús, por haberme llamado, no por mis méritos, sino por tu infinita misericordia.

Gracias por confiarme el don inmenso del sacerdocio, que me permite ser tus manos al bendecir, tus labios al proclamar el Evangelio, y tu corazón al acoger y consolar.

Gracias porque, aun con mis fragilidades, has querido hacerme instrumento de tu gracia.

Hoy recuerdo con emoción a todas las personas, parroquias y comunidades que has puesto en mi camino: aquellos que han sido apoyo en los momentos de cansancio, aquellos que me han enseñado a creer con su ejemplo silencioso, aquellos que me han perdonado cuando he fallado, y aquellos que me han impulsado a seguir adelante con su cariño y su oración.

Cada rostro, cada historia, ha sido un regalo que ha marcado mi vida sacerdotal.

Gracias, Señor, por la Eucaristía, el centro y el tesoro de mi ministerio.

En cada misa he sentido que tu amor se renueva, que tu sacrificio se hace presente, y que mi sacerdocio tiene sentido pleno al ponerme junto a ti, ofreciendo y ofreciéndome.

Gracias por la confesión, donde he sido testigo de tu misericordia que levanta y sana.

Gracias por cada bautizo, cada boda, cada unción, cada palabra de consuelo, cada lágrima compartida y cada sonrisa encendida en la esperanza.

No han faltado pruebas, Señor. Ha habido noches de cansancio y momentos de soledad.

He sentido a veces el peso de la cruz, pero siempre he encontrado en Ti la fuerza para seguir.

Gracias porque en mis caídas me has levantado, y en mis dudas me has hablado al corazón.

Gracias por enseñarme que el sacerdocio no es un privilegio para ser servido, sino un don para servir.

En este aniversario, renuevo mi “sí” con la misma entrega de aquel primer día, pero con la madurez que dan los años y la certeza de que tú nunca fallas.

Quiero seguir siendo un sacerdote según tu Corazón, cercano a tu pueblo, alegre en la entrega, fiel en la oración y disponible para tu voluntad.

María, Madre y Maestra, gracias por cubrirme con tu manto y enseñarme a decir “hágase en mi según tu Palabra” cada día.

Acompáñame en este nuevo tramo del camino para que mi vida siga siendo un reflejo del amor de tu Hijo.

Señor, todo lo que soy y todo lo que tengo es tuyo. Recibe mi gratitud, mi servicio y mi vida entera.

Que cada día que me quede siga siendo para la mayor Gloria de Dios y que pueda en todo amar y servir.

Ora por mi en este día

Lee, medita, ora y comparte.

P. Óscar

14/08/2025

Encontrarme con la luz

Encontrarme con la luz es una experiencia que no siempre llega de golpe. A veces es como un amanecer lento, que va apartando la noche poco a poco. Otras veces, es como una puerta que se abre de repente y deja entrar un rayo que lo cambia todo.

En mi camino de fe, he descubierto que la luz más verdadera no es algo, sino Alguien: es Jesús Cristo mismo.

Cuando dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas” (Jn 8,12), no habla sólo de iluminar el exterior, sino de encender algo dentro del corazón.

Para mí, encontrarme con la luz es descubrir su presencia en medio de mis oscuridades, dudas, miedos o enfermedades y sentir que su mirada me da paz.

No siempre es fácil. La luz revela, y eso significa que me muestra tanto lo bueno como lo que necesito cambiar. A veces me he dado cuenta de cosas que prefería no ver: actitudes egoístas, rencores escondidos, falta de perdón…

Pero me he dado cuenta de que Dios no enciende su luz para avergonzarme, sino para liberarme. Es como cuando en una habitación oscura uno tropieza con todo, pero cuando enciendo la lámpara, ya puedo caminar sin miedo.

Encontrarme con la luz, es sentir que hay sentido en la vida, incluso cuando las circunstancias siguen siendo difíciles. Es como si Dios me dijera: “No te preocupes, yo sé por dónde llevarte.” Y aunque no me dé todas las respuestas, me da lo suficiente para dar el siguiente paso.

La luz de Dios es cálida, me atrae e invita a caminar en la verdad, a vivir con transparencia, a dejar que mi vida sea un reflejo de su amor.

He entendido que para recibir la luz, tengo que abrir ventanas. Hay rincones del alma que están oscuras, que guardo cerrados, por miedo o por costumbre.

Pero cuando me atrevo a abrirlos, aunque al principio me sienta expuesto, descubro que la claridad me da libertad.

Encontrarme con la luz me cambia. Me hace ver que no estoy solo, que hay esperanza para cada herida, que mi vida tiene un propósito más grande que mis preocupaciones.

Sé que estoy llamado a recibir la luz y a reflejarla. Jesús dijo: “Ustedes son la luz del mundo” (Mt 5,14). Eso significa que, cuando su luz me toca, debo dejar que otros también la vean a través de mis palabras, mis gestos y mi manera de amar.

Encontrarme con la luz es comenzar a vivir de una manera nueva: más confiado, libre, dispuesto a amar. Es saber que la noche no es eterna y que, aunque vuelva a oscurecer, siempre habrá un amanecer, porque la luz que es Cristo nunca se apaga.

Señor Jesús, eres la luz que ilumina mi vida y guía mis pasos. Hoy quiero abrirte todas las puertas de mi alma, incluso aquellas que he mantenido cerradas por miedo o por costumbre.

Entra, Señor y deja que tu luz disipe toda sombra de tristeza, de rencor y de duda. Hazme comprender que, aunque al principio me cueste, tu luz siempre trae libertad.

Enséñame a no huir de lo que ella revela, sino a verlo como una oportunidad para acercarme más a ti. Que en cada amanecer interior sienta la alegría de comenzar de nuevo, confiando en tu amor.

Señor, que tu luz no solo me transforme, sino que también me convierta en un reflejo tuyo para los demás. Haz que mis palabras transmitan esperanza y que mis gestos lleven consuelo a quien todavía camina en oscuridad.

Gracias porque en ti la noche nunca es definitiva y porque tu luz nunca se apaga. Acompáñame siempre, Señor, hasta el día en que tu claridad sea mi hogar eterno.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

12/08/2025

El perdón libera

A lo largo de mi vida he comprendido algo importante: el perdón no cambia el pasado, pero sí puede transformar mi corazón y darme una paz que no tiene precio.

Lo que pasó, ya pasó: las palabras las dije, los errores los cometí, las heridas se hicieron. Pero el pasado ya no está en mis manos… lo que sí está en mis manos es decidir cómo vivir hoy y qué llevar en mi corazón.

He descubierto que perdonar no es hacer como que nada pasó ni justificar lo que estuvo mal.

Es soltar la carga, dejar que Dios sane lo que duele, abrir el corazón para que la vida siga fluyendo. Porque cuando no perdono, me quedo atrapado en un cuarto cerrado, respirando siempre el mismo aire pesado del rencor.

En cambio, cuando decido perdonar, es como abrir una ventana: entra la luz, el aire fresco, la alegría.

Jesús me enseñó que el perdón es fuerza, no debilidad, el perdón no solo beneficia al ofensor, sino que libera al que perdona del peso del rencor: “Y cuando se pongan de pie para orar, si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que su Padre del Cielo les perdone también a ustedes sus faltas” (Mc11,25-26).

A veces el perdón que más me cuesta es hacia mí mismo. Me recrimino mis fallos, me culpo por lo que hice o dejé de hacer, pero entonces recuerdo que Dios no me mira con condena, sino con misericordia.

Si he pedido perdón, él ya me perdonó, ¿por qué yo voy a seguir castigándome? El perdón también es un regalo que puedo darme, para no vivir con cadenas que me atan al ayer.

Perdonar no significa olvidar del todo, sino recordar sin dolor. Las cicatrices quedan, pero son señal de que la herida sanó. Y en esa sanidad descubro que el perdón no cambia lo que pasó, pero sí cambia cómo lo vivo ahora.

Hoy quiero mirar mi vida con gratitud, dar gracias por lo bueno, aprender de lo difícil y entregar a Dios todo lo que me pesa.

No quiero que el rencor sea mi compañero de camino, quiero viajar ligero, con un corazón libre para amar.

El pasado ya está escrito, pero mi presente y mi futuro los puedo escribir con letras nuevas: las del perdón, la paz y la esperanza.

Además se que: “Si confesamos nuestros pecados, él, que es fiel y justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad.” (1Jn 1,9)

Señor Jesús, hoy vengo ante ti con mi corazón abierto. Tú conoces mis heridas, mis recuerdos y mis luchas para perdonar.

Sé que el pasado no se puede cambiar, pero también sé que el perdón puede transformar mi presente.

Por eso, Señor, quiero soltar en tus manos todo rencor, toda tristeza y toda culpa que me ata.

Enséñame a perdonar como tú perdonas: sin condiciones, sin esperar que el otro me pida disculpas primero, sin guardar nada en el corazón que me impida amar.

Dame la valentía de dejar ir lo que me hiere y la humildad de reconocer cuando yo también he fallado.

Ayúdame, Señor, a perdonarme a mí mismo, a no vivir cargando culpas que tú ya has borrado con tu misericordia.

Hazme comprender que el perdón es un regalo, no solo para quien lo recibe, sino sobre todo para quien lo da.

Señor, que mi corazón sea como un río limpio, por donde no se acumule la basura del resentimiento.

Quiero que tu paz llene cada espacio de mi vida, que tu amor sane lo que aún duele y que tu luz me muestre que siempre puedo comenzar de nuevo.

Gracias, Jesús, porque Tú me enseñas que perdonar es ser libre. Toma mi pasado, bendice mi presente y abre para mí un futuro lleno de paz y esperanza.

Lee, medita, ora y comparte.

P. Óscar

12/08/2025

Libre de querer lo que hago

Ser libre no es hacer lo que me dé la gana, sin que nadie me diga nada y a que eso no siempre me lleva a la felicidad.

Hay deseos que parecen buenos, pero al final me dejan vacío; hay decisiones tomadas por impulso que me terminan atando más que liberando.

He descubierto que la verdadera libertad no es hacer lo que quiero, sino aprender a querer lo que hago y eso me cambia todo.

Porque cuando pongo amor en lo que hago, aunque sea algo pequeño o sencillo, mi corazón se siente ligero.

Hasta las tareas que antes me parecían pesadas se vuelven más llevaderas cuando las abrazo con cariño y con fe.

La libertad no es ausencia de límites, sino elección consciente. Jesús mismo, que podía hacerlo todo, eligió amar, servir, entregarse. Y lo hizo porque quería, porque amaba al Padre y me amaba a mi.

Esa es la libertad que quiero vivir: la que nace de un corazón que sabe por qué y para qué actúa. A veces no puedo cambiar las circunstancias: el trabajo, las responsabilidades, las personas con las que convivo, pero sí puedo cambiar mi mirada.

Si veo cada momento como una oportunidad para amar, ya no me siento atrapado. Al contrario, me descubro dueño de mis decisiones, libre para elegir cómo reaccionar y qué sembrar en el corazón de los demás.

Ser libre también es agradecer lo que tengo ahora, sin esperar a que todo sea perfecto para ser feliz.

Es darme cuenta de que Dios me ha puesto aquí y ahora porque aquí mismo puedo crecer y hacer el bien.

Es confiar en que, si le entrego mis acciones y mis deseos, él me enseñará que la libertad no es ausencia de límites, sino elección consciente.

Yo le pido al Señor que me ayude a orientar mi voluntad. Que no me deje ir detrás de todo lo que me atrae, sino que me enseñe a desear lo que es bueno, lo que edifica, lo que me hace más humano y más hijo suyo porque la verdadera libertad es esa: no sólo hacer lo que quiero, sino querer lo que hago, porque eso que hago está unido a su voluntad y a su amor.

Hoy quiero vivir con esa libertad: la que no se pierde con los problemas, la que se fortalece con el amor.

Quiero que cada cosa que haga, por pequeña que sea, sea un acto de amor a Dios y a los demás. Porque cuando amo lo que hago, mi alma respira libertad y mi vida se llena de sentido y de paz.

Por eso tengo presente: “No se amolden al mundo presente; más bien transfórmense por la renovación de su mente, para discernir la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.” (Rom 12,2)

Señor mío, gracias por el regalo de la libertad. Ayúdame a entender que no siempre es hacer lo que quiero, sino aprender a querer lo que hago.

Enséñame a poner amor en cada tarea, en cada oración que mi corazón se llene de gratitud.

Dame la gracia de descubrirte en lo que vivo hoy, sin esperar a que todo sea perfecto para ser feliz. Líbrame de los caprichos que me alejan de ti y enséñame a desear lo que me acerca a tu voluntad.

Que en mi trabajo, en mi casa, en mis relaciones y en mis decisiones, pueda actuar con amor y paz.

Hazme libre para amar y servir, libre para perdonar, libre para agradecer.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

11/08/2025

Velando y preparado

Señor Jesús, escucho tus palabras y siento que me las dices: “No tengas miedo, pequeño rebaño,
porque el Padre ha querido darte el Reino”. (Lc 12,32)

Y yo, que tantas veces me he sentido débil o inseguro, me descubro valioso para ti, amado, cuidado, protegido como una oveja por su pastor.

Gracias, Señor, por recordarme que el miedo no debe gobernar mi vida. Hay días en que las preocupaciones me aprietan el corazón, en que el futuro me parece incierto y las fuerzas me faltan.

Pero tú me dices: “No temas, yo estoy contigo”. Me enseñas a confiar en que tu amor es más fuerte que cualquier peligro, que tu promesa es segura, que nada ni nadie puede arrebatarme lo que el Padre me ha regalado.

Tú me invitas a no aferrarme a las cosas materiales, a no poner mi seguridad en lo que tengo, porque todo eso pasa.

Me enseñas a acumular un tesoro en el cielo, donde ni el ladrón entra ni la polilla destruye, donde lo que siembro en amor queda guardado para siempre. (Lc 12,33).

Y yo quiero, Señor, que mi corazón esté ahí, porque donde esté mi tesoro, allí estará también mi vida. (Lc 12,34).

Me pides que esté vigilante, como un siervo que espera a su señor de regreso, con la túnica puesta y la lámpara encendida, listo para abrir en cuanto escucho que llamas a la puerta. (Lc 12,36)

Y yo reconozco que muchas veces me distraigo, me entretengo con cosas pequeñas, me duermo espiritualmente y dejo que el tiempo se me escape sin hacer lo que me pides.

Por eso hoy te digo: despiértame, Señor, hazme vivir atento a tu voz, dispuesto a servirte en todo momento.

Jesús, me prometes que si me encuentras fiel, tú mismo te pondrás el delantal y me invitarás a sentarme a tu mesa. (Lc 12,37)

También me recuerdas que, a quien mucho se le da, mucho se le pedirá. (Lc 11,48). Y yo, Señor, he recibido tanto: la vida, la fe, la familia, amistades, oportunidades, momentos en que he sentido tu ayuda claramente.

No quiero guardarme esos dones para mí, quiero ponerlos al servicio de los demás, quiero dar frutos de amor, quiero vivir de manera que cuando vuelvas puedas decirme: Bien, siervo bueno y fiel.

Pero sé que soy débil, que puedo fallar, que a veces me vence la pereza o la comodidad. Por eso te pido: si algún día me alejo, llámame por mi nombre.

Si me pierdo en lo que no vale la pena, recuérdame lo esencial. Si me dejo ganar por el miedo,
muéstrame tu rostro y dame paz.

Hoy, Jesús, quiero poner mi vida en tus manos
con la lámpara encendida y el corazón despierto.

No sé cuándo vendrás, pero quiero que ese día me encuentres trabajando en tu viña, sonriendo, ayudando a otros, perdonando y amando. (Lc 12,40)

Gracias por confiar en mí, por creer que puedo vivir como hijo de la luz. Dame constancia, dame humildad, dame alegría para servir sin cansarme,
dame amor para que mi espera no sea vacía,
sino llena de buenas obras.

Aquí estoy, Señor, cuenta conmigo, y haz que, cuando llegue la hora, pueda correr a tus brazos
y escuchar tu voz diciendo: “Ven, siervo bueno y fiel, entra en la alegría de tu Señor”.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

09/08/2025

Acepto correcciones

No siempre me gusta que me corrijan. A veces me molesta, otras veces me incomoda y en ocasiones hasta me duele. Siento que mi orgullo se rebela, como si me dijera: ¿Por qué me tienen que decir eso?.

Pero, siendo honesto conmigo mismo, me doy cuenta de que muchas veces las correcciones son regalos disfrazados, oportunidades para crecer y mejorar.

Aceptar una corrección requiere humildad. Y la humildad no es pensar menos de mí, sino pensar en la verdad sobre mí: que tengo aciertos, pero también fallos; que hago cosas bien, pero no lo sé todo; que necesito aprender cada día.

He aprendido que hay dos formas de recibir una corrección: con el corazón cerrado o con el corazón abierto.

Con el corazón cerrado, todo suena a crítica, a ataque. Con el corazón abierto, descubro que incluso lo que suena duro puede estar lleno de amor. Muchas veces, quien me corrige no busca humillarme, sino ayudarme.

Claro, no todas las correcciones vienen de forma suave o con las palabras más bonitas. A veces la forma no es perfecta, pero si el fondo es bueno, vale la pena escucharlo.

Tengo que aprender a separar el mensaje de la manera en que me fue dicho. Si solo me enfoco en el tono, pierdo el beneficio que la verdad me quiere dar.

Aceptar una corrección es también un acto de fe. Es creer que Dios puede hablarme a través de otras personas, incluso de aquellas que no espero.

Me acuerdo de un amigo que me señaló un hábito que estaba dañando mi salud espiritual. Al principio me incomodó, pero luego, orando, entendí que Dios me estaba hablando por medio de él. Esa experiencia me ayudó a cambiar.

Hoy quiero pedirle al Señor que me regale un corazón abierto. Que no me encierre en mi propio punto de vista.

Que sepa escuchar sin ponerme a la defensiva y que aprenda a agradecer a quien, con amor y franqueza, me señala un error. Porque corregirme es una manera de cuidarme.

También quiero aprender a corregir a los demás con delicadeza, con respeto y buscando siempre el bien. Así como yo necesito paciencia cuando me corrigen, los demás también la necesitan.

Aceptar correcciones no me hace débil. Me hace sabio. No me quita valor, me lo da, porque quien acepta una corrección se abre a la obra que Dios quiere hacer en su vida.

Y yo no quiero cerrarle la puerta al Señor, prefiero que él me vaya puliendo, una que: “Toda corrección, en el momento de recibirla, parece motivo de tristeza y no de alegría; pero después da como fruto una vida honrada y en paz a los que han sido adiestrados por ella.” (Heb 12,11)

Señor Jesús, hoy te pido un corazón humilde y abierto para aceptar las correcciones que me ayuden a ser mejor.

Quita de mí el orgullo que me ciega y dame la sencillez para reconocer mis errores.

Enséñame a escuchar sin ponerme a la defensiva, a ver en cada corrección una oportunidad para crecer y acercarme más a ti.

Que pueda recibir los consejos y advertencias con gratitud, aunque a veces duelan, sabiendo que tú también corriges a quienes amas.

Y cuando me toque corregir a otros, que lo haga con delicadeza, respeto y amor, buscando siempre su bien.

P**e mi vida como el artesano que cuida su obra y no me dejes conforme con lo que soy, sino siempre dispuesto a aprender.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

07/08/2025

No es fácil decir la verdad

Lo confieso: muchas veces he sentido temor de hablar con sinceridad. He dudado, me he callado o incluso he dicho lo que otros querían oír solo para evitarme problemas.

Pero en el fondo, sé que cuando callo la verdad, algo dentro de mí se apaga, me siento lejos de Dios, de los demás y de mí mismo.

Decir la verdad cuesta: a veces me puede causar un disgusto, una discusión, una mirada dura. Pero también me he dado cuenta de que, cuando digo la verdad con respeto, con humildad y con amor, me siento libre, en paz.

Deseo ser libre, no quiero vivir con el peso de lo que no dije, ni andar cargando culpas o escondiéndome detrás de excusas. Prefiero enfrentar las cosas con valor, aunque sea complicado.

Sé que la verdad no se grita, ni se impone, la verdad se dice con cariño, con justicia, con intención de construir, no de herir.

La verdad no es piedra para golpear a nadie. Quiero usarla como luz, camino y puente, porque si hay verdad, hay reconciliación, confianza.

He aprendido que no todo puedo decirlo de cualquier manera: tengo que esperar el momento justo, lo más sabio es guardar silencio y orar antes de hablar.

A veces he fallado, he mentido por miedo o por vergüenza. He dicho medias verdades o he callado cosas importantes. Pero Dios me enseña que siempre es tiempo de volver a empezar. Que si me acerco a él con el corazón sincero, me limpia, me anima y me devuelve la fuerza para vivir de frente, con el alma abierta.

Decir la verdad es un acto de fe, es confiar en que Dios me sostiene, me perdona y quiere que viva en la verdad.

Por eso le pido que no tenga miedo de decir la verdad, no callar por temor, ni disimular por vergüenza.

He de hablar con respeto, humildad y deseo de hacer el bien. Y si fallo, que no me encierre, que pida perdón y siga adelante: “Por eso, dejen la mentira, y cada uno diga la verdad a su prójimo, pues todos somos miembros de un mismo cuerpo.” (Ef 4,25)

Señor Jesús, que eres la Verdad, te pido que me ayudes a ser una persona sincera y veraz.

He sentido temor de hablar con claridad, he callado por no causar problemas o he disfrazado mis palabras para no quedar mal.

Pero sé que la mentira, aunque parezca más fácil, siempre termina alejándome de ti, de los demás y de mí mismo.

Dame valor, Señor, para decir la verdad con humildad, sin orgullo ni dureza, con respeto y con amor. Enséñame a hablar con claridad y a callar con sabiduría cuando sea necesario.

Quiero vivir en la luz, no cargar con culpas ni esconderme detrás de excusas. Quiero que mi palabra sea limpia, que inspire confianza, que construya puentes y no barreras.

Perdóname cuando he mentido, cuando he sido cobarde, cuando he usado el silencio para evadir. Renueva mi corazón, hazme transparente, auténtico, fiel a la verdad.

Tú me conoces, sabes lo que me cuesta, por eso me pongo en tus manos y te pido que me guíes siempre por el camino del bien, aunque no sea el más fácil, pero sí el más justo.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

06/08/2025

Ser buena persona

A veces me detengo a pensar: ¿qué es lo más importante en esta vida? Y siempre llego a la misma respuesta: lo más importante es ser buena persona.

Yo sé muchas cosas, tengo la experiencia de los años y tengo algo claro: quiero vivir con un corazón limpio, con manos dispuestas a ayudar y con palabras que animen. Porque necesito más oración, más bondad, más ternura, más humanidad.

Ser buena persona no es complicado. No es hacer cosas extraordinarias, basta con una sonrisa, con un buenos días sincero, con escuchar al que está triste, con compartir un poco de lo que tengo, es tratar a los demás como me gustaría que me traten a mí.

Ser buena persona es ayudar sin que me lo pidan, perdonar sin esperar disculpas, hacer el bien aunque nadie me lo agradezca. Porque al final, no lo hago por los demás, lo hago por mí, por mi paz interior y por Dios.

Quiero en todo amar y servir, que los que me rodean sientan paz cuando están conmigo, que mis palabras consuelen, que mis acciones hablen más que mis intenciones.

Sé que no siempre lo logro, a veces me gana el mal genio, la impaciencia, la tristeza. Pero Dios me sigue amando, cada día me regala otra oportunidad para empezar de nuevo, para ser mejor y eso me anima.

Elijo ser buena persona, aunque otros no lo valoren, aunque a veces no me entiendan, aunque parezca que no sirve de mucho. Porque sí sirve, sí cambia vidas, sí alegra corazones. No me hace falta tener mucho para ser bueno, me basta con tener amor, fe y un poco de voluntad.

Jesús me enseñó con su vida lo que es ser bueno: amar a todos, ayudar al que sufre, perdonar, dar sin esperar, confiar en Dios. Y yo quiero seguir su ejemplo, a mi manera, con mis limitaciones, pero con un corazón sincero.

Porque al final de mi vida, el Señor no me preguntará cuántas cosas tuve, ni cuántos logros conseguí. Me preguntará si amé, si perdoné, si ayudé, si fui buen hijo, buen vecino, buen amigo. Y eso es lo que quiero poder decir con paz: sí, lo intenté, de corazón.

Tengo presente que: “Ya se te ha dicho, hombre, lo que es bueno, lo que Yavé exige de ti: tan sólo practicar la justicia, amar con ternura y caminar humildemente con tu Dios.” (Miq 6,8)

Señor mío, hoy vengo a hablarte con el corazón, quiero aprender a ser buena persona, quiero tener un corazón limpio, sencillo, lleno de amor y de paz.

Ayúdame a no endurecerme por las heridas ni por las injusticias. Que no pierda mi ternura ni mis ganas de hacer el bien, aunque a veces nadie lo note.

Enséñame a perdonar de verdad, a no guardar rencor, a sonreír incluso cuando me cuesta.

Quiero ser alguien que deja huellas de amor, no de dolor. Que mis palabras animen, que mis gestos abracen, que mis manos ayuden. Hazme instrumento de tu bondad.

Señor, que cada día me levante con el deseo de vivir con fe, alegría y humildad. Que no me preocupe tanto por lo que tengo, sino por lo que soy.

Gracias por darme la oportunidad de cambiar, de crecer, de aprender. Gracias por tu paciencia, por tu misericordia, por tu compañía fiel.

Quiero ser buena persona, porque así me parezco más a ti. Tómame de la mano, Señor y camina conmigo.

Lee, medita, ora y comparte

P. Óscar

Dirección

Jinotega
Jinotega

Teléfono

+50588881314

Notificaciones

Sé el primero en enterarse y déjanos enviarle un correo electrónico cuando padreoscar.org publique noticias y promociones. Su dirección de correo electrónico no se utilizará para ningún otro fin, y puede darse de baja en cualquier momento.

Compartir