
29/07/2025
| SILENCIOS, CIFRAS Y UNA PRESIDENCIA SIN HORIZONTE
Por: EDGE
El 28 de julio de 2025, Día de la Independencia, la presidenta Dina Boluarte ingresó al Congreso de la República bajo un estricto cerco policial. En simultáneo, en las calles de Lima y varias regiones del país, se desarrollaban manifestaciones encabezadas por mineros informales, familiares de víctimas de la represión de 2022-2023 y colectivos ciudadanos. Las protestas exigían justicia, memoria y el fin del blindaje institucional que, según muchos, ha caracterizado su gobierno. Dentro del hemiciclo, la escena también hablaba por sí sola: solo 33 congresistas asistieron al mensaje presidencial, en un claro gesto de desaprobación y distanciamiento político. La imagen resultante fue la de un gobierno aislado, con una aprobación ciudadana en mínimos históricos —entre el 2 % y 4 %— y con una clase política que optó por el ausentismo simbólico como forma de protesta.
El mensaje presidencial, titulado “Estabilidad, Progreso y Futuro para el Perú”, se extendió por más de cuatro horas. De las 97 páginas que lo componían, la presidenta omitió las últimas 15, cerrando su intervención con la lectura de una carta del papa León XIV, un giro inesperado y desconcertante para un discurso de rendición de cuentas. El tono general del mensaje fue ceremonial, técnico y poco emocional. Frases como “Cada 28 de julio… me dirijo a ustedes para celebrar nuestro aniversario patrio […] informar sobre la gestión de gobierno, los avances conseguidos, las lecciones aprendidas y las metas…” marcaron una narrativa institucional que priorizó cifras y balance administrativo. Entre los datos destacados, se informó que el déficit fiscal se redujo a 2.6 % del PBI; se lanzaron 30 proyectos público‑privados por más de US$ 8,200 millones; las exportaciones mineras crecieron un 22.7 % hasta alcanzar casi US$ 50,000 millones; se anunció la incorporación de más de 21,000 nuevos policías; se ejecutaron 153 colegios y 57 obras hospitalarias; y se convocaron elecciones generales para el 12 de abril de 2026.
Aunque estos indicadores económicos fueron recibidos con cierto reconocimiento en sectores técnicos, el mensaje presidencial fue duramente criticado por las omisiones significativas. No hubo una sola palabra dedicada a las muertes ocurridas durante las protestas sociales que marcaron el inicio de su mandato. Tampoco se mencionó el escándalo del Rolex Gate ni las investigaciones fiscales en curso. Peor aún, no se presentó una agenda de reformas políticas, ni se plantearon rutas hacia la reconciliación nacional. La presidenta optó por evadir los temas más sensibles, en un intento deliberado de blindarse mediante la gestión técnica, dejando de lado el componente humano y político que exige un momento como el actual.
Desde una mirada técnica, el discurso tuvo estructura y abundancia de datos. Se evidenció una clara intención de mostrar indicadores positivos, proyectar crecimiento y transmitir orden. Sin embargo, lo técnico no puede reemplazar lo político. Boluarte se comportó como una administradora de presupuesto, no como una jefa de Estado con visión transformadora. Se habló de ejecución, pero no de liderazgo. El resultado fue un mensaje más parecido a un informe de gestión que a una guía nacional. No se abordaron los conflictos territoriales, ni los reclamos sociales más urgentes, ni el creciente sentimiento de desconexión entre Estado y ciudadanía. El discurso fue denso, extenso, y sin ningún hito emocional que quede en la memoria colectiva.
Las reacciones no tardaron en llegar. La oposición calificó el discurso como “vacío” y “desconectado de la realidad”. En redes sociales, hashtags como , y se convirtieron en tendencia. El ausentismo en el Congreso fue leído como una moción de censura simbólica, mientras que organismos de derechos humanos lamentaron la omisión de cualquier referencia a las víctimas de la represión. La desconexión entre el discurso oficial y la percepción ciudadana podría agravar aún más la ya profunda crisis de legitimidad que atraviesa el gobierno. La promesa de entregar el poder en julio de 2026 pierde fuerza si no viene acompañada de señales claras de diálogo, justicia y reconstrucción del tejido democrático.
Dina Boluarte perdió una valiosa oportunidad para redefinir su legado. Pudo pedir perdón, abrir un espacio de diálogo nacional, reconocer errores. En lugar de eso, eligió refugiarse en cifras, proyectos y silencios. El mensaje a la Nación fue más un expediente técnico de sobrevivencia institucional que una propuesta política para el futuro. El Perú, hoy más que nunca, necesita liderazgo, no gerencia; necesita memoria, no olvido; y, sobre todo, necesita un horizonte. Y ese horizonte, por ahora, no se ve desde Palacio.