30/11/2025
¿Sabías que el error más grande de muchos padres es querer que sus hijos nunca sufran, nunca tropiecen y nunca se incomoden?
Ese instinto de protección, aunque nace del amor, muchas veces se convierte en la mayor prisión que un hijo puede tener.
Un día, una mujer embarazada se sentía llena de dudas. Su mayor miedo era no saber criar bien a su hijo. Ella solo quería que su bebé tuviera una vida fácil, bonita, sin dolor ni problemas.
Entonces, apareció un águila majestuosa, que la observó desde lo alto y bajó para hablar con ella.
—¿Qué te preocupa, madre humana? —preguntó el águila.
La mujer, sorprendida, respondió con lágrimas en los ojos:
—Tengo miedo… Quiero darle lo mejor a mi hijo, pero no sé cómo hacerlo. ¿Y si me equivoco?
El águila se acercó, la miró con seriedad y le dijo:
—Criar no es cuestión de comodidad. De hecho, es todo lo contrario.
Cuando mis crías nacen, su nido está lleno de suavidad: plumas, hierbas, un lugar donde pueden sentirse seguros. Pero llega un momento en que debo cambiarlo todo… entonces retiro lo suave y solo dejo las espinas.
La mujer se estremeció.
—¿Espinas? ¿Por qué querrías incomodarlos?
El águila no dudó en responder:
—Porque la incomodidad los hace moverse. Las espinas los empujan a buscar un lugar mejor. La comodidad no enseña nada, madre humana. Si todo es fácil, ellos nunca crecerán.
La mujer bajó la mirada, intentando entender, y preguntó:
—¿Y qué pasa cuando caen?
El águila abrió sus alas y con voz firme le explicó:
—Los lanzo al aire. Caen una y otra vez, porque el viento los vence. Yo los levanto con mis garras, los sostengo… pero no para salvarlos, sino para lanzarlos otra vez. Repito el proceso mil veces, hasta que entienden que deben usar sus alas. Y cuando aprenden a volar… ya no los ayudo más.
Los ojos de la mujer se abrieron, llenos de miedo y asombro.
El águila continuó con voz grave:
—No solapo la dependencia. El amor verdadero no es retenerlos, es liberarlos. Si los mantengo cómodos, nunca conocerán su fuerza. Si los protejo de todo, jamás descubrirán quiénes son.
La mujer acarició su vientre, con un n**o en la garganta.
—¿Entonces debo permitir que mi hijo enfrente el dolor? —preguntó con voz temblorosa.
El águila asintió.
—No es dolor, es aprendizaje. Aunque te duela verlo caer, debes dejar que se levante solo. No lo mantengas bajo tu ala para siempre. Déjalo sentir el viento en la cara. Déjalo tropezar, déjalo aprender. Solo así volará alto.
La mujer, con lágrimas en los ojos, comprendió.
—Gracias, madre águila —susurró—. Seré fuerte. No criaré a un hijo débil. Criaré a alguien que sepa volar.
Y siguió su camino, lista para ser la madre que su hijo necesitaba: firme, valiente, capaz de soltar para que él aprendiera a volar.
Escucha esto con el corazón:
Si quieres que tu hijo vuele alto, no lo encierres en un nido de comodidad.
No le hagas todo, no lo protejas de cada caída.
Las águilas empujan a sus crías fuera del nido porque saben que solo así descubren su poder.
No tengas miedo de verlo caer.
Ten miedo de verlo vivir sin alas por culpa de tu sobreprotección.
El amor verdadero no es retener: es enseñar a soltar.
Y ahora te pregunto a ti:
¿Estás criando a un hijo fuerte o a alguien que nunca aprenderá a volar?
Tú decides.
La vida no espera… y tarde o temprano, tu hijo necesitará sus alas.