15/09/2025
“Los cinturones son tuyos, hermano. Yo gané la pelea, pero estos también te pertenecen.”
En Las Vegas, después de escribir una de las páginas más grandes de la historia del boxeo, Terence Crawford hizo algo que muy pocos campeones se animan a hacer.
Con todos los flashes encima, con la gloria de haber destronado a Saúl “Canelo” Álvarez y convertirse en campeón indiscutido de los supermedianos, “Bud” tomó sus cinturones y se los entregó al mexicano.
En el boxeo, es habitual que el excampeón conserve sus cinturones, ya que al flamante campeón le entregan otros nuevos construidos especialmente para él. Lo que no es normal es que el campeón vigente decida devolverle los cinturones al excampeón delante de todas las cámaras. Ese tipo de gesto generalmente se hace en privado, pero Crawford rompió esa regla no escrita, transformándolo en un acto de respeto y grandeza aún más notable.
No fue un gesto protocolar. Fue respeto. Fue reconocimiento. Fue la manera de decirle al mundo que, más allá de las tarjetas y los récords, Canelo representa una era, un legado imposible de borrar.
Ante 70 mil personas, Crawford demostró que ser campeón no es solo ganar arriba del ring: también es saber honrar al rival derrotado.
El boxeo necesita de esos gestos. Y anoche, el campeón indiscutido mostró que, además de grandeza deportiva, también tiene grandeza humana.