
17/05/2025
LECTURA RECOMENDADA
*El Loco y el día en que la Catarata de Marto devolvió un cuerpo y se tragó el miedo*
Desde Sinsicap, 14 de mayo de 2025
Por corresponsal en campo brumoso
En lo más profundo de la sierra liberteña, donde la neblina corta la piel y las piedras tienen memoria, la Catarata de Marto volvió a rugir. No fue el estruendo del agua lo que sacudió al pueblo esta vez, sino el grito silencioso de la vida enfrentando a la muerte, del coraje enfrentando al abismo. Y en el centro de todo, dos nombres resplandecen como antorchas encendidas en plena tormenta: Alexis Dionicio González, mejor conocido amicalmente como El Loco, y su inseparable compañero, Carlos Goicochea Nicacio, a quien la gente nombra con respeto y cariño como El Negro o simplemente Nene.
Tres días llevaba el cuerpo del turista bajo las aguas embravecidas de Marto. Tres días de vigilia, de súplica, de impotencia. Los equipos especializados llegaron, sí, pero con el alma burocrática y el cuerpo frío de quienes ya no sienten. Dijeron que el rescate era complicado, que las condiciones no eran seguras. Las familias lloraban. El pueblo observaba.
Pero hoy, 14 de mayo, en un acto que ya roza la leyenda, dos jóvenes se ataron con una soga —el cordón umbilical entre la vida y la muerte— y descendieron al inframundo líquido. Sin traje, sin oxígeno, sin más defensa que su aliento y su fe ciega en el instinto. Bucearon durante cuatro horas por las entrañas de la segunda caída de la catarata. Allí donde el agua golpea con furia y las piedras parecen bestias dormidas, hallaron lo que nadie había podido encontrar.
Dicen que cuando El Loco emergió con el cuerpo entre sus brazos, la catarata enmudeció por un instante. Algunos viejos afirmaron haber visto figuras entre la bruma, como sombras danzantes, como si los mismos demonios del lugar —los que cantan en la neblina y atraen con música celestial— hubieran sido derrotados por voluntad humana. Otros aseguran que la corriente cambió de curso por unos segundos, como si Marto, vencida, hubiese rendido homenaje.
No es la primera vez que se cuentan cosas así de este lugar. Mayguyo, anciano pastor del pueblo, jura haber visto una vez un templo de piedra al borde de la peña, tan real que las ovejas no querían acercarse. Desde ese día, sueña con ojos rojos y escaleras que bajan hacia ninguna parte. “Allí no manda Dios”, dice, “allí mandan otros”.
Pero hoy, El Loco mandó más.
En una entrevista brindada por una página local apenas unas horas después del rescate, con los labios aún marcados por el frío del agua, con el cuerpo temblando pero el espíritu intacto, soltó una frase que ya empieza a convertirse en rezo:
“Todos somos errantes, y en cualquier momento vamos a necesitar de algún favor.”
Bastó eso. Una línea sencilla, nacida del barro y la niebla, para elevarlo por encima de cualquier uniforme, de cualquier jerarquía. No fue un héroe improvisado; fue un hombre que decidió no mirar hacia otro lado. Que se zambulló donde otros pusieron excusas. Que escuchó el llanto de una familia y respondió con acción.
Esta noche, Sinsicap no duerme. No por miedo, sino porque hay algo sagrado en el aire. En cada rincón del pueblo, entre fogatas, mates calientes y miradas humedecidas, el nombre de El Loco se repite con devoción. No como quien recuerda a un mortal, sino como quien reconoce al que descendió al fondo del in****no y volvió trayendo algo más que un cuerpo: volvió trayendo esperanza.
Y desde hoy, la Catarata de Marto, aunque siga rugiendo, sabe que no podrá tragar la memoria de este día. Porque hoy dos sinsicapinos, un Loco y un Negro, sin respaldo oficial, desafiaron a los mitos y salieron vivos. Porque hoy, en el corazón del silencio, fue el pueblo quien ganó.