Bono Alimentario

Bono Alimentario Bono Alimentario 🥚🍲🥔🥑🥝🥕🥘🦑

🥔🧏‍♀️ Cosechando estás ricas papas para que la ciudad coma rico y nutritivo 🥲Hoy quiero compartirles un pedacito de mi v...
03/09/2025

🥔🧏‍♀️ Cosechando estás ricas papas para que la ciudad coma rico y nutritivo 🥲

Hoy quiero compartirles un pedacito de mi vida en el campo 🌞. Soy una mujer sencilla, bella y orgullosa de lo que hago cada día. Entre mis manos llevo el fruto de mi trabajo: las papas que cosecho con amor y paciencia.

Desde muy temprano salgo a mi chacra, respiro el aire fresco y agradezco a la tierra por darme tanto. Allí, entre surcos y montañas, encuentro la fuerza para seguir adelante. Cada papa que recojo es un símbolo de esfuerzo y esperanza.

Cosechar no es fácil, pero en cada jornada siento alegría. El sol me acompaña y la tierra húmeda me recuerda que aquí está mi raíz. Cada día me convenzo más de que vivir en el campo es un regalo que no todos tienen.

Lo más bonito es que las papas que cosecho no solo alimentan mi hogar, también son parte de la mesa de otras familias. Y eso me llena de orgullo, porque sé que mi trabajo se transforma en alimento para muchos 🥔.

Aquí en el campo aprendí que la verdadera belleza no está en lo superficial, sino en trabajar con amor y vivir agradecida. Por eso, cada papa que levanto la hago con una sonrisa, porque sé que mi esfuerzo tiene sabor a vida y esperanza 💚.


🥔 Que ricas papitas frescas, amarilla peruanita ... Bendiciones mis hermanos 📩
29/08/2025

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🥔 En los andes del peru asi crece papa amarillas 😍😥
29/08/2025

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🌾✨ Hoy el campo celebra con orgullo: después de meses de madrugadas, paciencia y esperanza, la tierra devuelve en forma ...
29/08/2025

🌾✨ Hoy el campo celebra con orgullo: después de meses de madrugadas, paciencia y esperanza, la tierra devuelve en forma de yucas grandes y hermosas todo el esfuerzo sembrado. Estas raíces no son solo alimento, son historias de trabajo, sacrificio y fe que viajan desde la finca hasta la mesa de quienes buscan comer nutritivo y natural. Cada yuca representa la unión entre la naturaleza y las manos campesinas, recordándonos que detrás de lo que llega al plato siempre hay amor, dedicación y sueños que florecen en silencio. 🙏🥔💚

🐟🎣 Un descanso después de trabajar 🥲😍
28/08/2025

🐟🎣 Un descanso después de trabajar 🥲😍

🥑 Hoy fue mi primera cosecha y nadie lo celebró conmigo 😢🙌🥰❤️🙏
25/08/2025

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Yendo a trabajar a chacra 📩
24/08/2025

Yendo a trabajar a chacra 📩

Golpeada, hambrienta, humillada. Así transcurrieron los primeros diez años de vida de Mary Ellen Wilson, nacida en Nueva...
22/08/2025

Golpeada, hambrienta, humillada. Así transcurrieron los primeros diez años de vida de Mary Ellen Wilson, nacida en Nueva York en marzo de 1864. Su padre murió cuando era apenas un bebé, y su madre, sin recursos para mantenerla, la dejó al cuidado de una pareja que parecía respetable: Mary y Francis Connolly. Detrás de esas paredes no había protección ni ternura. Solo castigos, encierros y hambre. Mary Ellen era tratada como una esclava en su propia infancia, viviendo cada día como una batalla silenciosa por sobrevivir.

El secreto habría permanecido oculto de no ser por Etta Angell Wheeler, una voluntaria que visitaba con frecuencia el vecindario. Fue ella quien percibió las señales: la delgadez extrema, las marcas en la piel, la mirada apagada de una niña quebrada por el dolor. Intentó pedir ayuda, pero descubrió que en aquel tiempo las instituciones no tenían leyes para proteger a los niños. Eran invisibles ante la justicia.

Entonces ocurrió lo inesperado: Wheeler recurrió a la Sociedad Americana para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (ASPCA). Si los animales podían ser defendidos, ¿por qué no los niños? Henry Bergh, presidente de la organización, se conmovió profundamente y decidió actuar. Con la ayuda de un abogado, consiguió una orden judicial y rescató a Mary Ellen del in****no en el que vivía.

Cuando la sacaron de aquella casa, la escena era devastadora: estaba desnutrida, cubierta de cicatrices y con un miedo que hablaba más fuerte que cualquier palabra. La sociedad, al verla, entendió por primera vez algo que parecía obvio pero que nunca se había dicho: los niños también podían ser víctimas de violencia.

El juicio contra Mary Connolly conmocionó a la opinión pública. Lo más poderoso no fueron las pruebas materiales, sino la voz de la propia niña. Con apenas diez años, Mary Ellen describió entre sollozos cómo era golpeada con látigos, privada de comida durante días y obligada a dormir en un armario. Su testimonio fue un eco desgarrador que rompió el silencio sobre una realidad hasta entonces ignorada. Connolly fue condenada a prisión. La sentencia pudo parecer leve, pero el precedente fue inmenso: por primera vez se castigaba el maltrato infantil en un tribunal.

De ese proceso nació la primera institución en el mundo dedicada a proteger a los niños: la Sociedad de Nueva York para la Prevención de la Crueldad Infantil (NYSPCC). La historia de Mary Ellen abrió los ojos de la sociedad y dio origen a leyes, organizaciones y movimientos que, desde entonces, luchan por la infancia.

¿Y qué fue de ella? Tras el juicio, Mary Ellen quedó un tiempo al cuidado de su abuela y luego fue adoptada por una familia que le dio estabilidad y afecto. Por fin pudo asistir a la escuela, crecer en un entorno seguro y reconstruir lo que le habían arrebatado. Con el tiempo se casó con Lewis Schutt, tuvo cuatro hijos y se dedicó a ofrecerles lo que ella nunca tuvo: un hogar lleno de amor.

Mary Ellen Wilson pasó de ser una niña silenciada a convertirse en el símbolo que despertó a toda una sociedad. Su dolor no fue en vano: gracias a su valentía, la infancia dejó de ser invisible y comenzó a ser reconocida como un derecho que debía protegerse.

Cosechando las paltas que se produjo este año 📩
21/08/2025

Cosechando las paltas que se produjo este año 📩

Yo regalaba ropa para una niña de dos o tres años. Un día me escribió una mujer: decía que estaba en una situación muy d...
21/08/2025

Yo regalaba ropa para una niña de dos o tres años. Un día me escribió una mujer: decía que estaba en una situación muy difícil, que su hija no tenía qué ponerse, y me preguntó si podía enviarle la ropa por correo. Al principio quise contestar con frialdad —pensé: “que se las arregle sola, yo también tengo mis problemas”. Pero luego me vino a la cabeza una duda: ¿y si realmente la situación es tan dura como cuenta? Al final empaqué la ropa y la envié por mi cuenta.

Pasó un año. Una tarde recibí un paquete.

Me quedé un rato mirándolo sobre la mesa de la cocina, con las tijeras en la mano. Era una caja marrón, envuelta en cinta adhesiva. El remitente me resultaba vagamente familiar. Y de pronto recordé: sí, era la misma mujer a la que había mandado la ropa infantil.

La caja era ligera, pero algo sonaba en su interior. Corté la cinta con cuidado, abrí la tapa… y me quedé sin aliento.
Dentro no había ropa ni juguetes. Había un montón de dibujos infantiles perfectamente ordenados, unas flores silvestres secas y, encima de todo, una carta junto con varios tarros de mermelada de frambuesa y grosella negra.

Me senté en la silla y desplegué la hoja escrita con una caligrafía irregular:

«Hola. No sé si se acuerda de mí. Hace un año usted me mandó ropa para mi hija. Fue la primera ayuda que recibí de una persona totalmente desconocida. En aquel entonces vivíamos en una casa fría, sin dinero ni para lo básico, y mi niña iba siempre con ropa vieja y gastada. Cuando llegó su paquete, saltaba de alegría, y yo también, no lo voy a negar. Se probaba los vestidos delante del espejo y reía a carcajadas.

Ahora las cosas están un poco mejor. Encontré trabajo, mi marido volvió de un viaje y la vida empieza a estabilizarse. Mi hija ya ha crecido. Quiero devolverle al menos una parte del cariño que nos dio. En la caja encontrará sus dibujos; ella misma dijo: “Mamá, esto es para la señora que me regaló vestidos”. Las flores las recogimos juntas, para que las guarde de recuerdo. Y de mi parte, unos tarros de mermelada casera de las moras y frambuesas de nuestro jardín. Espero que en algún día lluvioso de otoño tome un té y nos recuerde».

Leí la carta varias veces. Los ojos se me llenaron de lágrimas. Sentía una mezcla extraña de gratitud, pudor y alegría tranquila.

Recordé aquel día, un año atrás. Yo también estaba cansada y agobiada. Mi marido viajaba mucho por trabajo, yo me quedaba sola con el niño, agotada y de mal humor. En casa se acumulaban bolsas de ropa, cajas en el trastero. Publiqué un anuncio en un grupo de Facebook: “Lo regalo”. Me llegaron decenas de mensajes: unos sin ni siquiera un saludo, otros exigentes, otros intentando negociar, aunque todo era gratis.

Y de pronto apareció aquel mensaje: «Por favor, estoy en apuros, ¿podría enviarlo por correo?».
Mi primera reacción fue de irritación. ¡Por correo! Eso significaba ir a la oficina de correos, esperar cola, pagar de mi bolsillo. ¿Por qué tenía que hacerlo yo?

Pero entonces recordé cómo, estando embarazada, también pedí ropa prestada porque no llegábamos a fin de mes. Recordé las veces que mi marido tardaba en cobrar y nos las veíamos negras. Y pensé: ¿y si de verdad lo necesita?

Reuní un paquete: chaquetas, vestidos, medias, un abrigo. Pagué cinco euros por el envío. No era mucho, pero en ese momento lo sentí. Y luego me olvidé del asunto.
Hasta ese día, un año después.

Tomé en mis manos los dibujos. En uno aparecía una casita torcida, con un sol enorme arriba y una niña con vestido verde junto a sus padres. En otro, un árbol lleno de manzanas dibujadas con tanta fuerza que el lápiz se había roto. En el tercero, un cielo azul pintado hasta romper el papel.

Me quedé mirando. Eso era memoria, parte de una vida confiada a mí.
Entonces sentí la necesidad de contestar.

En la carta había dirección, correo y teléfono. Dudé un poco, pero al final envié un mensaje corto:
«He recibido su paquete. Muchísimas gracias. Ha sido una sorpresa muy emocionante».

La respuesta no tardó:
«¡Qué alegría! Tenía miedo de que se perdiera. Le dije a mi hija y saltaba de felicidad: “¡La señora lo recibió!”».

Así empezó nuestra correspondencia.

Ella se llamaba María. Vivía en Gijón, trabajaba en una farmacia. Su marido era camionero. La niña se llamaba Lucía y acababa de empezar en la guardería. María escribía de forma sencilla, sin quejas, pero entre líneas se adivinaba el cansancio. A veces me decía: «Mi marido se retrasa, estoy sola con la niña, cuesta». O: «Han cerrado la guardería por cuarentena y tengo que ir a trabajar».

Y poco a poco entre nosotras se tendió un hilo invisible. Una desconocida que de repente se volvió cercana. Nunca nos habíamos visto, pero compartíamos cosas que a veces ni a las amigas se cuentan.

Pasaron seis meses. En primavera decidí viajar con mi hijo al norte, de vacaciones junto al mar. Y me di cuenta de que no estaba tan lejos de Gijón.

Le escribí: «Voy a estar cerca de tu ciudad, ¿te apetece que nos veamos?».
Tardó en responder, y al final dijo: «No sé… me da un poco de vergüenza».
La animé: «Solo un café, no soy una extraña».
Y aceptó.

Quedamos en una cafetería pequeña del centro. Yo estaba nerviosa, como en una cita. Me senté junto a la ventana. El corazón me latía fuerte.
Se abrió la puerta y allí estaba ella: bajita, delgada, con el pelo recogido en una coleta. Llevaba una bolsa de la que sobresalía un peluche. De la mano traía a una niña de cuatro años con un vestido rosa y unos ojos enormes.

—¿Eres tú? —preguntó María sonriendo.
—Sí, —respondí yo.
Y nos abrazamos como viejas amigas.

Lucía me tendió el peluche:
—Es para ti.
—Gracias, cielo, —le dije emocionada.

Nos sentamos, tomamos té y hablamos. Al principio con timidez, luego con naturalidad. María me contó de su trabajo, yo del mío. Las niñas enseguida se pusieron a jugar alrededor de las mesas.

En un momento me di cuenta: esto era un milagro. Un año atrás había mandado un paquete casi al azar. Y ahora estaba allí, con una persona que se había vuelto importante para mí.

Desde aquel encuentro seguimos en contacto. A veces nos mandamos pequeños regalos: yo le envío libros para Lucía, ella me manda tarros de mermelada casera.
Y lo más sorprendente es que mi vida cambió. Tengo menos cansancio, menos irritación. Aprendí a disfrutar de los pequeños detalles.

Todo porque un día decidí no ignorar aquel mensaje.

Hoy, dos años después de la primera caja, todavía guardo los dibujos y las flores secas. A veces los s**o y los miro. Y siempre pienso: hay tanta indiferencia en el mundo… pero basta tender una mano una vez, y ese gesto regresa multiplicado.

Estamos unidos por hilos invisibles. Y un pequeño acto puede cambiar la vida de alguien. A veces, incluso la tuya propia. ❤️

🦉Te viene una casa nueva con  primer millón 🏡🤑
21/08/2025

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