20/06/2025
Un día, un perro cayó en un pozo profundo.
Su dueño, al escucharlo ladrar, corrió desesperado a ayudarlo.
Intentó bajarle una cuerda, lo llamó con comida, pidió ayuda a los vecinos…
Pero nada funcionaba. El pozo era muy hondo.
Pasaron las horas.
El perro, cansado, ya no ladraba. No comía, no bebía, apenas se movía.
Los vecinos se reunieron y le dijeron al dueño:
—Ya hiciste todo lo posible… es mejor que lo des por perdido.
—No podemos dejarlo sufrir —dijo otro—. Lo más compasivo sería cubrir el pozo con tierra. Al menos así descansará en paz.
El dueño, con lágrimas en los ojos, aceptó.
Y empezaron a lanzar paladas de tierra al pozo.
La tierra caía sobre el lomo del perro.
Al principio gimió, se agitó, tembló de miedo…
Pero luego, algo cambió.
Cada vez que la tierra caía, el perro la sacudía…
Y la pisaba.
Sacudía. Pisaba.
Sacudía. Subía.
Palada tras palada, la tierra no lo enterraba… lo levantaba.
Los vecinos, desde arriba, observaban con asombro cómo el perro subía poco a poco.
Hasta que después de varias horas…
El perro salió del pozo.
Estaba cubierto de tierra, pero vivo.
Con la lengua afuera, la cola en alto y la mirada firme.
Lo que parecía su final… terminó siendo su salida.
Y es que así es la vida muchas veces.
La gente puede echarte tierra encima: críticas, rechazos, problemas.
Todo parece querer hundirte.
Pero si aprendes a sacudirte…
Si decides pararte sobre cada golpe en lugar de dejarte vencer…
Terminas saliendo más fuerte.
No siempre podrás evitar caer.
Pero sí puedes elegir cómo te levantas.
Porque a veces, lo que hoy te entierra…
Mañana te impulsa.