03/04/2025
Qué ironía ser cocinero.
Cocinar para muchos y comer solo.
Tener el fuego en las manos y el vacío en el estómago.
Crear festines y cenar sobras y solo podemos apreciarlos.
Servir placer y tragar cansancio.
Alimentar lujos mientras el hambre te muerde.
Hacer arte que desaparece en un bocado.
Horas cocinando, minutos devorando.
Rodeado de sabores, pero con la boca seca.
Hacer felices a extraños y llegar a casa vacío.
Mucho en el plato, poco en la vida.
Encender el fuego afuera y apagarlo por dentro.
Cocinar amor y comer soledad.
Dar placer y recibir olvido.
Alimentar cuerpos y morir de cansancio.
Pero en medio de la fatiga, una chispa sigue ardiendo.
Porque en cada plato va una parte de uno mismo.
Porque detrás de cada servicio hay un alma que resiste.
Porque aunque el cuerpo sufra, el arte no se apaga.
Y al final del día, cuando todo está en silencio,
cuando el último plato ha sido servido y las luces de la cocina se apagan,
queda el orgullo de saber que, aunque el mundo no siempre lo note,
un verdadero cocinero nunca deja de alimentar algo más grande que el hambre.