04/06/2025
¿Qué harías si supieras que los cimientos del éxito económico están manchados de silencio, dolor y amianto?
En 1986, el periodista alemán Günter Wallraff hizo algo que cambiaría para siempre el periodismo de investigación. Se disfrazó de trabajador turco, adoptando el nombre de Ali, y se infiltró durante dos años en los trabajos más duros, peligrosos y mal pagados de Alemania.
"Ali" no era solo un personaje. Era una denuncia viviente.
Con una cámara oculta y un grabador en su mochila, Wallraff trabajó en fábricas de amianto, en centrales nucleares, en condiciones que ponían en riesgo la vida de cualquiera. Mientras los trabajadores alemanes se negaban a realizar esas tareas por el peligro, los inmigrantes —muchos de ellos turcos sin documentos— eran contratados sin ninguna protección. Respiraban polvo tóxico. Se enfermaban. Morían. Nadie los escuchaba. Nadie los veía.
Con sus propias palabras:
> "En Thyssen trabajábamos sin máscaras. La salud de los turcos no importaba. Mis compañeros… la mayoría ha mu**to."
Wallraff vivió en carne propia lo que significaba ser un "gastarbeiter", un trabajador invitado, como se les llamaba. Pero en realidad eran mano de obra desechable. Fueron necesarios para reconstruir Alemania después de la Segunda Guerra Mundial, pero nunca fueron tratados como iguales.
Su libro, "Ganz unten" —traducido como "Faccia de turco"— no era solo una crónica. Era un grito. Un espejo incómodo que muchos en Alemania preferían evitar.
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Hoy, Alemania es una potencia.
Pero su progreso también está escrito en los pulmones de quienes no tuvieron voz. Recordar historias como la de Wallraff y "Ali" es un acto de justicia.
Porque el verdadero desarrollo no puede construirse sobre el olvido.