08/10/2025
                                            —Mamá, deberíamos ponerle llave a mi cuarto.
—No, Cami, tenés apenas nueve años, ¿acaso tenés algo que esconder? —respondió su madre distraída, con los ojos pegados a la televisión.
—No, pero… necesito privacidad —insistió la niña.
—Sos muy chica, ya tendrás tiempo cuando seas adolescente.
El corazón de Cami se apretó. Nadie parecía entenderla. Golpeó la puerta de su cuarto y se encerró con furia. Desde que su madre se había vuelto a casar, todo cambió. Ya no sonreía como antes, lloraba sin razón aparente y se volvía agresiva en la escuela. Una semana atrás, incluso había gritado a un maestro.
Cuando su madre le reclamó, ella explotó:
—¡Es un tonto! ¡Los hombres son malos!
Esa frase quedó flotando en la mente de su madre, pero lo atribuyó a berrinches de una niña caprichosa.
Un día cualquiera, Cami llegó de la escuela. Dejó la mochila tirada y corrió al baño a llorar. La madre, cansada, golpeó la puerta:
—¡Podés levantar la mochila!… Hija, ¿estás llorando?
—¡Andate, mamá! ¡Como siempre hacés! Si me vas a dejar sola otra vez con Mariano, andate de una vez.
Su madre intentó explicarle que debía trabajar, que Mariano era quien la cuidaba, pero la niña solo gritó:
—¡No quiero nada con vos!
Confundida, la madre compartió su angustia con una amiga. Le aconsejaron que era normal, que la niña no aceptaba la nueva situación. Y se convenció de que solo era un berrinche.
Esa misma tarde, Mariano entró a la habitación de Cami.
—Estamos solos —dijo con una sonrisa inquietante.
Ella lo ignoró, fingiendo jugar con sus muñecas. Pero él insistió, la obligó a sentarse con él, la sujetó y, entre lágrimas y patadas, la niña no pudo escapar.
Esa noche, escribió en su diario:
"Querido Diario… ya no quiero jugar más. No me gustan los secretos. Él dice que somos novios, pero yo no quiero. Ojalá pudiera encerrarme cuando llega a casa, pero mamá dice que soy muy pequeña…"
Día tras día, Cami se apagaba más. Su madre empezó a sospechar: ¿acaso era bullying en la escuela? Fue a hablar con la directora, pero allí le aseguraron que no había problemas. Al llegar a casa, vio el diario sobre la cama. Dudó, pero lo abrió. Lo que leyó la dejó paralizada.
Corrió hacia su hija:
—Hija… ¿quién te lastima?
—Nadie… es un cuento —mintió con miedo.
La madre la abrazó fuerte.
—Hay secretos que nunca deben guardarse. Esos que duelen… siempre debés contarlos. Y yo siempre te voy a creer.
Cami la miró con los ojos empapados.
—Es que… es que Mariano… me toca… me lastima… y me dice que no te lo diga. Pero vos me creés, ¿no?
La madre lloró con ella y solo pudo repetir:
—Sí, hija, te creo.
Mariano fue denunciado y apartado de sus vidas. Con ayuda de una psicóloga, Cami comenzó a sanar. Poco a poco volvió a reír, a dormir tranquila, y a no tener miedo de abrir la puerta de su cuarto.
Moraleja: Ningún niño es demasiado pequeño para saber que nadie tiene derecho a lastimarlo. Escuchar, creer y proteger a tiempo puede salvar no solo la inocencia, sino la vida misma.