06/12/2025
La vida siempre deja pistas en sus bordes.
Esta hoja, casi deshecha, muestra el esqueleto que la sostuvo, la red vascular que un día transportó agua, minerales, luz convertida en azúcar.
Es su sistema circulatorio expuesto, su intimidad botánica al desnudo.
Y ahí, sin querer, nos refleja.
Porque nuestros cuerpos también son eso:
tramas microscópicas de colágeno, fibras, axones, dendritas, caminos por donde corre la electricidad que llamamos pensamiento, ríos celulares que empujan oxígeno para sostenerse.
La hoja se degrada, sí, pero antes de volverse tierra, se vuelve verdad estructural, muestra el diseño perfecto que la biología tejió con paciencia molecular.
En ella ves el mismo principio que en ti: organización emergiendo del caos, geometría naciendo de la necesidad de vivir.
Su tejido finísimo es un recordatorio de que no somos sólidos, somos arquitectura viva, compleja, frágil, insistente. Una red sosteniendo un soplo.
Y quizá ahí está el guiño del universo:
que incluso cuando algo se descompone,
la belleza aumenta.Porque se revela el patrón profundo, el orden debajo de la apariencia.
Somos hojas.
Somos tejido.
Somos diseño microscópico que olvida que tambien es infinito...