16/01/2025
Llevaba algún tiempo en manso letargo. Lo dijo con más palabras, palabras breves, pero precisas. Las fiestas la habían descolocado. Noté algo mientras hablaba del libro que tenía en las manos: un poco, solo un poco de entusiasmo. Era un libro infantil, un libro antiguo, Alicia en el País de las Nieves, de Editorial Renacimiento, una hermosa edición en formato grande, con tapas duras, ilustrada con bellas acuarelas. Como un tesoro recién descubierto.
No atiné a tomar una foto del libro. Creo que pude hacerlo, pero me concentré en el momento. Fue algo especial: ver a una mujer adulta rememorar breve e intensamente me llevó con ella, a su infancia.
Me contó que en su casa no había muchos libros, pero que recordaba algunos de esta colección con especial cariño. Alguna vez lo leyó acompañada, en un rincón cálido, y después lo miró sola una y otra vez. Se imaginaba el clima frío, los personajes, las andanzas, como si fueran parte de su mundo. Mientras hablaba, parecía que esas imágenes volvieron a ella, fugaces pero vívidas. Pagó y se fue, llevándose ese precioso fulgor brillante que por momentos nace de los libros; un fragmento de su pasado.
No recuerdo si te había contado sobre los hallazgos inesperados que suceden en la librería. A veces son libros, otras veces hálitos de esperanza. Pequeños instantes como este, una fugaz estela que nos conecta con quienes fuimos y que, de algún modo, nos ayuda a sobrellevar el presente.