
31/07/2025
Jesús de Nazaret vivió en sus últimos días múltiples traiciones, no de enemigos, sino de quienes lo llamaban Maestro y compartieron con Él. Su vida fue de entrega y amor por los demás, pero en su humanidad también sintió el dolor profundo de la traición. Cuando Judas lo entregó con un beso, no fue solo una acción física, sino una herida emocional profunda.
Jesús enfrentó una soledad existencial, como la que describen filósofos como Kierkegaard o Simone Weil, al ver que incluso en la verdad más pura se puede ser abandonado. Aun así, eligió el perdón, no como negación del dolor, sino como afirmación del amor verdadero.
El pago de la traición no fue el castigo, sino la cruz, asumida voluntariamente como acto redentor. Comprendió la fragilidad humana, amó a sus discípulos pese a sus fallas, y no se dejó vencer por el resentimiento. La traición reveló el miedo, la inestabilidad de la lealtad, pero también la fuerza del amor que perdona.
Ese es el mensaje que sigue vigente: donde existe la traición, también puede existir el perdón y la esperanza de redención.