23/05/2025
“Estuve casado con mi exesposa, Hiba Abouk, desde 2020 hasta 2023. Con el tiempo, noté que su interés parecía centrado en mi dinero. Fue entonces cuando decidí transferir todos mis bienes a nombre de mi madre, mientras esperaba pacientemente que ella solicitara el divorcio. Desde entonces, aprendí una lección muy dura: nunca volveré a confiar plenamente en ninguna mu*j3r, salvo en mi madre. El día que finalizó el divorcio, mi madre y yo bailamos juntos. Fue nuestra forma de celebrar la libertad y la lealtad verdadera.
Registré todo a nombre de mi madre cuando comencé a sospechar de las intenciones de mi esposa. Llevábamos apenas un año de matrimonio cuando una mañana, tras una pequeña discusión, ella me advirtió que podía pedir el divorcio en cualquier momento y que, en ese caso, todo se dividiría por la mitad. Esa frase me abrió los ojos: me di cuenta de que no compartía su vida conmigo, sino con mi patrimonio.
Busqué asesoría, reflexioné, y tomé la decisión de crear un fideicomiso a nombre de la única persona en quien confío ciegamente: mi madre. Cuando le conté lo que estaba pasando, ella me abrazó y me dijo: “Hijo, te llevé en mi vientre durante nueve meses. He visto todo lo que has luchado. No voy a permitir que nadie te arrebate lo que tanto te ha costado construir”. Y así fue como transferimos todo: propiedades, cuentas, e incluso mi ropa y la camiseta con la que juego al fútbol.
Cuando mi esposa finalmente pidió el divorcio y exigió la mitad de mi riqueza, no me sorprendió. Me advirtió que me arruinaría, pero yo solo sonreí por dentro. Ella no planeó nada… y yo lo planeé todo. En el tribunal, no lloró por la separación, sino por irse tal como llegó: con las manos vacías.
Hombres, escúchenme bien: los amigos pueden fallarte, una esposa puede traicionarte… pero el amor de una madre es eterno. Ese sí es leal, puro y verdadero.” ❤️🩹
— Achraf Hakimi.
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