28/08/2025
Tengo 18 años de matrimonio con un hombre excelente, responsable, trabajador, siempre presente para mí y nuestros hijos.
Nunca me ha levantado la voz, jamás me ha sido infiel, no toma, no fuma, no sale con amigos a perder el tiempo. Muchos dirían que soy afortunada, pero dentro de mí algo no estaba bien, no me sentía feliz.
No sé si fue la rutina, si fue la costumbre o simplemente una confusión en mi cabeza, pero comencé a pensar que quizás la felicidad estaba en otra parte. Y fue en ese momento que apareció él, un hombre que me decía cosas bonitas, que me hacía sentir viva y que me prometía una vida diferente, llena de emoción y aventuras.
Caí. Empecé a enviarle mensajes a escondidas, a inventar salidas y a mentirle a mi esposo, ese hombre que nunca me había fallado. Me convencí de que merecía algo más, que tenía derecho a buscar mi felicidad, aunque eso significara romper el corazón de quien siempre me había cuidado.
Pero mi secreto no duró mucho. Una noche mientras yo me bañaba, mi esposo tomó mi teléfono porque había escuchado un sonido de mensaje. No buscaba nada, pero lo encontró todo: conversaciones enteras, fotos, promesas de amor que le había hecho a otro hombre mientras él estaba trabajando para que nada me faltara.
Recuerdo su mirada cuando me enfrentó, no gritó, no insultó, solo me dijo: "¿Sabes lo que firmamos y sabes lo que esto significa?". Años atrás cuando nos casamos, hicimos un contrato. Si alguno de los dos era infiel, perdería todo derecho a la casa, al dinero y a cualquier bien en común.
Sin excusas, sin segundas oportunidades. Esa misma noche me pidió que recogiera mis cosas. Me fui, y no sola, me mudé con el hombre con el que había arriesgado mi matrimonio. Pensé que por fin viviría esa felicidad que tanto buscaba.
Unos meses después, le di la noticia: estaba embarazada. Creí que se alegraría, pero en lugar de abrazarme, su cara cambió. Me dijo fríamente: "Yo no quiero tener hijos, no quiero esta responsabilidad. Será mejor que te vayas".
En shock, recogí mis cosas una vez más y terminé volviendo a la casa de mis padres, con el corazón destrozado y sin saber cómo seguir. Entre tanto, mi esposo siguió con su vida. Se quedó en nuestra casa con nuestros hijos, cumpliendo lo que decía el contrato.
Yo podía verlos, pero ya nada era igual. Con el tiempo, la realidad me golpeó. Había perdido un gran hombre por una ilusión pasajera. El hombre que me amaba de verdad, que me respetaba y me cuidaba, ahora estaba lejos de mí. Intenté buscarlo, le pedí que habláramos, que intentáramos recomponer lo nuestro, pero él fue claro: "No después de lo que hiciste".
Hoy, me arrepiento profundamente. Pensé que la felicidad estaba en lo nuevo, en lo emocionante, pero no entendí que la verdadera felicidad estaba en lo que ya tenía: un esposo que me amaba y una familia unida.
Y ahora, por mi egoísmo y mis decisiones, lo perdí todo.
