24/06/2025
Sàngó es fuego, trueno y justicia.
Es el rey que no se doblega, el señor del rayo, el Alàáfin que carga la corona hecha de relámpagos.
Cuando Sàngó habla, la tierra escucha.
Cuando Sàngó baila, el cielo se abre.
Cuando Sàngó decide, el mundo se mueve.
Cuentan los antiguos que ningún trono de madera pudo soportar su fuerza.
Por eso, se sentaba sobre un mortero sagrado (Odó) – símbolo de la resistencia, de la base firme y del poder que sostiene al mundo.
Es por eso que hasta hoy, sus ojubó (asentamientos), son hechos sobre morteros: Sàngó no se basa en debilidades.
El Orogbó –fruto amargo- es sagrado para El.
Ahí está la lección: no todo lo que es amargo deja de ser sagrado.
La resistencia, la longevidad, el poder de soportar, todo eso vive en el Orogbó y vibra con el asé de Sàngó.
Sàngó no sólo protege con el rayo que destruye, sino con la justicia que restaura, con el coraje que levanta, con el fuego que purifica.
Quien es de Sàngó aprende a no callarse delante de la injusticia.
Aprende que la palabra es el arma.
Que el silencio puede ser trueno.
Y que la dignidad vale más que cualquier corona.
Sàngó es el Orixá de la raleza y del coraje.
Del grito que liberta.
De la fuerza que impone respeto.
Del axé que no se rompe.
Cargar Sàngó en el corazón es cargar la llama de lo imposible.
Es saber que ningún fardo es pesado para quien tiene fuego en el alma y la justicia en los pasos.
Es saber que la guerra no es sólo con la espada, sino con la verdad.
Káwo Kabeyèsí Sàngó!
Obá Kò Só!
(Saludos al REY, al REY que nunca muere)