25/08/2025
Educación o Control: El Salvador Impone Disciplina Castrense en las Aulas.
El Ministerio de Educación de El Salvador, bajo la nueva gestión de la militar ministra de educación, coronel en servicio activo, ha decidido abordar uno de los grandes desafíos de la pedagogía moderna con la sutileza de un manual de cuartel: implementará un sistema de deméritos para los estudiantes que olviden decir “buenos días”, “por favor” o “gracias”.
La medida, empaquetada bajo el nombre de “Promoción de la Cortesía Escolar”, es en realidad un sintomático y preocupante paso hacia la militarización de la vida cotidiana y el espacio educativo. Lejos de promover valores genuinos de respeto y convivencia, este reglamento impone una lógica de vigilancia, sanción y obediencia ciega que es antagónica al propósito fundamental de la escuela: formar ciudadanos críticos, autónomos y plenamente capacitados para la vida en democracia.
La paradoja es evidente. No se puede coercionar la cortesía. El respeto y la amabilidad son frutos del ejemplo, el diálogo y la reflexión, no del miedo a un demérito. Lo que este sistema logrará no es internalizar valores, sino entrenar en el cumplimiento superficial de normas, vaciando de significado actos sociales cruciales y enseñándoles que el comportamiento es solo una performance para evitar el castigo.
Resulta elocuente que esta política punitiva surja bajo el liderazgo de una militar. No es una casualidad, sino la expresión de una visión del mundo que prioriza el control sobre la libertad y el pensamiento crítico. La cultura castrense, basada en la jerarquía y la obediencia ciega e incuestionable, se está trasladando directamente al aula, reemplazando la labor del pedagogo con la del oficial. Este nombramiento y sus primeras medidas no son un hecho aislado, sino un eslabón más en la estrategia de un gobierno que ha borrado progresivamente los límites entre lo civil y lo militar, extendiendo la mano dura más allá de la seguridad pública hasta llegar a los salones de clase.
Mientras el sistema educativo salvadoreño se debate contra problemas estructurales como la pobreza, la falta de infraestructura y la baja calidad académica, el Ministerio opta por enfocar sus recursos en sancionar modales. Es una cortina de humo eficaz: simula acción y genera titulares, pero no solo evade los problemas de fondo, sino que agrava uno aún mayor: el tipo de sociedad que se está moldeando desde las aulas.
El verdadero riesgo de este reglamento aparentemente inocuo es la normalización. Normaliza la idea de que los niños deben ser vigilados y corregidos punitivamente en cada detalle de su interacción. Normaliza que la autoridad educativa se ejerza mediante la imposición y no mediante la guía. Y, sobre todo, normaliza la presencia de la lógica militar en todos los ámbitos de la vida civil.
Frente a esta visión reduccionista y autoritaria, es necesario reafirmar que la educación digna es liberadora, no regimentadora. Construye puentes, no soldados. Forma ciudadanos, no subordinados. El Salvador merece una política educativa que enfrente sus desafíos con herramientas pedagógicas, no con tácticas de ocupación. El futuro de una nación no se construye con deméritos, sino con diálogo, ejemplaridad y, sobre todo, con libertad.