10/10/2025
PROPONGO DESDE ESTE ESPACIO QUE SE HONRÉ LA MEMORIA DE DON BETO MEJIA. NOMBRANDO UNA CALLE EN LIVINGSTON EN SU HONOR…
Pablo Roberto Mejía: Un faro de sabiduría y lucha para su pueblo
Hablar de Pablo Roberto Mejía es hablar de un hombre cuya voz, pensamiento y caminar marcaron profundamente a Livingston y al pueblo garífuna en Guatemala. Fue un líder que no necesitó títulos rimbombantes para hacerse escuchar, porque su fuerza venía de su convicción, de su amor por su gente y de la claridad de sus ideas.
Desde muy joven entendió que ser garífuna no es solo una identidad: es una responsabilidad con la historia, con la cultura y con las futuras generaciones. Supo usar la palabra como herramienta de transformación, abriendo caminos desde la intelectualidad, el diálogo y la acción organizada. Cada intervención suya tenía propósito. Cada palabra suya tenía peso.
Pablo Roberto Mejía fue de esos líderes que no buscaban brillar solos, sino encender luces en los demás. Creía profundamente en la educación como llave de la libertad y en la organización comunitaria como motor del cambio. Por eso, impulsó procesos que ayudaron a que Livingston tuviera más voz, más presencia y más oportunidades. Luchó para que el pueblo garífuna fuera escuchado en los espacios donde durante mucho tiempo se le había negado un lugar.
Con inteligencia y firmeza, supo tejer puentes entre la comunidad y las instituciones del Estado, abriendo puertas que antes parecían cerradas. Gracias a su visión y perseverancia, se impulsaron gestiones que fortalecieron el desarrollo local, la educación y la participación política garífuna.
Pero más allá de su liderazgo visible, Pablo Roberto Mejía será recordado por su calidez humana, por su capacidad de inspirar y por esa forma tan suya de hablar con firmeza y ternura a la vez. Amaba profundamente su cultura, su gente y su tierra. Soñaba con un Livingston unido, fuerte, orgulloso de su identidad y dueño de su destino.
Un testimonio personal
Crecí en el Barrio Pueblo Nuevo de Livingston, y durante mis años de estudiante, mientras muchos de mis compañeros iban a la biblioteca local a realizar sus investigaciones escolares, yo tomaba un camino distinto: el camino hacia la casa de don Pablo Roberto Mejía. Él siempre tenía las puertas abiertas para recibirnos.
Cuando llegábamos con nuestras tareas —de historia, matemáticas, literatura o cualquier otra materia— no necesitábamos buscar libros en estanterías. Pablo Roberto Mejía era, en sí mismo, una biblioteca viva. Con su sabiduría, sus conocimientos y su gran capacidad para explicar, nos ayudaba a comprender, a investigar y a aprender. Yo fui uno de esos jóvenes que tuvo el privilegio de vivir y sentir esa generosidad intelectual.
Y no fui el único. Muchos niños y jóvenes de mi generación llegaban a su casa, confiando en que él siempre estaría dispuesto a orientarnos. Él no solo nos ayudaba con nuestras tareas: nos enseñaba a pensar, a tener criterio propio, a sentir orgullo por lo que somos como garífunas.
Un legado que trasciende
Por eso, al recordar a Pablo Roberto Mejía, no solo se habla de un líder o un intelectual: se habla de un maestro de vida, de un hombre que sembró saber y amor por su pueblo en cada mente joven que pasó por su puerta. Su legado no se quedó en discursos. Vive en cada joven que hoy alza su voz, en cada iniciativa comunitaria, en cada tambor que suena con dignidad, en cada persona que entendió que defender lo nuestro es un acto de amor.
Pablo Roberto Mejía no solo fue un líder: fue un faro que nos sigue guiando, incluso después de su partida. Y quienes tuvimos el privilegio de conocerlo de cerca, llevamos en el corazón el eco de sus enseñanzas.