09/17/2025
“EL MÉXICO QUE SE NOS FUE, UN GRITO DE TERROR”
Hay noches en que las luces del cielo parecen un consuelo falso,
pólvora vestida de alegría que intenta ocultar la herida abierta de una patria.
Las banderas ondean, los gritos se elevan,
pero debajo del estruendo hay un murmullo sordo:
es el llanto de las madres que buscan entre la tierra,
es el eco de los desaparecidos que no responden al llamado de la fiesta.
El México que se nos fue no está en los libros de historia,
está en la memoria reciente,
en las calles que eran refugio y hoy son trinchera,
en los abrazos interrumpidos por la violencia,
en la certeza de que la muerte se volvió rutina.
Miles de casas llevan un altar permanente,
un duelo sin fecha de caducidad,
y la esperanza de justicia se disuelve
como papel mojado en la tormenta.
Los marinos, que alguna vez simbolizaron honor,
hoy son recordados también por la mancha de la corrupción.
El Buque Cuauhtémoc ondea la bandera entre mares extranjeros,
pero su memoria carga el peso de vidas perdidas en Nueva York,
y el rumor oscuro del huachicol fiscal que tiñe de sombra sus uniformes.
Qué frágil se ha vuelto la honra cuando hasta el mar,
ese espejo inmenso de libertad, refleja la podredumbre del poder.
Se nos dijo que vendría un nuevo amanecer,
que la esperanza gobernaría como viento fresco;
pero hoy la aurora se levanta turbia,
porque Morena no fue redención sino espejismo,
un eco de los mismos vicios,
una continuidad disfrazada de cambio.
El crimen sigue dictando la agenda,
y la corrupción es un huésped instalado en cada despacho.
¿Cómo celebrar entonces?
¿Cómo gritar “¡Viva México!” cuando el aire
está cargado de ausencias y de miedo?
Las plazas se llenan de luces,
pero los cementerios también.
Las voces se alzan,
pero entre ellas se filtra el silencio insoportable
de los que ya no están.
Hoy, más que nunca, el verdadero grito no es de júbilo,
sino de dignidad.
Un grito que no pide fiesta, sino justicia;
que no reclama banderas, sino verdad;
que no invoca independencia de cadenas pasadas,
sino libertad de los barrotes presentes.
México no será honrado con pólvora en el cielo,
sino con paz en la tierra.
No con discursos encendidos,
sino con la llama serena de la honestidad.
No con barcos iluminados en tricolores,
sino con el timón firme de un pueblo que decide
no resignarse a la sombra.
Porque patria no es solo territorio:
es memoria, es herida, es esperanza.
Y en el corazón de quienes aún creemos,
late un México posible,
uno que aún no se ha ido del todo,
y que espera, paciente, a ser rescatado.