12/20/2025
"PAPÁ... ESA ESCLAVA DEL MERCADO ES IGUAL A MAMÁ" — LA REACCIÓN DEL CONDE SORPRENDIÓ A.
Durante cinco inviernos interminables, Lord Julian Devereux, Conde de Ashworth, vivió como un hombre mu**to en vida. Su existencia se había reducido a una rutina gris, gobernada por dos fuerzas absolutas: el amor incondicional por su hija de seis años, Lily, y el amargo veneno de una traición que le había congelado el corazón.
El mundo creía conocer la historia: Lady Serafina, la joya de la sociedad y esposa del Conde, había huido con un amante secreto, un capitán de barco, para encontrar un final trágico en un naufragio en el Canal de la Mancha. Esa era la versión oficial, la mentira construida para salvar el honor de una casa antigua. Pero la verdad que Julian guardaba bajo llave en su estudio y en su alma era mucho más dolorosa. Una nota de despedida encontrada en su almohada, con la caligrafía de ella, confesando un amor adúltero y el deseo de escapar de un matrimonio que, según la carta, la asfixiaba.
Aquella nota había convertido a Julian en un cínico. Cerró las puertas de su mansión y de su corazón a la sociedad, dedicándose enteramente a la pequeña Lily, el único vestigio puro que quedaba de aquel amor destruido. Sin embargo, el destino tiene una forma cruel y maravillosa de corregir los errores, y el día en que los fantasmas del pasado regresaron no comenzó con truenos ni presagios, sino con un simple paseo al mercado.
El Mercado de las Sombras
Julian había accedido a llevar a Lily a la ciudad, una rara excursión fuera de los muros de seguridad de su finca. Mientras inspeccionaban unas telas de seda importada, un silencio pesado cayó sobre la plaza principal. El aire se llenó del sonido metálico de cadenas arrastrándose por el barro.
Era una procesión de esclavos, prisioneros de las recientes guerras coloniales y desafortunados capturados por corsarios, exhibidos para la subasta. La alta sociedad, con sus pañuelos perfumados, apartaba la mirada fingiendo que tal barbarie no existía. Julian, con el rostro endurecido por la aversión, se disponía a hacer lo mismo cuando sintió un tirón en su levita.
—¡Papá! —susurró Lily con una urgencia que no correspondía a su edad—. ¡Mira!
—No mires, cariño. Es una escena triste —intentó disuadirla Julian, protegiéndola con su cuerpo.
—No, papá, mira su cara —insistió la niña, señalando con un dedo tembloroso hacia el final de la fila—. Esa esclava... es igual a mamá.
Julian sintió un escalofrío. Estuvo a punto de reprenderla, de decirle que su madre estaba en el cielo, pero la convicción en la voz de Lily lo obligó a girarse. Entrecerró los ojos, enfocándose en una figura que acababa de tropezar en el fango.
La mujer estaba esquelética, su vestido reducido a harapos grises, y su cabello, otrora del color del sol de verano, estaba enmarañado y sucio. Un guardia tiró bruscamente de su cadena, obligándola a levantar la cabeza. Y entonces, el mundo de Julian se detuvo.
No era un truco de la luz. A pesar de la suciedad, de la delgadez extrema y de la marca del sufrimiento en su piel, aquellos ojos eran inconfundibles. Un azul profundo, oceánico, único. Eran los ojos de Serafina. La esposa que había odiado y llorado durante cinco años estaba allí, viva y encadenada.
Una vorágine de emociones lo golpeó: incredulidad, shock, y una alegría tan violenta que casi lo derriba, seguida inmediatamente por una furia volcánica al comprender la realidad. Si estaba allí, encadenada como una bestia, entonces la nota, la huida, el amante... todo había sido una mentira.
Serafina cayó de rodillas de nuevo. Levantó la vista y sus miradas se cruzaron. En los ojos de ella, Julian no vio reconocimiento inmediato, solo el vacío de un espíritu quebrado. Pero entonces, la mirada de la mujer se desvió hacia la niña que se aferraba a la pierna del Conde. Y allí, en medio del in****no, brilló una chispa. Un instinto maternal feroz, doloroso y protector cruzó el rostro de la esclava. Ella sabía quién era Lily.
—Sr. Thomson —dijo Julian a su ayuda de cámara. Su voz sonaba extraña, con una calma aterradora, la calma del ojo del huracán—. Lleve a Lady Lily al carruaje. Ahora.
—Mi señor, ¿a dónde va? —preguntó el sirviente, asustado por la expresión de su amo.
—Voy a comprar una esclava —respondió Julian, y sus siguientes palabras fueron un juramento sagrado—. Y luego voy a quemar el mundo de quien me hizo esto.
continuará........👇