11/24/2025
Durante una entrevista, le preguntaron a Bill Gates si existía alguien más rico que él. Él sonrió, hizo una pausa y dijo:
“Sí. Conocí a alguien cuya riqueza no se mide en dinero, y probablemente el mundo jamás sabrá quién es.”
Y entonces relató una historia.
Cuando todavía no era conocido ni tenía fortuna, llegó un día al aeropuerto de Nueva York.
Quería comprar un periódico, pero al revisar sus bolsillos, se dio cuenta de que no tenía cambio.
El vendedor, un hombre amable, le dijo con tranquilidad:
—Lléveselo, es un obsequio.
Gates se negó, pero el hombre insistió:
—No se preocupe, lo hago con gusto. Lo pago con mis ganancias. Para mí no es una pérdida.
Varios meses después, le ocurrió lo mismo. Volvió al mismo lugar, volvió a quedarse sin cambio… y el mismo vendedor le ofreció otro periódico.
—Tómelo. Lo hago con el corazón —dijo con naturalidad.
Pasaron 19 años. Bill Gates ya era uno de los hombres más ricos del planeta.
Pero nunca olvidó aquel gesto.
Buscó al vendedor durante semanas, hasta que logró encontrarlo.
Cuando se vieron, le preguntó si aún lo recordaba. El hombre respondió que sí, con una sonrisa sencilla.
Entonces Bill le dijo:
—Quiero devolverte el favor. Pide lo que desees. Lo que esté en mis manos, te lo daré.
Pero el hombre respondió con algo que marcó a Gates para siempre:
—Señor, yo lo ayudé cuando no tenía nada. Y usted quiere ayudarme ahora que lo tiene todo. Dígame, ¿quién de los dos es realmente más rico?
Aquel día, Bill Gates entendió una gran lección.
Que la riqueza verdadera no está en acumular, sino en dar.
Y que hay personas tan generosas, que aún sin abundancia, reparten lo poco que tienen con un corazón inmenso.
Personas tan ricas… que no necesitan fama para dejar huella en el mundo.