05/10/2025
Ayer y hoy tuve dos conversaciones que se cruzaron y me llevaron a una reflexión que siempre he tenido presente: las vidas que tropiezan, la fe vacilante de los jueces de Israel y la sorprendente inclusión de sus nombres en la lista de héroes de la fe del Nuevo Testamento.
Ayer hablamos de la reciente pérdida de grandes hombres de fe de nuestro tiempo: Tim Keller, John MacArthur, Voddie Baucham, Ravi Zacharias, Charles Kirke, entre otros. No eran hombres perfectos. Tim Keller, por ejemplo, nunca fue acusado de inmoralidad ni nada por el estilo, pero algunos lo consideraban demasiado tolerante con el comportamiento secularizado de nuestros tiempos. MacArthur fue duramente criticado por tristes casos de encubrimiento de abuso sexual y violencia doméstica en su iglesia, llegando incluso a atacar públicamente a una mujer víctima de dicho abuso. Ravi Zacharias, tras su muerte, reveló un pasado terriblemente oscuro. Fue un abusador recurrente de mujeres que participaban en proyectos de ayuda social promovidos por su propia organización. Charles Kirke, por su parte, fue acusado de lenguaje agresivo, racismo y complicidad moral con políticos de derecha a los que apoyaba.
Sea que estas acusaciones sean justas o injustas, la importancia histórica de cada uno de estos hombres para la fe cristiana y el Evangelio en el mundo es incuestionable. Aun así, persistía una pregunta: ¿quién los reemplazará?
Pensé en algunos nombres. El primero fue Mark Driscoll, una de las voces cristianas más escuchadas del mundo, pero inmediatamente sentí un sabor amargo al recordarlo, debido a los escándalos de mentiras, abuso espiritual y arrogancia que llevaron a la desaparición de la Iglesia Mars Hill, que él mismo fundó. También pensé en Matt Chandler, pero la misma amargura regresó al recordar la mancha en su imagen tras conversaciones inapropiadas con una mujer de su congregación. Sí, reconoció su error, pidió perdón y fue restituido al ministerio, pero su imagen pública quedó empañada. Finalmente, pensé en Francis Chan, un hombre piadoso, pero ahora en gran medida olvidado por los medios de comunicación y a menudo visto como "demasiado emotivo" por algunos círculos evangélicos, una crítica que me parece injusta.
Al final, me quedé con una sensación agridulce: cuando John Piper, D. A. Carson, Paul Tripp y otros de su calibre mueran, podríamos tener un verdadero vacío de autoridad e influencia espiritual en el mundo. Una sensación de orfandad teleológica, como si careciéramos de padres espirituales que nos inspiren, instruyan y corrijan.
Esta mañana, esta sensación adquirió un nuevo significado. Era el final de una clase sobre Jueces 11, donde estábamos hablando de Jefté. La discusión era: después de todo, ¿Jefté era un hombre bueno o malo? Personalmente, veo en el libro de Jueces un patrón de creciente degradación moral: comienza con la fe vacilante de Barac, se profundiza en la idolatría y la ambición de Gedeón, continúa con un hombre sincrético que sacrificó a su propia hija en una promesa insensata, y culmina con Sansón, libertino, inmoral, violento y voluble. En otras palabras, los jueces son figuras de dudosa obediencia y espiritualidad fracturada.
Sin embargo, todos aparecen en la lista de los héroes de la fe en Hebreos 11. ¿Por qué? Porque, en tiempos difíciles, aún se atrevieron a creer, aunque de forma imperfecta, y se rebelaron contra el sentido común de su generación. Tenían las manos manchadas, pero sus corazones seguían conmovidos por la fe. Y Dios, en su gracia, los usó como instrumentos de liberación. Al final, me doy cuenta de que el verdadero héroe de Jueces no es Gedeón, ni Jefté, ni Sansón; es Dios mismo, quien les dio fe y, con gracia y misericordia, usó a hombres quebrantados para cumplir propósitos eternos. Aquí es donde se unen las dos historias. Los grandes hombres del pasado, antiguos y modernos, lograron mucho, pero también dejaron huellas de imperfección. Algunos de los nuevos líderes ya han fracasado estrepitosamente, dejando tras de sí un vacío de liderazgo y una estela de desconfianza. Sin embargo, Dios no ha perdido el control. Sus planes eternos permanecen intactos. Él todavía usa a hombres imperfectos para hacer el bien y bendecir a su pueblo.
Quizás el sentimiento de orfandad espiritual que sentimos hoy sea el mismo que sintió Elías cuando, creyéndose solo, Dios le respondió: «He dejado en Israel siete mil que no han doblado la rodilla ante Baal» (1 Reyes 19:18). El Reino de Dios no carece de herederos ni de voz. Simplemente cambia de rostro, cambia los centros de influencia y nos enseña, generación tras generación, que ningún nombre humano es irreemplazable.
El verdadero héroe de la historia sigue siendo el mismo: Cristo, el único líder sin la sombra de un defecto, cuya fidelidad sostiene a todos los que, incluso tropezando, siguen creyendo. Él es el Autor y Perfeccionador de la fe (Hebreos 12:2), el único Pastor que jamás caerá, el único Juez justo, el único Señor digno de absoluta confianza. Los hombres fallecen, las instituciones se tambalean, las voces se silencian, pero la Palabra permanece.