21/08/2025
Gay y con más de 50...
De joven me hicieron creer que, al llegar a mayor, estaría solo, olvidado y descartado. Era la idea dominante hace treinta años, cuando casi no había referentes porque pocos se atrevían a vivir fuera del clóset. Bueno, eso no me ocurrió… al menos no todavía.
Envejecer es difícil para cualquiera, pero como hombre gay tiene matices propios. Nuestras validaciones sociales no son las mismas que en la heterosexualidad: sabemos que difícilmente dejaremos un “legado” con un apellido paterno, y aunque hoy podemos casarnos o formar familia, no todos lo logran ni todos lo desean. Por eso muchos pusieron sus energías en logros académicos, sociales o materiales.
A esto se suman los estereotipos: el culto a la belleza, el éxito económico, el “buen gusto” obligatorio… pero la mayoría no encaja en ese molde. Muchos de los que llegaron conmigo a los cincuenta dejaron de perseguir esos clichés, ya sea por elección o por resignación. Antes éramos un grupo unido, con códigos y formas propias de expresarnos; hoy, si nos encontramos, casi ni nos reconocemos de lo diferentes que nos volvimos.
Yo soy un híbrido generacional: sobrevivo en una sociedad más joven, con códigos nuevos para relacionarse, pero con la misma esencia de siempre. Muchos de mis contemporáneos optaron por el autoexilio de la comunidad LGBT+, porque todo cambió sus reglas. Y aceptar, adaptarse y sobrevivir resulta más difícil con la edad. En aquellos tiempos, la vida gay se vivía únicamente de noche: éramos criaturas clandestinas, y de día teníamos que “uniformarnos” para pasar desapercibidos.
Antes, pasar de los cuarenta te convertía en “viejo verde”. Hoy te llaman “sugar daddy”. Para socializar había que salir de noche a clubes o fiestas; ahora, las apps de ligue son un “cruising digital” donde casi todo queda en chats que no llevan a nada. Las fiestas empiezan a medianoche, la música dejó de cantarse para ser solo un beat interminable, y las dr**as pasaron de clandestinas a un tsunami sintético al alcance de cualquiera.
La estética también cambió: de las musculosas pasamos a cuerpos fit casi esqueléticos. Las relaciones abiertas, el poliamor, las identidades no binarias… todo es normalizado, y ya nadie se escandaliza. Es un avance, sí, pero muchos de mi generación no lograron adaptarse y decidieron volver a una vida más discreta: cuidar a sus padres, convivir con sobrinos, socializar en ambientes más heteronormados.
Yo, en cambio, sigo viviendo en el “gueto”, aunque a veces deba relacionarme con generaciones más jóvenes para sentirme acompañado. Ya no necesitamos escondernos, pero todavía nos buscamos entre nosotros, porque allí encontramos afinidad. Nunca pude ni podré vivir limitado solo a la heteronormatividad. Y no culpo a quienes, con los años, hicieron una especie de “vuelta al clóset”: el mundo aún no está listo para recibirnos rumbo a la tercera edad. Nadie pensó cómo íbamos a envejecer siendo g**s, lesbianas o trans.
Estamos entrando en una etapa para la que nadie nos preparó. Y surge la gran pregunta: ¿quién cuidará de nosotros cuando no tengamos una red familiar? Quizá la respuesta sea simple: tendremos que cuidarnos entre nosotros mismos, porque todos vamos hacia el mismo lugar…