25/11/2025
Una narrativa oficial que ha convertido la crítica en enemistad y la disidencia en traición. Tener ideas distintas parece un pecado capital. El pueblo no es una masa obediente: son ciudadanos libres que piensan, opinan y participan desde todos los ángulos ideológicos.
Mientras tanto, México enfrenta problemas reales y urgentes: violencia estructural, pérdida del Estado de derecho, captura de territorio por el crimen organizado, un sistema judicial debilitado y un centralismo creciente que asfixia la participación cívica. Sin embargo, el gobierno ha preferido invertir energía en pleitos, descalificaciones y control narrativo antes que reconstruir la confianza institucional.
Tener ideas distintas parece un pecado capital. Lo vemos en familias divididas por preferencias electorales, en amistades rotas por discusiones políticas, en redes saturadas de insultos y linchamientos digitales. Pero la pluralidad no es un defecto: es el fundamento mínimo de cualquier sociedad democrática y del respeto cotidiano.
Los partidos políticos se han convertido en máquinas que parten al país y nos parten por dentro.
Una narrativa oficial que ha convertido la crítica en enemistad y la disidencia en traición.
La política mexicana ha entrado en un estado de crispación permanente. Cuando el poder divide al pueblo que dice representar.
Hay una contradicción fundamental en el discurso del partido-movimiento gobernante, que proclama gobernar del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, pero trata al pueblo como un bloque homogéneo que solo es válido cuando coincide con su visión.