
08/07/2025
La situación es la siguiente: Daniel Roseberry me parece un diseñador brillante, y la colección que presentó ayer para Schiaparelli no fue la excepción.
Si hay algo que me fascina de esta firma es que, cada vez que lanza una nueva propuesta, lo que vemos no es solo moda: es arte, en su estado más puro.
Una de las referencias más claras de la pieza estrella de esta colección parece ser “El corazón real” de Salvador Dalí. No es casual: Elsa Schiaparelli vio en Dalí al aliado ideal para fusionar arte y moda como nadie lo había hecho antes (y si quieren, otro día nos metemos de lleno en esa historia fascinante).
Entonces, ¿fue esta la inspiración directa de Roseberry? Puede ser. Pero cuando hablamos de arte, la idea de originalidad absoluta se vuelve difusa. Todo lo que consumimos nos moldea, nos atraviesa, y es lógico que nuestras creaciones dialoguen con lo que alguna vez nos impactó.
Hasta acá, todo bien. Pero ayer, entre las publicaciones, apareció otro nombre: el de , diseñadora e ingeniera mexicana, que un año antes presentó una pieza muy similar al corazón de Roseberry. Y ahí la conversación cambia.
¿Estamos frente a un caso de plagio? Tal vez sea exagerado afirmarlo sin pruebas claras. Pero sí es una oportunidad para revisar el foco. Porque más allá de la polémica, lo importante es destacar que en América Latina hay talento capaz de crear al mismo nivel que las casas más prestigiosas del mundo.
Y eso nos obliga a hacernos una pregunta clave: ¿por qué seguimos mirando únicamente hacia afuera cuando adentro también hay potencia creativa de sobra?
Pd: créditos a , una de las primeras comunicadoras a las que vi hablando del tema.